Escribiendo

Pensaba sobre el escribir y el pintar, el dibujar. El poetizar, en general. El mundo literario y poético. Ayer estuviste en el cementerio, en el entierro de Mayra. En un momento, mientras ibas hacia el lugar donde sería enterrado su cuerpo, miraste unas pozas de agua que se habían formado sobre los adoquines en el estacionamiento. Mirabas el agua translúcida, transparente, que estaba llenando los huecos de las piedras grises.

En ese momento, supiste que si esa imagen se quedara en ti del todo, o si vos fueras esa imagen, tan bella y tan pequeña, tan perdida en el dolor de esa tarde de lluvia en que se lloraba la partida de la joven Mayra, te eternizarías, no morirías. Lo sentiste como una certeza, y esto ya no es nuevo en tu vida. Sabes que mucha gente ha buscado la inmortalidad, y el escritor y el poeta, el artista, la encuentran fundiéndose en lo bello. La partida de esta chica te trajera otra vez los colores.

Te pusiste con el bloc de hojas de papel telado que compraste en Paris, en la mesita de vidrio del balcón del departamento, y dejaste que los colores fueran encontrando sus lugares en la hoja. Sentías los colores como cuando eras chico. El amarillo, el rojo, el anaranjado que después pondrías en unas nubes, que fueron el segundo cuadrito. El verde, del que hicieras hojas y tallos de las flores para Mayra. Mayra. Mayra se fue. Ayer la enterraron y hoy sus flores y su recuerdo embalsaman esta casa. Son tres pequeñas flores que adornan el espacio que se ve cuando se entra al deparamento, un cuadrito tan pequeño que talvez ni siquiera algunos lo perciban. Pero esas flores tan chiquitas, son como que un regalo, un regalo de Mayra para tí, que se fue y se quedó.

Esta aqui. Estarán aquí para vos, Mayra, las flores que trajiste. Hoy pensabas en el escribir. El escribir de Cortázar, de Borges, de Fernando Pessoa, de Saramago, Vargas Llosa, García Marquez, León Felipe, Machado de Assis, Lovecraft y Bradbury. Es un rosario infinito. Los constructores del alma del mundo.

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