Arquivo da tag: Autenticidade

La espiritualidad de Charles de Foucauld

Escuchar estas palabras me remite al tiempo en que anduve acompañando a Dom Fragoso por los caminos de las periferias de João Pessoa.

Esta conferencia invita a una vida orientada a la autenticidad, la escucha de nosotros mismos, mismas, la obediencia a la propia consciencia.

Fonte: Pablo D’Ors, no YouTube

Mudança de olhar

Velho hábito me traz para este espaço ao começar o dia. O prazer de ver o sol raiar.

Uma oportunidade para, mais uma vez, ensaiar alguns passos na direção do bem a alcançar.

Não consigo falar no abstrato, no genérico. Para mim, se trata de chegar um pouco mais perto da felicidade. A plenitude. O ser autêntico.

Para isto, deverei prestar atenção ao que me faz bem. Aquilo que me traz satisfação. O que dá sentido à minha vida.

Isto dá uma orientação aos meus passos. Consistência. Integração com a minha história. O que eu elejo hoje, as minhas decisões de hoje, brotam do chão que percorri.

O que eu quero, o que me faz bem, me orienta e direciona. Não me obrigo a repetir constantemente as mesmas escolhas, sempre. Trato de manter um olhar conectado com o que está aqui.

Vejo que muitas vezes preciso mudar de olhar. Ver as coisas de outra perspectiva. Isto é o que chamo de olhar poético. Deixar que a realidade venha, se mostre, então posso fluir melhor.

Tinha fixado a minha leitura de mundo e de mim mesmo, da minha história, e isto me deixava preso. Posso agora manter a minha integridade, sem necessidade de ficar repetindo sempre as mesmas coisas.

Uma visão fixa esconde o que é. Quando eu deixo a realidade vir, venho com ela. Remoço, renasço, abre-se outra possibilidade.

Soy lo que escribo

Escribo como quien respira. Muchas veces escribo aunque no tenga nada que decir. Llegar a la hoja es como verme en un espejo. Ver la vida como es.

Decir por ejemplo de mi alegría al volver a encontrar a mi peluquero después de más de un año. La sensación de andar por las veredas del barrio.

La evocación de ya tantas idas y venidas por el inmenso tejido de João Pessoa. Barrios. Personas. Lugares. Sensaciones. Sentimientos. Todo se junta y se consolida.

Cuando escribo salgo de una sensación como de extrañamiento. Aquí lo eterno vivido es concreto. No son elucubracioes sino experiencia. Intentos y tropiezos. Caídas y recomienzos.

Dejé de leer el libro de Raúl Pompéia, “O Ateneu”, ya que me recuerda cosas que preferiría  olvidar. Leo por placer, como Borges también hacía.

Al leer voy descubriendo maneras nuevas para mí, de decir las cosas. La vida sale de una condición fictícia y se hace real.

Lo real vivido, que integra lo interno y lo externo, se muestra en toda su riqueza y plenitud. Un libro remite a otro, este a otros, y así sucesivamente.

La literatura integra la vida, así como también lo hace la escritura. Cuando leo lo que escribo salgo de una sensación como de vacío. Mis escritos dicen de mí más de lo que yo quise decir.

Cualquiera de mis escritos tiene esta cualidad. Esto me alegra y me sorprende, una vez que es un ejercicio plenificante. Me doy cuenta de por qué lo que escribo toca a la gente.

Soy lo que escribo. No necesito ser otro cuando escribo. Soy yo mismo. Lo mismo me sucede en las relaciones sociales.

Aquí un poco menos, talvez debido a condicionamentos antigos que aprendo a ver y a dejar de lado muchas veces. Entonces el instante, todos los instantes, van siendo cada vez más plenos.

Muchas veces mis escritos anticipan lo que soy, revelándome lo que desconozco. Así me libero, me renuevo, renazco, en esta mi lenta etapa de ir hacia lo que me espera al final del camino.

Un demorado y disfrutado recoger frutos. Así se suspende la muerte, y aprendo que lo que más tememos como humanos, es la no aceptación.

Me abro espacio de distintas maneras, como hice siempre. Reconozco mis distintas modalidades o identidades que, sin embargo, componen un único y potente yo.

Mis textos tienen frecuentemente el carácter de pinceladas o bosquejos. Siempre contienen más que mi propia visión o relato de experiencia, ya que se nutren de una vida rica en contactos y colaboración recíproca.

Veo “en la etapa postrer de la pendiente,” como dice Belisario Roldán en su poema Las rosas crepusculares la belleza de este tiempo singular del crepúsculo, que es un nuevo amanecer.

Este ahora

Hay unos días en que la persona está, por así decir, en estado literario. Esto lo he dicho ya varias veces, y lo seguiré diciendo, pues hay varias cosas que se repiten, y así como todo o muchas cosas se repiten, yo también me repito. ¿No te has dado cuenta de lo linda que es la repetición?

Esta mañana bien tempranito, cuando todavía era de noche pero ya se notaba que el día estaba por empezar, se escuchó el canto de un pajarito. Ese canto fue la señal inequívoca de que la noche se estaba yendo y el día estaba por empezar.

Escribir o hablar, a veces se hacen muy trabajosos, porque uno tiene que ir buscando palabras o expresiones alternativas, para no tener que repetirse. Lo que quería decir, y debo intentar decirlo antes de que ya no sepa más qué es lo que quería decir, es que muchas veces, cada vez más, el mundo literario me viene incluyendo.

Inclusive, y esto no es sólo un juego de palabras, en cada pequeña cosa de la vida diaria. Si te vas a dormir, te viene el recuerdo exacto del personaje de No camino de Swann, que estás leyendo ya hace varios días.

Y justamente en ese libro, leías el otro día, como ese tal Swann, tan pintorescamente creado o retratado por el autor, tenía una nariz aguileña, y otros trazos que el autor muy bien describe, al punto de él mismo decir (el autor, no Swann), que las personas que encontramos en lo cotidiano, vienen como que a encajarse en la idea que nos hemos hecho de ellas.

Esta descripción, en todos mis años de sociología, apenas la encontré de raspón (y muy dificilmente) en alguno de los cientos de libros que tuve que leer para llegar a adquirir el diploma profesional. Y los autores o autoras, siempre hay que agregar, unos y otras, o las otras y los unos, van creando climas y ambientes en los cuales uno se va incluyendo más y más.

De pronto es Lya Luft en las Múltiplas Escolhas, o José Saramago, en El hombre duplicado, Arthur Clarke, en A cidade e as estrelas, o Ray Bradbury, en El vino del estío, que van reponiendo una sensación de normalidad para os mortales, que los intelectuales se empeñan en deshacer.

Dice Saramago que aunque nos quejemos de que nos cuesta decidir, lo hacemos a toda hora. Esto lo sabemos, pero nos hace bien que alguien lo diga. Y que ese alguien sea alguien que nos incluye, no que nos viene a criticar o a censurar, o a decirnos: ¡por qué sos tan indeciso o tan indecisa!

Recuerdo que Jorge Luis Borges decía que los seres humanos tendemos a contradecir lo que nos quieren imponer. Y es así, de hecho. Julio Cortázar decía que él siempre se había sentido contenido en los libros que leía, y que esto difícilmente le ocurría en el llamado “mundo real.” Estas cosas nos hacen pensar, deben hacernos pensar, en la enorme importancia que tiene la imaginación para la felicidad humana.

Mientras los sistemas de creencias y las ideologías, así como un cierto sentido común (no todo, pero hay uno abominablemente reaccionario y cuadrado) nos vienen a querer obligar a creer en cosas que alguien cree que debemos creer, por nuestra parte, podemos y debemos hacer el esfuerzo contrario, de crear mundos y más mundos libres, sueltos, a nuestra propia imagen y semejanza.

Mundos plenos, unitivos, justos, bellos y armoniosos, en mi caso. Pues no concibo utopías para el mal, sino solamente para el bien. La literatura nos reconcilia con nuestra humanidad, nos abre espacios donde podemos ser quien somos, y no sentirnos forzados a ser lo que otros piensan que debemos ser.

Escribo para

Escribo para tener un lugar donde vivir. Para testimoniar el viaje en el laberinto. Para tener un lugar donde reconstruirme cada vez que la vida me destruya. Escribo como se crea un país.” Así dijo una vez Anais Nin*, cuando le preguntaron por qué las personas escriben. (No es una cita textual, pero es lo que me quedó en la memoria).

Creo que todas las personas que escriben, lo hacen por alguna de estas, y por otras más, sin duda muchas más razones. No que estas sean pocas, más vale al contrario. En mi caso personal, resumen casi todo lo que me viene llevando a escribir, desde hace ya muchos años.

Tener un lugar donde vivir. Muchas veces no tenés un lugar en el mundo externo, demasiado cosificado, demasiado superficial, sujeto a convenciones que no te dejan respirar ni moverte, expresarte, ser vos mismo. Testimoniar el viaje en el laberinto.

¿Quién no se sorprende del existir humano, de la naturaleza, del milagro, del sorprendente hecho de estar vivo en este mundo, de haber conocido lugares y personas, vivido tantos hechos hasta llegar hasta aquí?

Cuando uno escribe, resguarda lo vivido del olvido, de la mecanización petrificada que tanto temía Max Weber. Uno pude guardar, como hacían Ray Bradbury o Julio Cortázar, recuerdos de distintas maneras, muy precisas y detalladas, como si fuera en frasquitos o en botellas.

Un día, revolviendo los papeles o cuadernos, los podés volver a encontrar: “Viaje a Villavicencio con Daniel.” “Mary”. “Biblioteca de Chogo y Mamina”. “Llanquihue”. La memoria guarda todo, pero si le prestás atención, se queda bien grabado.

Tener un lugar para reconstruirme cada vez que la vida me destruya. Aquí se abre un espacio muy grande de sobrevivencia. Hay muchas cosas que a uno lo destruyen. Uno puede hacer listas grandes, y descubrir que cada vez que la vida nos golpea, podemos crear de inmediato, una especie de contragolpe escrito, un refugio literario o poético.

¡Cuántas flores no han nacido de la capacidad que tenemos los humanos, de crear belleza a partir del dolor!

* Anais Nin. Em busca de um homem sensível (São Paulo: Ed. Brasiliense, 1984)

Você é quem você é, ou quem os outros esperam que você seja?

Você é quem você é, ou quem os outros esperam que você seja? A pergunta se repete três vezes. Você é quem você é, ou quem os outros esperam que você seja? Você é quem você é, ou quem os outros esperam que você seja? Esta não é uma pergunta para ser respondida. É uma pergunta para ser acolhida, para ser escutada com a totalidade do nosso ser. Quando eu a escuto, quando eu recordo na minha mente e no meu coração esta pergunta, eu sei que eu sou quem eu sou. Eu não posso ser senão quem eu sou. E evidentemente que o Prof. Adalberto Barreto (1) sabe que é assim. Mas eu posso ter esquecido. Eu posso ter me confundido com fatos do meu passado, aos quais me colei e achei que eu fosse aquilo. Eu não sou aquilo.

Eu não sou o meu passado. Eu não sou os fatos dos quais saiu esta criatura que escreve estas coisas. Eu sou o que eu sou. E quando eu percebo que eu sou quem eu sou, há uma paz, há uma tranquilidade muito grande no meu ser. Porque verdadeiramente eu sou quem eu sou. E se eu me confundi no passado com alguns fatos do meu passado, no presente posso escutar novamente esta pergunta libertadora, e saber, sem sombra de dúvida, quem eu sou.

Eu entendo que esta pergunta pelo ser não indaga por uma resposta. Ela é uma resposta. Ela é a resposta, é a resposta libertadora, a resposta do ser autêntico que se acolhe a si mesmo e para si mesmo, na interioridade unitiva do ser. Quando eu percebo que eu sou o que eu sou, descanso de tentativas vãs de me tornar o que eu não sou, que geram rechaço por mim mesmo, geram auto-rejeição. Se eu sou este ser que é assim como é, está tudo bem.

Pode ser que ache que eu deveria ser melhor em algum aspecto, mas isto já gera algum barulho interno, gera alguma disconformidade com o que eu sou em verdade. Quando eu me aceito do jeito que sou, exatamente com as características todas que me constituem como a pessoa que eu sou, estou em paz. Posso mudar alguma coisa, alguma forma de agir, uma máscara social, mas isto tem um custo. Uma máscara exige esforço para ser mantida.

Um hábito mantido para agradar ou para se adaptar, pode gerar tensão, rechaço por nós mesmos. Pode até ser que seja necessário criar alguma adaptação para sobreviver em circunstâncias especiais. Mas isto deve gerar tensão, desconforto, barulho interior. Só o ser, o ser que é, é paz. É harmonia. Porque é unidade. E a unidade é simples, não é dois, não é dualidade.


(1) Adalberto Barreto é o criador da Terapia Comunitária Integrativa

Volvió el camino

El año de 2002, yendo a la montaña con María, volvió el camino.
Sentí esa frase y se lo dije. Era para mí, pero se lo dije. Seguimos en ómnibus hasta donde bajamos, cerca de Las Vegas, y esperamos bajo un sauce, que nos dieran carona.

Era eso. Volver a confiar, volver a creer que podías pararte al lado del camino que alguien pararía para llevarte adonde ibas. No dio otra. Paró un tipo en una camioneta, que nos llevó adonde íbamos.

En el viaje, el señor, que era una persona de alguna edad, talvez cincuenta años, nos contó que en la Argentina el mal eran los políticos, y que los iban a sacar a todos. Era una sensación de certeza, de triunfo.

De mi parte, era el volver a algo que fuera mío en mi juventud, y que ahora estaba allí de vuelta, había vuelto a ser mío, volvía a ser mío. Hoy han pasado siete años desde aquél día, y el camino ha vuelto, yo he vuelto, todo es como fuera antes, como siempre fue, como debe siempre ser, en mi corazón y en mí, en mi vida, aquí y ahora, en esto.

Una persona no puede distorsionarse indefinidamente, un día vuelve. Ahora con la terapia comunitaria, sé que estoy haciendo lo que debo hacer, del modo como debo hacerlo, y con quienes debe ser hecho. No hay sensación que se compare a esto.

Esta mañana caminaba por la playa y veía el sol naciendo atrás de las nubes en el horizonte. Era una alegría tan mía, tan vieja, tan buena. Uno no puede ser otro que el que es.

Nadie puede ser como los demás quieren que sea, aunque la presión para que así sea, es constante, y la lucha del individuo para mantenerse entero, también sea constante, y así debe ser, so pena de perecer, de doblarte, de dejar de ser quien sos.