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Defender la vida

El ser humano no nace, se hace. Esto, que es una constatación científica (antropología, sociología, educación, psicología, linguística), viene siendo prolijamente desarmado por la nefasta combinación del neonazismo, la mídia, las llamadas redes sociales, y un vasto sector de la población que antiguamente tenía algún pudor en mostrarse, y que hoy al contrario, abiertamente proclama su subhumanidad.
Son personas (y ya siento que debo cambiar la palabra: persona es alguien que tiene cara, tiene valores, ética, principios) para quienes la vida no tiene valor. Matan de distinas maneras. Tal como el policía asesino que en Estados Unidos simplemente asfixió al hombre negro acusado de haber pagado con un billete falso, en Brasil una masa descalificada eligió a un despresidente que es misógino, defiende la tortura, es homofóbico y racista.
Crimen es crimen. Se mata con prejuicios, con mentira, calumnia, difamación, y se mata también negando asistencia financiera (un deber del estado) a las personas que trabajan y a los pobres, obligándolos a salir a la calle en medio de la pandemia. O sea, mandándolos a la muerte. Cámaras de gas, campos de concentración, centros de tortura. Todo esto estimulado y apoyado por la prensa mercenaria.
 Aquí en Brasil estamos viviendo el doble ataque de la deshumanidad. ¿Adónde quiero llegar? Al hecho de que si no emprendemos a tiempo y eficientemente una contraofensiva humanizadora a través del arte, la cultura, la educación y la defensa activa y contínua de los Derechos Humanos, podemos estar yendo en dirección a un holocausto.
No hay chistes racistas ni chistes homofóbicos ni misóginos. Hay delitos contra la persona que se perpetran de manera cobarde, canalla y cruel, en el ámbito íntimo, en la familia, en la escuela, en la calle, en el trabajo. Cuando una persona es negada en su identidad, en su manera de ser, de hablar, de manifestarse, se está perpetrando un asesinato.
Este tiempo de pandemia me ha puesto en contacto estrecho y cotidiano con gente en busca de sí misma. Gente que participa de rondas virtuales de Terapia Comunitaria Integrativa. Aquí vamos conversando, escuchándonos, estableciendo vínculos afectivos, recreando sentidos para el vivir. Recuperando nuestra propia identidad, tan negada por la industria de la muerte.
Jesús compara el reino de Dios a una semilla de mostaza que una vez puesta en la tierra, crece y se transforma en árbol que da abrigo a los pájaros y sombra a los viajantes. Estos espacios de recuperación de lo humano tienen la misma conotación. Vernos en el otro, reconocernos en el diferente, descubrir las semejanzas que nos constituyen como un tejido multicolor.
Encontrar fuerzas para resistir, para rehacernos, para seguir adelante. Alimentar aquella alegría y energía vital que nos quieren robar. Hay tesoros que no pueden ser robados. El evangelio nos lo recuerda.
 

Terapia Comunitaria Integrativa realiza rondas virtuales en América Latina

La Terapia Comunitaria Integrativa es un espacio donde se comparten sufrimientos y estrategias de superación, y se construyen vínculos.
En estos tiempos en que la cuarentena nos obliga a permanecer en casa, lejos de personas queridas, podemos encontrarnos virtualmente.
Es importante hablar de lo que nos hace sufrir, así como también celebrar la vida, crear vínculos, fortalecer la autoestima, encontrar estrategias de superación.
Vea el cronograma de rondas virtuales de Terapia Comunitaria Integrativa  donde puede ingresar gratuitamente :
https://drive.google.com/file/d/1zf2ao3VmrTrxWEuF12OukPzTQ7XoBfOd/view?usp=sharing
Apoyo: ABRATECOM (Asociación Brasileña de Terapia Comunitaria Integrativa) y Departamento de Salud Mental Comunitaria de la WASP (Asociación Mundial de Psiquiatría Social)

Creciendo

Podría parecer que el panorama estaría ocupado exclusivamente por noticias o temas tóxicos. El desgobierno nacional o la pandemia.
Existe sin embargo todo un mundo de positividad que sigue cultivándose y expandiéndose. Esta última semana participé de dos rondas de Terapia Comunitaria Integrativa on line.
La modalidad del encuentro no altera el resultado del proceso. Son personas queridas o conocidas, en gran parte.
En todo caso, es una reactivación de un recurso cultural y social de gran efectividad. Sigue siendo posible y necesario que nos encontremos, de la manera que se puede en este momento.
Compartir experiencias, saber que no estamos solos/as. Redescubrir el mundo íntimo y próximo. Revalorizar la vida.
Saber que hay un mañana que nos espera. Volver a estudiar. Volver a crear o seguir creando. Descubrir el valor de cada segundo.

Tiempo libre

La vida tiene sentido en cualquier circunstancia. La afirmación es de Viktor Frankl, creador de la logoterapia.
Hay una presión enorme en el sentido de confundirnos para que no sepamos para qué vivimos, que nos olvidemos de quién somos, que no sepamos que tenemos derecho a existir.
El derecho de existir es independiente de cualquier característica personal que tengamos. No es porque una persona sea vieja, que deba ser descartada.
O porque está enferma, deba ser abandonada. O porque sea pobre, o negra, o de una opción o identidad sexual diversa, excluida o agredida.
Cuando digo que la vida siempre tiene sentido, es porque me doy cuenta de que esto debe ser afirmado concretamente, diariamente.
El hecho de que vivamos en una sociedad pautada por el endiosamiento del dinero y la propiedad, el poder y el prestigio, no debe enceguecernos al punto de que no sepamos quién somos, qué queremos, adónde vamos.
No debemos perder de vista el valor de la vida. El hecho de que alguien no esté generando lucro, o dando rendimientos al mercado, o siendo significativo para las empresas o para el estado o para alguna institución, no hace que esa persona no tenga derecho a existir.
El tiempo libre es justamente aquél que podemos dedicar a nosotros/as mismos/as, al mero disfrute de la vida, independientemente de cualquier aplicación “útil”.
La vida es siempre valiosa. Sutilmente o descaradamente, se trata de naturalizar lo contrario.
Cabe defender conciente y activamente el derecho de existir cada persona tal como es. Nada está por encima de la vida: ni la religión, ni el estado, ni el comercio, ni los prejuicios, ni la ignorancia, ni la confusión generalizada que parece ser la marca registrada de estos tiempos en que tanta gente no sabe distinguir lo que es de lo que le quieren hacer creer que es.
Como artista, defiendo y defenderé siempre el derecho a la fantasía y a la imaginación, lo cual no significa de ninguna manera que esté confundiendo lo real con lo que me tratan de imponer.
Más vale al contrario, mi asiento en la realidad es de tal naturaleza que me permite reivindicar plenamente y totalmente, incuestionablemente, la libertad del tiempo como pre-requisito indispensable para el vivir.
Como sociólogo no puedo menos que expresar mi perplejidad frente a una situación en que la vida humana es fragilizada más allá de lo aceptable.
La indiferencia ética nunca fue mi bandera. Cuando se condena a muerte (hambre, miseria, desempleo, exclusión) a millares de personas en nombre de alegadas razones económicas, es el sistema el que se condena.
Que haya personas que son asesinadas simplemente por estar durmiendo en la calle, por no tener una casa, es algo que mi conciencia no acepta ni aceptará nunca. Esto debe ser enfrentado con las armas de la educación.
El precio de la vida es comprometernos como humanidad, cotidianamente, para crear y mantener vínculos sociales saludables que tengan como centro el cuidado con el ser humano.

Camino

Me he habituado a escribir sobre temas que traten de llevar al público una actitud positiva. Estimular la esperanza.

Por supuesto, esto nos lleva lejos del mundo que tratan de imponernos desde los medios de “información.”

Con pocas excepciones, lo que se difunde desde esos espacios de manipulación, es desconfianza, miedo, desesperanza.

La vida va pasando, el final se va acercando, y no hay tiempo que perder. Lo que queda es tiempo para abrir los ojos, recuperar el sentido de ser capaz de vivir según valores y actitudes que nos honren, y darle a cada instante, a cada momento vivido, el valor incalculable que tiene.

Alguien podría pensar que este es un discurso vacío. No lo es. No hago propaganda de recetas mágicas. Trato más bien de compartir lo que voy descubriendo de fuerza potencial y efectiva de humanización.

Insisto en lo colectivo, los espacios de construcción ciudadana de la educación, el arte, la cultura, la amistad, la espiritualidad, la solidaridad. Aquí respiro mejor, encuentro más alegría, entusiasmo y fuerza para proseguir.

El recuerdo de mi familia, que me ayudó especialmente en momentos claves,  sigue siendo para mí una presencia esencial. He tenido la suerte de haber permanecido fiel a mí mismo, a lo largo del camino recorrido.

No es que no haya tropezado o caído, o que no me haya equivocado. Pero es que he ido haciendo las paces con esta persona que soy, que está lejos de ser perfecta.

Me doy cuenta de que mi camino hacia Dios, mi estar en el mundo, de manera única e irrepetible, me ha ido unificando con el tejido sutil de la vida.

Foto: Ronda de Terapia Comunitaria Integrativa.

Humanizar

¿Modernización? ¿Qué nombres le dan a la destrucción del patrimonio común, los valores humanos, la propia humanidad?

Cuidar de lo que me concierne. Las letras. La belleza. El arte. Y algo tan sutil y al mismo tiempo tan esencial, que no sabría bien qué nombre darle, a no ser decirle simplemente: el tejido tenue de la vida.

Vivimos en un tiempo en el que tratan de convencernos a toda hora, de que lo malo es bueno. Que la destrucción del medio ambiente es un progreso. Que la exclusión social es positiva. Que lo público debe ser privatizado.

Veo el Parque San Martín de la ciudad de Mendoza, transformado en una especie de escenario de guerra. Obras cortándole el paso a la gente. Carteles inútiles anunciando lo obvio. Los árboles y los prados secos. La memoria se va destruyendo. Van destruyendo los recuerdos.

Quieren implantar esa especie de uniformidad anómala que hace que un lugar en el mundo, no importa dónde sea, se parezca a cualquier otro lugar en el mundo. Uniformizar. Desfigurar. Hacer de todo, lo mismo. Pero todo no es lo mismo. Dejar que esto prosiga, sería concordar con lo inaceptable.

Antes usaban maniobras violentas para atacar los derechos humanos, sociales y laborales, y esto no deja aún de ocurrir. El “gatillo fácil.” Los intentos por borrar la memoria del genocidio. Relativizar lo abominable. Banalizar lo inaceptable.

Todo esto hoy lo tratan de imponer mediante una “justicia” claramente partidista y clasista, un poder legislativo inmoral y dócil, siervo del dinero. Y una prensa a todas luces eficaz en la tarea macabra de crear y mantener masas de gente descerebrada, manipulable.

Afortunadamente, hay todo un sector de la sociedad que no baja los brazos. Los movimientos sociales y los movimientos populares. Los artistas. Las mujeres. Los jóvenes y los estudiantes. Aquí está la esperanza. Aquí es donde se puede respirar.

Cortar árboles y cerrar las puertas de la universidad pública son dos caras de la misma moneda. Son aspectos convergentes de la misma operación de destrucción de la humanidad, que tratan de imponer en nombre de lo “nuevo.” No hay nada de nuevo en la oligarquía ni en el capitalismo salvaje.

No hay nada de nuevo en la traición de las élites políticas y empresariales, que se disfrazan para acceder al poder público y desde allí romper o tratar de romper la cohesión social, destruír la comunidad, deshacer las familias, los vínculos sociales, los valores morales, la ética, todo lo que compone, constituye y sostiene al ser humano.

Tenemos que seguir trabajando de abajo hacia arriba, horizontalmente y circularmente, para detener la barbarie que hoy llaman “neoliberal” pero que es simplemente capitalista, a secas. Rehacer lo humano en lo pequeño, lo que está a nuestro alcance. Pero también dar el combate en las calles, en los sindicatos, en todos los frentes.

Para que venza la vida. Para que nos podamos enorgullecer de haber existido.

El golpe de estado y su contexto: desafíos para la acción

El golpe de estado en Brasil y, en general, los retrocesos en el campo de los derechos laborales, humanos y sociales en otros países latinoamericanos como Argentina, exhiben el perfil de una maniobra claramente definida de destrucción del sistema democrático de gobierno, que se vale del uso de un sistema judicial partidista y partidario, perseguidor de sus adversarios.

A esto se agrega un legislativo abierta y descaradamente clasista y enfermo de privilegios y odio antisocial, antipopular y antinacional. Antihumano, para resumir. Aquí ya me voy acercando al eje de estas breves reflexiones. La antihumanidad es lo que más me preocupa. Estos retrocesos y el golpe en Brasil, suceden en medio de un clima de destrucción de los más elementales principios de conciencia y respeto a la vida humana.

La prensa se encarga de exacerbar y difundir estos relatos, implantando en nuestras cabezas y corazones, en nuestro comportamiento cotidiano, el miedo, la desconfianza, la decepción, la desesperanza, la desesperación. Esta situación se viene consolidando desde por lo menos unos cien años, o un poco más, dando lugar a la formulación, en la sociología, de los conceptos de alienación (Marx), anomia (Durkheim), automatización de la conducta, mecanización del comportamiento, desencantamiento del mundo (Max Weber), entre otros.

Adalberto Barreto, médico psiquiatra y antropólogo creador de la Terapia Comunitaria Integrativa, habla de la fragilización de los vínculos, pérdida de identidad y de autoestima. Es un cuadro extremadamente preocupante. Pero no soy de los que se satisfacen en señalar los males, sino más bien, me cuento entre quienes saben que es el mismo mal el que genera la conciencia y la acción o acciones necesarias para restablecer la normalidad.

En este caso, restituir a la humanidad su propia humanidad. La TCI es un recurso cultural micro-político. En la TCI la persona redescubre su valor, su trayectoria de vida, que se le hace presente constantemente como una fuente inagotable de autoconfianza, autoestima y esperanza en días mejores.

Descubrimos que no necesitamos de ningún gurú o salvador, nadie que venga a sacarnos de nuestras dificultades. Ya sabemos cómo hacerlo. Sólo necesitamos recordarlo, y esto sucede en medio del encuentro con otras personas con las cuales nos encontramos en las ruedas de TCI, en la familia, en la vida cotidiana.

Entonces ya no nos dejamos manipular tan fácilmente por el diario bombardeo de los medios de información. Volvemos a tener ganas de vivir, seguir adelante, encontrar a la gente no como enemigos o adversarios, sino como alguien con quien puedo sumar, ya que nos necesitamos mutuamente. Es una revolución cultural en los espacios micro, el espacio de la propia persona, y las relaciones diarias con quienes convivimos y vamos encontrando.

Presente

Va terminando el día. Trato de reunir algunas memorias de la jornada.

El paisaje de la playa. El mar. La luz del crepúsculo bañándolo todo. Es como que una invitación a este sumergirme en la experiencia cotidiana. Es la luz que llama a la búsqueda interna. El intento por recoger la esencia de lo vivido.

Aprendo a convivir con personas que no son como creo que deberían ser. Hablan de maneras que no siempre sé descifrar correctamente. Muchas veces me he equivocado, atribuyéndole a otras personas, intenciones inexistentes.

Son ecos del pasado. Trato de separar el pasado del presente. ¡Da un trabajo! Pero es imprescindible. Es parte de mi aprendizaje como terapeuta comunitario, el tratar de vivir el presente. Es muy gratificante cuando veo que estoy viviendo algo nuevo.

Miro a las personas, y veo que estoy dejando de actuar automáticamente. Cuando estoy más presente, todo fluye más. Muchas veces lo que entorpece mi actuar y mi estar aquí, es una especie de sobre-exigencia.

Una exigencia desmedida, que sé que muchas personas también experimentan. Algo absurdo, que fue introyectado por la programación social. Como si alguien pudiera ser perfecto. No equivocarse nunca. ¿Qué sería ser perfecto?

¿Ser un robot, una máquina? ¿Un ángel, un dios? No soy nada de eso. Soy humano, solamente humano. Respiro mejor cuando veo que se va abriendo una brecha. Una hendidura. Un lugar por donde brota la vida, renovada.

Si yo aprendiera a amar, si yo pudiera finalmente vivir la gracia del instante puramente, con confianza total, entonces habría vencido. Tal vez no lo logre, y mi existencia siga siendo esta ardua y divertida lucha cotidiana por juntar mis pedazos, como un crucigrama infinito que se junta y se expande. Sea como sea, agradezco a la vida, y a todas las personas que encontré en mi camino, pues es una aventura sin igual.