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Dramatización y victimización son pésimas

Esta mañana vi el cielo azul en medio del gris nublado. A la tarde sucedió nuevamente algo parecido. El celeste del cielo me alegró. Algo tan simple.

Podría ni haberlo notado, pero no solamente lo noté, sino que me alegré. Al comienzo del día en Cabo Branco y a la tarde, volviendo de Carapibus.

Me di cuenta de que la belleza de las cosas me alegraba. Inclusive una pared manchada de humedad, me pareció agradable. Era al llegar a las proximidades del Clube da Caixa.

Vinieron muchas memorias buenas de ese trayecto recorrido ya tantas veces. Puedo ir borrando las malas memorias. Lo que no me gusta y me hace mal. Lo voy borrando.

Queda lo que me gusta y me hace bien. No necesito evocar lo que no quiero. Yo tengo el comando en mis manos. No sé si mi historia le hace mal a alguien. A mí me hace bien. Yo no ofusco a nadie.

Todos y todas tenemos importancia. No me niego ni me escondo. No necesito dramatizar. En realidad, dramatizar es malísimo. Es deformar la realidad.

Lo que pasé pasó, y fue menos malo que cuando lo cuento o creo que debo evocarlo. No me obligo a evocar circunstancias dolorosas.

Mas bien al contrario, evoco lo que generé de recursos de enfrentamiento. Gané más confianza en mí mismo y en las personas próximas.

Me apoyé y me sigo apoyando más en la fe, el amor, la belleza, la solidaridad, la proyección a futuro. Por ahí si creo que alguien me está pateando en contra o tiene actitudes dudosas, pienso que está hablándole a otra persona y talvez hablando de sí misma.

No me tomo las cosas personalmente. A la tarde caminé por el veredón. Tres siluetas notables, que me vienen con nitidez ahora.

Bellezas caminando. Empiezo a coser lazos con este barrio adonde vine a vivir de nuevo en setiembre del 2021.

Tiempo libre

La vida tiene sentido en cualquier circunstancia. La afirmación es de Viktor Frankl, creador de la logoterapia.
Hay una presión enorme en el sentido de confundirnos para que no sepamos para qué vivimos, que nos olvidemos de quién somos, que no sepamos que tenemos derecho a existir.
El derecho de existir es independiente de cualquier característica personal que tengamos. No es porque una persona sea vieja, que deba ser descartada.
O porque está enferma, deba ser abandonada. O porque sea pobre, o negra, o de una opción o identidad sexual diversa, excluida o agredida.
Cuando digo que la vida siempre tiene sentido, es porque me doy cuenta de que esto debe ser afirmado concretamente, diariamente.
El hecho de que vivamos en una sociedad pautada por el endiosamiento del dinero y la propiedad, el poder y el prestigio, no debe enceguecernos al punto de que no sepamos quién somos, qué queremos, adónde vamos.
No debemos perder de vista el valor de la vida. El hecho de que alguien no esté generando lucro, o dando rendimientos al mercado, o siendo significativo para las empresas o para el estado o para alguna institución, no hace que esa persona no tenga derecho a existir.
El tiempo libre es justamente aquél que podemos dedicar a nosotros/as mismos/as, al mero disfrute de la vida, independientemente de cualquier aplicación “útil”.
La vida es siempre valiosa. Sutilmente o descaradamente, se trata de naturalizar lo contrario.
Cabe defender conciente y activamente el derecho de existir cada persona tal como es. Nada está por encima de la vida: ni la religión, ni el estado, ni el comercio, ni los prejuicios, ni la ignorancia, ni la confusión generalizada que parece ser la marca registrada de estos tiempos en que tanta gente no sabe distinguir lo que es de lo que le quieren hacer creer que es.
Como artista, defiendo y defenderé siempre el derecho a la fantasía y a la imaginación, lo cual no significa de ninguna manera que esté confundiendo lo real con lo que me tratan de imponer.
Más vale al contrario, mi asiento en la realidad es de tal naturaleza que me permite reivindicar plenamente y totalmente, incuestionablemente, la libertad del tiempo como pre-requisito indispensable para el vivir.
Como sociólogo no puedo menos que expresar mi perplejidad frente a una situación en que la vida humana es fragilizada más allá de lo aceptable.
La indiferencia ética nunca fue mi bandera. Cuando se condena a muerte (hambre, miseria, desempleo, exclusión) a millares de personas en nombre de alegadas razones económicas, es el sistema el que se condena.
Que haya personas que son asesinadas simplemente por estar durmiendo en la calle, por no tener una casa, es algo que mi conciencia no acepta ni aceptará nunca. Esto debe ser enfrentado con las armas de la educación.
El precio de la vida es comprometernos como humanidad, cotidianamente, para crear y mantener vínculos sociales saludables que tengan como centro el cuidado con el ser humano.

¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Qué sentido tiene para mí estar vivo?

Hoy  me hice estas preguntas, y de inmediato me vino una respuesta. Mi vida tiene sentido, sí. Son sentidos cambiantes, tal como todo cambia. Especialmente tiene sentido para mí vivir y alimentar sueños personales y colectivos.
Cultivar y disfrutar de la belleza, de la amistad, de la familia, de las relaciones que construyo y mantengo en los colectivos de que formo parte. Alimentar la esperanza de que es posible una vida rescatada de todo lo que la amenaza.
Más allá del capitalismo y sus atrocidades, más allá de la estructura de clases y su injusticia, más allá de todas las formas de dominación y de opresión, resplandece una llama. Es el amor.
El amor sobrevive a todas las situaciones, nos refuerza cuando todo parece estar perdido, nos da una esperanza cuando todo parece estar fuera de nuestro alcance. El amor es más que deseo (aunque lo incluye), es más que pasión (aunque la encienda y de ella dependa), es la fuerza que mantiene al mundo.
Cuando yo me veo en ese juego, cuando me veo como las personas a mi alrededor, con las mismas fragilidades u otras, con ese mismo espíritu de fe que nos mueve a los seres humanos, que nos hace capaces de reír de cosas simples, de jugar cuando es necesario relajar la tensión, me doy cuenta de que somos parte de un mismo tejido.
Por eso cuando pregunto por el sentido de mi vida, me viene a la memoria todo lo que viví hasta ahora, y en esa suma reconozco que hubo momentos de serio riesgo, que dejaron marcas. Esas marcas y las vulnerabilidades que quedaron, son un recuerdo.
Tengo que enfrentar constantemente el desafío de resignificar mi vida. Esto es divertido, en algún sentido. Tengo que prestar extrema atención y cuidado a este niño que está aquí, que quiere aprender y enseñarme a seguir adelante. Por eso acepto todo lo que significa estar vivo. Es una posibilidad de felicidad en medio de circunstancias desafiantes

Recomienzo

El sueño se ha ido a dar una vuelta por ahí. Vienen muchas memorias.

La vida que viví, desde el comienzo hasta este momento. Esto es ya decir mucho. Muchos hechos, acontecimientos, situaciones. Personas, lugares, aprendizaje. En particular, cómo es que he ido aprendiendo a reconciliarme con características de mi forma de ser, que ahora empiezo a ver como ventajosas.

Cosas que me hacían sufrir porque las rechazaba, como mi indecisión e inseguridad, mis miedos e incertezas, ahora como que ya se han ido haciendo amigas. O he ido viendo cómo de allí, de esas grietas o vulnerabilidades, viene una fuerza interior enorme, que me ayuda a vivir y a ponerme en movimiento.

Ya no necesito pensar que yo debería ser una especie de modelo de perfección, alguien que no tiene conflictos ni defectos. Nada de eso. Más bien al contrario, todo lo que antes creía que eran fallas mías que yo debería eliminar, hoy son mis aliados.

Cuanto más miedos e inseguridades, más como que se aumenta mi río interior, una sensación de falta de piso, sinsentido y abandono, que me fuerzan a ponerme en acción para enraizarme, presentificarme, juntarme, unirme de nuevo, ser uno otra vez.

Todas estas sensaciones tienen origen en mi historia de vida, en situaciones que fui pasando a lo largo de mi existencia. Hoy puedo decir que sin duda, agradezco todo lo que tuve que pasar, porque me fue habilitando para una vida más integrada y unificada.

Ya no vivo en una especie de fuga constante de la realidad, como era antes, que creía que debería ser otra persona, ser de otro modo, ser quien yo no era ni podría nunca ser, sino más bien que habito este ser que soy. Lo amo, me amo, en mi fragilidad, que me hace llorar frente a una flor o un pájaro que vuela frente a mí, o frente a esta misma condición de hipersensibilidad que antiguamente interpretaba como una falla o un defecto que debería eliminar o superar.

Ese llanto, esa emoción profunda, ahora comprendo que no es solamente oriunda de una sensación de inadaptación o inadecuación, sino más bien al contrario, es la reacción de mi ser profundo a la maravilla de la existencia. Es mi lado poético, que me entrelaza con todo lo que voy viendo y viviendo.

Puedo confiar más, como cuando era niño o joven. No necesito estar temiendo constantemente, ni pensando en la muerte. La muerte desaparece del escenario, y queda más bien esto que está aquí. Un instante fugaz que es eterno. Una condición original y primera que se parece mucho a un comenzar de nuevo. Es, en realidad, un nuevo nacimiento, que se procesa de instante en instante.

No es que viva siempre en un estado de felicidad o plenitud total, pero se parece mucho a eso. Todo mezclado. Un poco la inseguridad, el sinsentido, la sensación de inadecuación, inexistencia, ausencia y abandono, y la plenitud, la integración, el fluir integrado.

Es muy lindo. Es un juego, un cruce de palabras que van formando el tejido de la vida. Por eso me nutro de la poesía y la literatura, y me abro a la convivencia, como una especie de invitación a algo bueno que es continuo, eterno. Nunca sé muy bien qué va a ser. Pero es siempre bueno, inclusive cuando no sale como yo pensaba. La vida vuelve a su condición anterior, virginal.

Realmente

El día empieza a clarear. Llueve. Veo la silueta de un árbol, negra, contra el cielo nublado. Recuerdo algunas palabras de Adalberto Barreto, pronunciadas en el encuentro de formadores en Terapia Comunitaria Integrativa.  

Volcar nuestro conocimiento y experiencia, hacia nuestro propio bienestar. Aplicar lo que sabemos, para ser más felices. Amar más. Confiar más. Centrar la vida en el placer, en el disfrutar, y no tanto en el deber. Este cambio de eje me pone en dirección a mí mismo. Ya no soy más un ejecutor de tareas autoimpuestas o inculcadas por alguna programación social, sino más bien alguien que trata de priorizarse.

Todo mi ser se reorganiza hacia una vida más plena. He vuelto a ver mi rostro, dentro de mí. Veo que he pasado buena parte de mi vida defendiéndome de los demás. Tratando de esquivarme de amenazas que veía en la presencia de las otras personas. Ahora trato más bien de ver a los demás como necesarios.

No necesito vivir cediendo a lo que creo que debo hacer para agradar. Ni tampoco necesito vivir enfrentando a los demás como si yo debiera protegerme de algún ataque u ofensa. La vida puede ser más interactiva y colaborativa. Esto exige de mi parte actitudes atentas y flexibles. Ser capaz de ir viendo en cada momento, qué hacer, cómo hacerlo y por qué.

En la medida que voy escribiendo, me voy sintiendo mejor. Siento más realidad en mi estar aquí. Las palabras son el piso que me sostiene y por donde ando. Son el mundo en que vivo. No tengo apuro en terminar este texto, ni tampoco creo que se deba extender indefinidamente.

En realidad, me sucede de ver que mi vida es una intersección de palabras que están alrededor y adentro mío. Son textos que fui incorporando a lo largo del existir. Cuando escribo y cuando voy viviendo, las palabras de ese texto omnipresente me anidan, me alimentan, me dan fuerza y me sostienen.

Entonces me tranquilizo. Veo que todo está bien. Todo siempre está, estuvo y estará siempre bien. Mi vida es parte de una vida ilimitada que me incluye. Esto es algo concreto. Lo sé, en la medida en que voy viendo que las palabras que escucho, lo que hago y lo que siento, lo que voy percibiendo, el camino por donde voy, son la textura misma del universo. Son la composición mínima y esencial de que todo está hecho. ¡Buen día!

 

Volviendo

Hacía tiempo que no me sucedía: estar feliz simplemente por el hecho de estar aquí. Y ser esto algo tan sencillo como lo dice la expresión “estar aquí”. Estar aquí no significa, en este contexto y en este momento, meramente que mi cuerpo está en un determinado lugar, haciendo ciertas cosas, pensando de una determinada manera, etc. Trato de adentrarme en la sensación exacta, dada la novedad de la misma. Siento que es necesario que me apropie de ella antes de que se pueda llegar a ir.

Antiguamente, o comúnmente, me sentía feliz porque estaba haciendo algo, o pensando de cierta manera o sintiendo ciertas cosas. Ahora no, ahora es diferente. Estoy feliz porque estoy aquí. Y estar aquí significa para mí, estar en mí mismo, ser yo mismo. Esta es una sensación que se ha venido acentuando en estos últimos años, desde que me empecé a integrar a la Terapia Comunitaria Integrativa y en ella. Empecé a dejar de tener una sensación de extrañamiento y disociación a la que me había venido acostumbrando a lo largo del tiempo.

Desde que empecé a participar de rondas de TCI en João Pessoa, en 2004, y a partir de entonces en cursos de formación –y encuentros de formadores– en TCI en Brasil (Paraíba, Mato Grosso), Uruguay y Argentina, cada vez más fui teniendo la sensación de que estaba volviendo a mí. Volviendo a ser yo mismo. Sé que esto tiene que ver con el hecho de que en estos encuentros, fui y sigo procesando el hecho de que estoy vivo después de la atroz matanza perpetrada en Argentina por la dictadura de Videla.

Desde la primer ronda de TCI de la cual participé en el barrio de los Ambulantes, en João Pessoa, fui recuperando partes de mí que habían quedado afuera desde el momento en que se dio el golpe de estado de 1976, y perdí mi condición de estudiante de sociología, en medio de un cuadro de miedo generalizado y especificado cuyas secuelas, sin que me diera demasiado cuenta, se perpetuaron por largo tiempo. En la medida en que fui integrándome a la convivencia con personas que también habían pasado por grandes pérdidas, y sin embargo estaban alegres y con esperanza, me fui permitiendo también, ir volviendo.

Este proceso continúa. No creo que haya terminado, pues cada vez me llegan sensaciones nuevas. Algo que había creído que se había perdido para siempre, está intacto, y me permitiría decir, aún más nuevo. Renovado. Es la sensación de que la vida es indestructible. Nada puede romper definitivamente eso intangible que es el vivir. Pueden darse serios golpes a la inocencia y a la fe simple que todos tenemos o tuvimos en algún momento, pero la planta vuelve a crecer. La vida vuelve una y otra vez.

Por eso es que ahora, en este justo momento, siento lo que siento: la alegría de estar aquí. Y estar aquí, es como estar en un lugar intocado. Tan bello que nada lo puede destruir. Es mi propio ser. Es la persona que soy. Es el estar otra vez en el seno de una familia con la cual y en la cual he ido creciendo. Sé que esto tiene que ver con el hecho de que he venido pasando tiempos más largos en Argentina, en diferentes localidades. Allí he ido encontrando personas con las cuales se han ido creando afectos.

He encontrado en muchas de estas personas, ecos de quien fui y sigo siendo. He recibido un reconocimiento que me ha devuelto a mi propia historia. Me han devuelto a mi propia persona. Esto no tiene precio. He comprendido, no sólo intelectualmente, sino integralmente, que tiene, tuvo y tendrá siempre sentido haber sobrevivido. Sé que la reciente masacre de docentes en el Estado de Paraná, Brasil, tiene que ver también con estas sensaciones que comento.

No se puede golpear impunemente a profesores en la calle, como si fueran basura humana. La profesión docente es clave en el desarrollo humano de todas las personas. El ver los rostros sangrando de mis colegas, me tocó y me toca profundamente. Me acordé de los tiempos en que esos rostros sangrando eran los de obreros y estudiantes de la Argentina que resistía a la dictadura de Onganía, el mercenario asesino. Hoy, desde este lugar, expreso mi más ferviente deseo de que el gobernador José Richa, de Paraná, Brasil, sea juzgado junto con todas las demás autoridades responsables por la masacre de profesores.

Aprendiendo

Yo no nací para sufrir, pero el dolor me puede hacer crecer. La frase de Adalberto Barreto le llegara, oportuna, a esa hora de la tarde. Yo no nací para sufrir, pero puedo crecer con el sufrimiento, si es que tengo la humildad necesaria para aprender. No hay algo como un manual que me garantice la perfecta felicidad, pensaba. Uno intenta acertar, y se equivoca.

Muchas veces me he equivocado, dañando a personas que amo. Personas que me aman, me han dañado también, no intencionalmente. Esta mañana sentía una tristeza. Una desazón. Desasosiego. ¿Será que no me permito equivocarme? Me hizo daño lastimar con palabras los sentimientos de una persona muy querida. Me hizo daño. Sentía esta tarde esa tristeza. Esa y otras tristezas.

Las tristezas son como el agua que queda retenida en las barreras aluvionales de la montaña, y de pronto bajan todas juntas. Un desastre. Carta correcta para la persona equivocada. Sólo puedo perdonar si comprendo. El pasado vuelve y reacciono no a lo que está aquí, sino a lo que fue. Mis errores me hacen humilde. Sé que no soy un super-hombre, ni alguien perfecto. Necesito saber esto. No soy un super-hombre ni un ser perfecto. Soy alguien que trata de acertar. A veces acierto, otras no. Mis padres también, a veces acertaron, otras no.