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Anaïs Nin: Diarios

“Uno que haciendo una verdad de tanto andar diciéndola, convierte en pecadora su memoria por darle crédito a su mentira”

“Somos del material del que se hacen los sueños, y a nuestra poca vida la rodea un dormir”

“No tengas miedo; la isla está llena de ruidos, sonidos y aires dulces, que dan deleite y no dañan. A veces, mil instrumentos vibrantes zumbarán sobre mis oídos; y a veces voces, que, si entonces he despertado tras un largo sueño, me harán dormir de nuevo: y entonces, en sueños, las nubes me parece que se abren, y muestran riquezas listas para caer sobre mí; que, cuando despierto, pido llorando soñar de nuevo.”

“La tempestad”, William Shakespeare

La palabra es, acaso la magia del universo, en ella se encierra todo, el principio y el fin, el arriba y abajo, el cosmos entero, la palabra creo el universo y según los cabalistas existe una palabra para concluir su existencia, ambas, son palabras de Dios.

La palabra a veces no es dicha, se guarda y queda en la garganta, así sucede con los textos de Anaïs Nin y de Henry Miller, tengo una copa de un buen merlot, algo de Armand Armar para dar voz al sonido, un poco de queso e higos, el humo del cigarro forma extrañas formas, la ceniza son como fragmentos de palabras, de oraciones, de deseos, mis fosas nasales se abren y el aroma del cigarro y del tabaco las llenan, el higo toca con toda su sensualidad mi paladar, su olor es como el del deseo.

Mientras sujeto entre mis manos un sueño pidiendo que no se diluya y las deje nuevamente vacías. Leo a Nin y a Miller, solo, sin que tú estés conmigo para decirte y sentirte, para que tú me digas y me sientas.

Les dejo con algunas cosas de los “Diarios” de Anaïs Nin:

http://alejandro-ellugardetodos.blogspot.com.ar/2012/07/anais-nin-diarios.html

El lado de adentro

¿Qué diría? ¿Qué podría llegar a decir? Talvez lo de siempre. O no. Lo mismo pero no igual. Casi lo mismo, entonces. Pero no tanto. Un escritor es un tema y sus variaciones, dijo alguna vez Mario Vargas Llosa. Pero no es necesario recurrir a figuras tan importantes de la literatura latino-americana, para llegar adonde me parece que puedo querer llegar ahora.
Tal vez referencias más próximas, de esas que uno conoce personalmente, sean más adecuadas. Nunca me olvido de algo que le oí decir a Saraiva, un escritor paraibano, a respecto de por qué escribía: para decir lo que quiero. Lo que se me da la gana. Esta es una de las ventajas del lenguaje directo: todos lo entendemos. No hay dudas de qué está queriendo decir. Está queriendo decir lo que dijo, y punto.
Hace ya muchos años que tomé este camino de venir a la hoja, de decir lo que pienso, lo que voy viendo, lo que voy viviendo. Así fui recuperando mi lado de adentro, seriamente amenazado por la invasión de nociones externas no solamente sobre cómo debería escribir, qué debería escribir (las reglas que pululan en la llamada comunidad científica) sino, mucho peor; qué debería ser yo, o quién era yo.
Esta invasón externa me estaba matando. Yo no era yo mismo, era algo o alguien que habia aprendido a creer que era, pero que no era. Yo no era eso. Entonces, por sugestión de María, mi esposa, me puse a escribir. Escribir. Escribir y escribir, y no paré más. Era el año de 2001. Empecé a venir en la hoja, y a venir cada vez más, y a encontrar en las personas que me leían, señales de que algo estaba ocurriendo.
Algo importante: yo estaba volviendo, y había, hay un lugar para mí allí, en ese mundo externo donde hay gente que también se busca, gente que viene trabajando para ser ella misma, como yo. Así fui encontrando espacio en algunos medios electrónicos, lo cual fué fortaleciendo mi confianza de que estaba en el camino correcto. Un lugar compartido.
Espacios dialógicos. Varios de estos medios digitales fueron cerrándose, o tranformándose en otro tipo de espacios, ya no tan abiertos, y me fui quedando con menos espacios. Menos espacio. Menos lugares donde publicar, pero más claridad sobre lo que estaba haciendo. Tal vez termine por publicar solamente en mis propios blogs, como tanta gente ya lo viene haciendo. Pero por ahora todavá sigo apostando en lugares colectivos.
Lugares compartidos con gente que piensa diferente. Tengo una profunda aversión al sectarismo, no importa cual sea. Creo que lo humano es el dato básico de mi vida, el eje que me orienta. Y lo humano es diverso y contradictorio, plural. Así que no hay más remedio que seguir insistiendo sobre lo mismo. Seguir poniéndome en el papel y soltando las hojas al viento, como lo vengo haciendo.
Aquí y allí alguien me hace saber de sus sentires al leer lo que escribo, y esto va construyendo como que una escalera que nos aproxima. No es poco lo que debo a estas devoluciones que he recibido. Sin ellas, esto no estaría siendo escrito. Así como yo he ido encontrando mi lado de adentro, otras personas también lo han encontrado, lo siguen encontrando y buscando. El proceso es infinito. Tiene la duración de la vida. Así que es esto lo que quería decir. Y como ya lo dije, es hasta aquí que llegan estas líneas.

Poesía y poética

El artista genuino, además de aprehender el mundo y acceder a su autoconocimiento, es capaz de registrar su peculiar manera de conocer y de ser. No es extraño pues que genere una poética. Tarea muy interesante es carear las poéticas de los creadores de nuestro tiempo con la idea del poetizar gestada por un filósofo al que muchos consideran como la voz de los tiempos oscuros: Martin Heidegger.

Ha sido Heidegger el filósofo del último siglo que reabre plenamente las puertas de la filosofía hacia el arte, reconociendo en él las prístinas intuiciones que dan materia al filosofar reflexivo. Con este reconocimiento se cierra un periplo, dramáticamente abierto desde que Sócrates instalara el ejercicio autónomo de la razón como herramienta del pensamiento humano. Lo señaló Friedrich Nietzsche en un final de siglo que tuvo alguna semejanza con el final del siglo XX.

Heidegger, continuando y profundizando el impulso romántico, y devolviéndole su significación plena, reclama esa palabra fundante de los presocráticos. El filósofo alemán hace una apelación a modos de conocimiento no puramente intelectuales como la percepción, la afectividad, la imaginación, la voluntad, que aparecen fundidos en la intuición creadora.

Heidegger nos enseña a visualizar el ser del hombre (Dasein) como un estar siendo que se proyecta por vía de la intencionalidad y la trascendentalidad. Su propio pensar es intuitivo y circular, y prefiere la expresión metafórica. Podemos notar hasta qué punto viene a recobrar los enunciados clásicos, cuando observamos que su concepto del arte se apoya en la teoría de la verdad como alétheia, es decir como revelación, y no como adecuación de términos del discurso. Este cambio de plano significa un acceso a otra forma de racionalidad.

Se hace presente en el pensamiento de Heidegger ese doble movimiento del Ser que se oculta o manifiesta, y el alma que reconoce, busca y crea no por imitación de las formas sino por imitación del impulso creador. Heidegger propone una vuelta al origen, una Kehre que acaso podría traducirse como conversión, pues no se trata de una vuelta al pasado sino al origen o fundamento, manteniendo esta noción al margen de los fundamentalismos agresivos.

El poetizar sería, para el filósofo, la actitud humana válida por excelencia, aquella que permitió a Hölderlin afirmar:

No por sus méritos, que son muchos, sino poéticamente habita el hombre en la tierra…

Por su parte María Zambrano, formada en la filosofía de Husserl pero más en Ortega, Zubiri y Massignon -cuando no en Machado, Emilio Prados y Lezama Lima- revive profundamente la filosofía del orfismo al dar definitivamente ese paso que va de un filosofar al modo occidental a un filosofar contemplativo y poético. En su obra no podían faltar las figuras míticas de la iniciación helénica: Ariadna, Diótima, Orfeo. Su Antígona, obra no incluible en una nómina de textos filosóficos canónicos, revela la hondura con que la pensadora malagueña se hace cargo del mito recogido en la tragedia homónima de Sófocles. María Zambrano vuelve a relacionar la filosofía existencial con el pensamiento de Plotino, San Agustín, Clemente de Alejandría, Orígenes, San Juan de la Cruz, Dante, Miguel de Molinos y Santa Teresa. Enlaza a los avances de la fenomenología con la vasta familia de los filósofos órficos, los poetas y los místicos.

Recordaré, con la autora española, el aspecto mediador de Orfeo entre los infiernos o mundos inferiores y los superiores.”No creo que se pueda ascender sin dejar algo abajo”, dice en uno de sus escritos autobiográficos. Y ello es también aplicable a los tiempos de crisis espiritual que vivimos. Podemos verlos como etapa terminal sin redención, o bien como paso por tramos difíciles y necesarios. Y es en esa oscuridad o vado por zonas infernales donde Orfeo -es decir el arte, la poesía- se afirma como el espíritu triunfante sobre la disolución y la muerte.

Extraído del libro La poesía, un pensamiento auroral, a ser publicado por la editorial Alción, de Córdoba, Argentina.

Eduardo Azcuy, un pensador de la aurora

El pensamiento de Eduardo A. Azcuy en su libro Asedios a la otra realidad.

La obra poética y de pensamiento de Eduardo Azcuy (1926-1992) no ha merecido aún toda la atención que merece, hecho que no es raro en un medio intelectual decaído, que incurre en el olvido de sus mejores protagonistas. Su último libro, póstumamente editado –Asedios a la otra realidad, Kier, 1999- encierra un grupo de ensayos audaces en su propuesta y rigurosos en su fundamentación, que son a la vez una síntesis de su pensamiento, diversificado a partir de la década del `50 en el múltiple cauce de la poesía, la filosofía y la ciencia.

Azcuy es fundamentalmente un poeta, y con ello quiero ratificar que el poeta es un hombre de conocimiento y no el que entretiene con bellas imágenes a la sociedad.

Pero no todo poeta alcanza a proponer un espejo reflexivo de su propio quehacer, legitimándolo como vía de conocimiento y abriendo un diálogo con otros tipos de discurso como lo hizo Azcuy. Produjo tres libros de poesía, dos de ellos en plena juventud, Poemas para la hora grave (1952) y Poemas existenciales (1954), y el tercero, Persecución del sol (1972), en su madurez. Su poesía muestra al escritor tempranamente desvelado por el sentido de la vida y la muerte, la búsqueda del sentido, y la conciencia del poetizar como ejercicio simbólico inherente a la plena realización humana. Durante toda su vida, Azcuy fue un lector infatigable de la filosofía antigua y moderna, y de obras de antropología, religiones, psicología profunda y ciencias en general, disciplinas a las que sumaba el aporte de su propia experiencia poética, es decir una intuición viviente y una aguda introspección. Esta atención a los procesos interiores lo condujo a evaluar permanentemente el proceso poético, y a constituirse en defensor de la relación poesía-verdad, negada por la Ilustración europea y recobrada por la fenomenología en el siglo XX.

Su obra El ocultismo y la creación poética, publicada en 1966, fue premiada al año siguiente por la Sociedad Argentina de Escritores en la Fiesta de las Letras, con un jurado que presidió el ilustre y también olvidado escritor Lysandro S.Z. de Galtier. Esta obra, que suscitó el entusiasmo del poeta venezolano Juan Liscano, fue reeditada por éste en Venezuela, en 1982, y ha llegado a ser un libro de cabecera para muchos poetas del continente.

Autodidacta – como lo fueron muchos de nuestros grandes, desde Lugones a Arlt, Marechal o Borges- Azcuy se sentía impulsado por una honda y diversificada inquietud gnoseológica que lo llevó continuamente a sobrepasar el marco libresco en aventuras poéticas y vitales. Se convirtió en estudioso de las tradiciones, indagador de ritos y mandalas de diferentes culturas, y estudioso de mitos antropogónicos como lo muestra su obra Los dioses en la creación del hombre.

Su libro Arquetipos y símbolos celestes (García Cambeiro, 1976) contiene algunos de sus trabajos más importantes sobre el tiempo, el hombre y el símbolo. Últimamente fue para mí una satisfacción el comprobar que dos estudiosas latinoamericanas, la chilena María Eugenia Urrutia y la ecuatoriana Zheila Henriksen, habían consultado con provecho este libro para sus respectivos trabajos sobre Rosamel del Valle, y sobre Borges y Cortázar.

Su preocupación humanista y educativa lo condujo a estudiar en profundidad los efectos no deseables de la era electrónica, que apenas alcanzó a entrever, y a formular graves advertencias que aún hoy guardan actualidad, en su libro Juicio ético a la revolución tecnológica, publicado en España, después de su muerte, por el Padre Luis Capilla.

Asedios a la otra realidad, obra publicada a fines del 99, vino a abrir una ventana hacia aquella realidad oculta de la que hablan siempre los poetas. Tipificada como un motivo literario, reiterada como un “lugar” poético y añorado, la imagen de otra realidad es una constante de la poesía antigua y moderna. Sólo una mente tocada por la Poesía puede otorgar realidad de verdad a la imagen, al descubrimiento a-racional, a los vuelos del alma. Buscaba Azcuy, y este libro lo pone de manifiesto, caminos de convergencia e integración entre modalidades distintas del conocer. Prestaba oído a las conquistas de la ciencia física y biológica, sin pretensión de compartir lo más íntimo de un santuario que había venido a sustituir para muchos el de la fe, las mancias, e incluso el arte y la poesía que surgieron como herederos de un pensamiento no- racional. En Azcuy prevaleció siempre el equilibrio, fue tan ajeno a la tentación irracionalista como a los excesos de esa otra forma de locura que mecaniza el pensamiento racional, elimina el sueño o resta significación al sentimiento.

Había estudiado profundamente el proceso creador de grandes poetas europeos que fueron los maestros de la generación del 40, de la cual ambos nos sentíamos discípulos y seguidores; esos maestros eran los metafísicos ingleses, los románticos alemanes y franceses, los simbolistas y post-simbolistas: Novalis, Hölderlin, Nerval, Rimbaud, Rilke. También leyó con admiración a Lugones, Borges, Marechal y Sábato, y se abrió en sus últimos años a numerosas lecturas sobre ciencia y nuevas tecnologías.

A Arthur Rimbaud dedicó el escritor su último libro publicado en vida, Arthur Rimbaud: la rebelión fundamental, que editó en 1991 el poeta Víctor Redondo, como contribución al Centenario de la muerte del poeta de las Iluminaciones. Le dio honda satisfacción ver editado ese libro en cuyos capítulos, parcialmente publicados, había trabajando desde su juventud.

El giro de su pensamiento, finalmente volcado a líneas antiguas y tradicionales, fue marcado fundamentalmente por su lectura de Federico Schelling, el gran pensador romántico que en pleno auge de las Luces pretendió constituir una filosofía del mito, y por F. G. Nietzsche, genial acusador de la Modernidad.

Muchas veces le oí decir que el pensamiento romántico era una cumbre en el devenir de la humanidad. Y su obra lleva la marca de esa filosofía reivindicadora del pensamiento arcaico, del “logos oscuro” como lo llama Jesús Moreno Sanz, de lo simbólico y ritual que permanentemente asedia el poeta a partir de intuiciones prístinas. No se limitó a alentar estéticamente tales intuiciones. Las revalidó sumándose a esas defensas de la poesía que circulan desde la Antigüedad, pero no en la manera retórica de Horacio y Quintiliano, sino en el modo iniciático de Virgilio y Dante. Ese pensamiento poético, nutrido en la poesía y la filosofía dentro del marco de una fe religiosa, bien podría llamarse seminal como lo denominaba Rodolfo Kusch, de quien fue Azcuy tan amigo, desde 1969 hasta la muerte de Kusch en 1979.

Asedios a la otra realidad muestra las distancias y también los puentes que relacionan al pensamiento poético, al que Azcuy denomina cálido y participativo, con el pensamiento científico, calificado de frío y distante. No ignoraba las posibilidades de una integración de opuestos siempre ambicionada por los pensadores de todo tiempo, aunque algunos de ellos dieran anticipadamente por concluida la etapa del mito y de las artes. Su planteo profundo consiste en devolver a la órbita del conocimiento y de la vida un orden que permita rescatar lo fundante y primario, colocando en su justo lugar lo reflexivo e instrumental. En sus últimos años juntos fuimos transitando los tramos de esa renovación cultural que ambos reconocimos señalada por la fenomenología de la existencia. Leía incansablemente a fenomenólogos de la cultura como Scheler y Mircea Eliade, y a un maestro que excedió los límites de la psicología como Carl Gustav Jung.

Pero este libro no se limita a plantear cuestiones de alto interés gnoseológico y epistemológico. Lo veo, como a todo el pensamiento de Eduardo Azcuy, por una preocupación ética y política. Asedios a la otra realidad, gestado -como su libro anterior, Juicio ético a la revolución tecnológica- en su última década, evidencian una constante preocupación humanista, una acuciante pregunta por el destino del hombre en nuestro tiempo, y una búsqueda de respuestas filosóficas, epistemológicas, políticas.

Eduardo Azcuy se hallaba lejos del perfil de un poeta exclusivamente dedicado a perfeccionar un lenguaje, o del especialista ceñido a disciplinas excluyentes. Por el contrario, fue un hombre hondamente comprometido con la situación del hombre y con la humanidad por venir, en nuestro tiempo conflictivo. Lo obsesionaba el futuro de la juventud, lo desvelaba la idea de construir defensas para la cultura ante la posibilidad de un tiempo de barbarie tecnológica y pérdida de objetivos realmente humanos. Más allá de sus aciertos puntuales, este libro tiene el mérito de crear un ámbito de discusión, un lugar desde donde otear desprejuiciadamente los caminos de la cultura, y una advertencia sobre los autoritarismos de un lado u otro, y sobre la creciente trivialización o mecanización de la vida. Estos planteos evidencian su posición avanzada y lúcida en el momento de gestación del libro, la década del 80.

Azcuy prestó atención a los mensajes de una ciencia de avanzada que parece hacer suyas las afirmaciones de antiguos legados, las intuiciones metafísicas, o las experiencias llamadas sobrenaturales, pero sobre todo puso oído en su propio corazón, inflamado de amor, voluntarismo y generosidad. Pareciera que los tiempos han profundizado los males que anunciaba, y otorgado mayor vigencia a su pensamiento. En estos momentos de crisis y disolución de viejas estructuras, resuena su esperanza en el próximo límite de una etapa y en la iniciación de un nuevo tiempo para el hombre.

Presencia

De pronto uno quisiera decir alguna cosa, escribir alguna cosa que pudiera estabelecer un contacto con alguien que está ahí, que podría llegar a estar allí. No para decir algo determinado, sino simplemente para estabelecer un contacto. Quién sabe solamente para contar de cosas que pasan por aqui, y querer saber de cosas que puedan llegar a estar pasando por allí.

De pronto has pasado toda tu vida tratando de llegar, como dice Julio Cortázar en “Después hay que llegar” (1977). Has tratado de llegar y sigues tratando de llegar. Llegar no sabes bien adónde, pero llegar. Vas por la playa con tu amada y andas sintiendo la arena caliente bajo los pies. Ves a la gente nadando o simplemente estando allí.

Ha pasado ya tanta vida. Has vivido ya tantas cosas, tantos días. Todo está muy vivo en tu memoria. Y ahora vos, ahora vos aquí. Ahora vos, todavía vivo, aún vivo. Siempre vivendo. Siempre intentando un contacto con lo que está allí. Julio Cortázar se transformó para tí como que en una bandera. Una bandera de tí mismo. No una bandera de un partido, de una ideología, de una iglesia, de un grupo de salvadores de la patria.

No hay salvadores de la patria. La patria sos vos, como dice Hermann Hesse: “La patria no es allá ni acá, es adonde estás, o en ningún lugar.” Sólo te queda estar presente a tí, como has estado, como decía Gita Lazarte, tu madre. ¡Qué sabiduría, la de la madre! Vive presente a tí, como has vivido.

El hombre caleidoscópico

El hombre caleidoscópico. Sabía ser tantos y uno sólo. Una parte de ese infinito cristal de esa memoria, el Universo, como dice el poema de Borges. Te levantas a estas horas de la madrugada, y empiezas a dejar que la palabra venga, que el río infinito empiece a definirte, hasta donde esto es posible.

Lo necesitas. Dejas que desde los confines del universo las telas que te constituyen se vayan tejiendo, hilo a hilo. Conoces el comienzo, allá en la lejana noche de los tiempos. Todos y todas duermen. Recuerdas a tu madre, tú ya eres.

No te puedes definir a no ser como el hombre caleidoscópico, alguien que gira con el universo, uno que es un primer motor, alguien que hace girar las estrellas a su alrededor.

Recuerdas los primeros tiempos, tus tiempos de niño y de joven, las jornadas que te llevaron a las profundidades insondables de tu propio ser y a la esencia íntima de las flores, de la gente, del cielo, el agua, el fuego, la tierra, todo lo que existe.

Hay cosas de ti que no comprendes ni aceptas, quisieras cambiar, ser diferente. Te apoyas en la sabiduría milenaria de la humanidad y de la creación. Eres parte de ese todo que se crea y se recrea a todo instante, pulsas con el cosmos.

Te dejas llevar por la plenitud de esta hora, de cada hora, de todas las horas. Recuerdas al hermano Damián, al padre Fragoso, tanta gente en tu vida. Todo está contenido en todo, recuerdas.

No hay una receta, y las hay todas, a cada instante, eliges caminos nuevos y viejos. Tratas de no repetir errores, te sabes santo y pecador, como todos y todas.

No apuestas en el error ni en la culpa. Buscas la verdad, cambiante, el amor, omnipresente, en ti y en todo lo que existe. El hombre caleidoscópico.

El poder libertador de la pregunta

Una pregunta abre un espacio. En la medida de que voy admitiendo más que no sé algunas cosas, puedo ir liberando espacio dentro de mí. Últimamente, he tenido la experiencia de verificar cuánto espacio interior se puede ir recuperando, al admitir algunas preguntas esenciales en mi vida.

Varias de ellas, originadas en la Terapia Comunitaria Integrativa creada por Adalberto Barreto. ¿Quién sos vos, vos sos quien sos, o quien los demás quieren que vos seas? ¿De donde viene tu fuerza? ¿Vos solamente has sufrido, o has crecido con tu sufrimiento?

Varias de estas preguntas son formuladas en encuentros de terapeutas comunitarios, otras, en vivencias de los cursos de Cuidando del cuidador. En todos los casos, lo que compruebo, es que importa más el espacio que la pregunta abre en la persona, que las eventuales respuestas que la persona pueda dar, o de hecho de.

No es que no importen las respuestas. Importan, sí, pero importa más el espacio que la pregunta abre. El espacio que la pregunta libera. Cuando uno tiene información sobre alguna cosa, cierra la puerta. Cuando hay una pregunta, o una duda, hay un espacio aberto.

En la medida en que yo pueda irme habituando a convivir más con las preguntas, más con la incerteza, más con el no saber, estaré más liviano, más apto para el caminhar por la vida. Las preguntas van generando un espacio interior.

Es como una mancha de aceite, como un movimiento interno que va desalojando prejuicios, va eliminando ideas falsas, saber ajeno internalizado. Los bloqueos que ocupaban mi espacio interior, van desaparecendo, voy pudiendo fluir mejor en el mundo.

No sé mucho sobre mí mismo, ni sobre la gente que me rodea, ni sobre el mundo o sobre Dios. Y este no saber, me abre a ese conocimiento sutil que la vida me va haciendo conocer. Es un saber tranquilo, que no ocupa lugar.

No me hace prepotente ni me distancia de la gente, ni de mí mismo ni del mundo. Me unifica sin que me de demasiada cuenta de ello. Me unifica conmigo mismo. Lo que antes estaba separado por la condena o por la culpa, es parte de lo que yo soy. Yo no soy solamente luz, nadie es solamente luz. Soy luz y sombra. Todos somos luz y sombra.

En la medida en que la semejanza entre lo que hay adentro y lo que hay afuera, se va mostrando más evidentemente, viene una especie de paz. Una especie de silencio. Y las preguntas, todas las preguntas, me van asemejando más a todo lo que me rodea, ese inmenso misterio irrespondibe, inexplicable.