¿Qué es la verdad? (introducción y capítulo I), por José Comblin

INTRODUCCIÓN

“La verdad, Pilatos, es estar al lado de los pobres” – escribió Emmanuel Mounier. La verdad es muy simple. Hubo un tiempo en que eso era reconocido. Hoy ella fue rechazada, y volvemos a los problemas artificiales de los intelectuales.

Los problemas teológicos de hoy tienen relación con el conjunto de la teología considerada en su metodología, en su modo de pensar y en sus modalidades de expresión. La teología académica, que todavía prevalece, sigue un esquema que viene de la Edad Media. Ella se inspira en la filosofía griega. Pretende enunciar en fórmulas racionales, lógicamente conectadas, “la verdad”. Es justamente esa pretensión lo que el pensamiento contemporáneo y las otras religiones no pueden aceptar.

La teología griega exalta el valor de los conceptos los cuales se afirma que describen la realidad. En la realidad, los conceptos solamente describen o representan algunas porciones de realidad, correspondiendo a experiencias parciales y cuidadosamente delimitadas, separadas de otras experiencias. El concepto encuentra su utilidad en la ciencia. Quisieron hacer de la teología una ciencia. Esa posición es cuestionada hoy. Es preciso renunciar al proyecto de definir “la verdad”. Lo que nos es permitido es buscar caminos que conducen a la verdad, o por lo menos a una aproximación a la verdad. En esos caminos todas las religiones y todas las filosofías pueden proporcionar su contribución.

Por eso la cuestión fundamental de la teología hoy es: ¿qué puede ser una teología? ¿Cuáles pueden ser sus pretensiones y cuál debe ser su metodología, una vez superado el monopolio de la filosofía griega?

Capítulo 1 EL ANUNCIO DE LA VERDAD

Pilatos le preguntó a Jesús: ¿“Qué es la verdad”? (Jn 18,38). Jesús no respondió, porque Pilatos no estaba interesado en saber qué era la verdad.

A los discípulos, Jesús sí les dijo lo que es la verdad. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), En esa declaración de Jesús, la “verdad” está colocada en el medio entre el “camino” y la “vida”. Camino, verdad y vida forman una sola realidad, y cada palabra expresa un aspecto de esa realidad única. La verdad es el camino que lleva a la vida. Jesús dice que él es el verdadero camino, el camino que no engaña, sino conduce a la verdadera vida. La verdad aparece en el camino, ella está siendo buscada y esa búsqueda ya es vida, entrada en la vida. De ahí aparece claramente que la verdad no se reduce a doctrinas o teorías. La “verdad” quiere decir “realidad”, lo que realmente existe y da vida. No estamos en el orden de las ideas sino en el orden de la vida real de las personas. Jesús es quien da realidad a la vida humana. Esa realidad no es de orden puramente intelectual. La persona puede hasta no conocer el nombre de Jesús, pero si ella sigue el camino de Jesús, está en la verdad.

Jesús explica: “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6). El “camino” es don del Padre, y por eso solamente puede llevar a la vida. La vida es don del Padre. Esta es la verdad, la verdadera realidad de nuestra existencia, la razón que explica nuestra presencia aquí en la tierra.

Ahora bien, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús son vistos por el cuarto evangelio como un gran debate, un gran proceso, o, como dice el texto, un “juicio” entre dos contendores. Por un lado están todas las autoridades de Israel, todo el poder del judaísmo que se opone a Jesús, y, por otro, está Jesús completamente solo enfrentando a las autoridades, él que no tiene ningún poder humano.

Por un lado está la verdad y, por otro, la mentira. El adversario de la verdad no es la ignorancia o el error, sino la mentira. Jesús no viene para combatir la ignorancia o disipar el error, sino para denunciar y combatir la mentira. Por eso la afirmación de la verdad es un combate, toda vez que la mentira domina en este mundo. La mentira engaña a los pueblos y, por eso, nada se consigue sin luchar contra ella. Si la tarea fuese solo instruir a los ignorantes sería fácil. El desafío es la necesidad de descubrir, denunciar y destruir la mentira que predomina en este mundo.

La mentira enseña un falso camino que lleva a la muerte. Ella promete la vida, pero lleva a la muerte. Ella quiere tomar las apariencias de la verdad, pero es engañosa y Jesús viene justamente para desenmascarar el juego de la mentira, y mostrar el peligro: quien se deja seducir por la mentira, se condena a muerte, pierde la vida, desde ya en esta tierra y para siempre.

Jesús denuncia a las autoridades de su pueblo acusándolas de ser mentirosas. No se trata de algunas mentiras aisladas, mas son mentirosas en todo lo que dicen – el sistema religioso de ellas es todo mentira. La mentira abarca la totalidad de la religión que ellas dirigen. Jesús atribuye esa mentira al diablo. Le dice a las autoridades que ellas son hijas del diablo y expresan las mentiras de su padre, que es el diablo: “El padre de ustedes es el diablo, y ustedes quieren realizar el deseo del padre de ustedes. Desde el comienzo él es asesino y nunca estuvo con la verdad, porque en él no existe verdad. Cuando él dice mentiras habla de lo que es de él es, porque él es mentiroso y padre de la mentira. Yo hablo la verdad y por eso ustedes no creen en mi” (Jn. 8,44-45).

Las autoridades de Israel no creen en Jesús justamente porque él habla la verdad. No es por ignorancia o por error, sino porque la vida de ellas está toda orientada para la mentira y para la muerte. La señal de eso es que quieren matar a Jesús (cf. Jn 8,37).

Las autoridades de Israel están convencidas de que poseen la verdad y que Jesús está loco, porque las acusa de mentira. Sin embargo, Jesús denuncia esa falsa convicción como mentira. Tales autoridades dicen que enseñan la verdad, pero esa es la mayor mentira. Están mintiendo porque, en realidad, ellas anuncian la mentira y la muerte.

Jesús no acusa a las conciencias individuales de cada una de esas autoridades, constituidas por sacerdotes, ancianos y doctores. Jesús denuncia y ataca el sistema religioso de ellos – todo el sistema formado por el templo , con el sacerdocio y los sacrificios, el sistema moral y el dominio que las autoridades ejercen sobre los pequeños, imponiéndoles un yugo insoportable. A todo eso san Pablo lo llamará “ley”. Jesús vino para denunciar la ley que aquellas autoridades de Israel inventaron adulterando la verdadera ley de Dios. Jesús denuncia apasionadamente esa mentira porque sabe que el camino de esas autoridades conduce a la muerte. Esa muerte ya es visible en el estado de opresión en que están los pobres de Israel, lo que es la señal de la muerte definitiva. El sistema de las autoridades lleva a los pobres a la desesperación, haciéndolos caer en la peor ilusión, porque ellos, que se creen en la vida, en realidad están en la muerte.

Es bueno saber que evangelizar no es solo enseñar, comunicar una noticia que será bien recibida por todos. La verdad de Jesús encuentra una resistencia terrible. Si una predicación no encuentra resistencia, es poco probable que sea de Jesús. Jesús no vino para agradar, sino para salvar a la humanidad del reino de la mentira. La buena noticia es una denuncia, un desmentido. Ella desenmascara el sistema religioso dominante, denuncia las falsas “buenas noticias”. El evangelio de Jesús es la denuncia de los falsos evangelios que engañan al pueblo.

Es bueno saber también que la mentira puede estar en la religión, en un sistema religioso que falsifica el mensaje de Dios. Las autoridades de Israel invocan a Abraham y Moisés, dicen que trasmiten las enseñanzas de Dios, pero en la realidad ellas las deforman totalmente hasta el punto de enseñar lo contrario de aquello que Dios realmente enseñó. Jesús no denunció ni atacó a los ateos y a los paganos ni siquiera a Pilatos, porque ellos podían estar en el error, pero no en la mentira – no deformaban el verdadero mensaje de Dios – no atribuían a Dios lo opuesto de aquello que él había enseñado. La mentira estaba en el sistema religioso, que se decía defensor del Dios de la Biblia y no en el ateismo ni en las otras religiones.

No nos olvidemos que las palabras de Jesús tienen un valor permanente. Ellas no fueron dichas solamente para los oyentes de aquel tiempo, sino que revelan situaciones permanentes y ofrecen orientaciones para cada época de la historia. Eso quiere decir que el debate, la lucha entre la verdad y la mentira, continúan. La mentira está en el sistema religioso que se desvía del verdadero mensaje de Dios. La verdad solamente vence después de un largo combate. Ya no se trata mas del templo de Jerusalén, sino que debe haber otras realizaciones históricas de la misma lucha que Jesús sostuvo con sus adversarios.

¿Cómo podemos conocer la verdad? Jesús explica: “Si ustedes guardaren mi palabra, ustedes de hecho serán mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad os liberará” (Jn 8,31-32). Ser discípulo o conocer la verdad es la misma cosa. ¿Cuál es la palabra de Jesús? Ella es muy simple. La palabra de Jesús es su mandamiento y su mandamiento es simple: “Yo doy a ustedes un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Si ustedes tuvieran amor los unos para con los otros, todos reconocerán que ustedes son mis discípulos” (Jn.13,34-35). No se reconoce el discípulo por el hecho de que él sabe repetir lo que enseñó el maestro – como hacían los doctores de la ley. Sin embargo, todos pueden reconocer cuáles son los discípulos de Jesús por el amor que practican.

Las palabras de Jesús son el mandamiento de amarse los unos a los otros. Si alguien practica ese mandamiento, conoce la verdad. El discurso no basta para conocer. La lectura de la Biblia no basta. El conocimiento del catecismo y de toda la teología no basta. Para conocer realmente es preciso amar. El amor no es puramente acción. El contiene un conocimiento. Hay un conocimiento que no se comunica que no se trasmite de una persona a otra, siendo puramente personal. Cada uno necesita practicar el amor, si quiere saber lo que es la verdad. Cada uno debe hacer la experiencia. No se puede amar en lugar de otro, tampoco se puede conocer en lugar de otro y comunicar ese conocimiento.

Es bueno saber que los catequistas no pueden comunicar la verdad – no pueden comunicar a otra persona el conocimiento de la verdad. Tampoco los predicadores ni los teólogos pueden hacer eso. Pueden comunicar discursos humanos sobre Jesús, pero eso no torna conocida la verdad. Cada persona debe hacer esa experiencia, que solamente se consigue en el amor a los otros. Catequistas, predicadores y teólogos pueden suministrar elementos de reflexión como, por ejemplo, los evangelios; pueden trasmitir su propio conocimiento o colocar a los oyentes en condiciones favorables para que puedan hacer la experiencia del amor, pero deben dar a conocer que ellos no pueden hacer más que esto: convidar a los oyentes a entrar en el camino del amor.

La verdad puede no estar en la religión. Jesús declara solemnemente a la samaritana que la verdad es diferente. La verdadera adoración a Dios, el verdadero culto no es religioso: “Mujer cree en mí. Está llegando la hora en que no adorarán al Padre, ni sobre esta montaña ni en Jerusalén. Está llegando la hora, y es ahora, en que los verdaderos adoradores van a adorar al Padre en espíritu y verdad. Pues Dios es espíritu, y aquellos que lo adoran deben adorarlo en espíritu y verdad” (Jn. 4, 21-24).

El Espíritu sopla donde quiere, en cualquier lugar, no está limitado a un sistema religioso (cf. Jn. 3,8). De la misma manera, la verdad se realiza en cualquier lugar. La verdad es el amor al otro y este amor se realiza en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento. El verdadero culto se realiza en la vida común y en las relaciones humanas de cada día. Pasamos del registro de una religión separada de la vida habitual una religión de lo sagrado, a una religión de lo profano, dentro de los actos de la vida de cada día. No se trata de agregar actos religiosos o símbolos religiosos a los actos de cada día, ya que los actos de amor revelan la verdad y manifiestan, al mismo tiempo, dónde está la verdad. Ellos son la verdad porque en ellos está realmente la vida – y ellos son el camino. Quien sigue el camino de Jesús, está consciente de que vive la verdadera vida, y, por consiguiente, conoce la verdad. Está caminando en la verdadera realidad de la vida.

Eso no excluye que se practiquen actos religiosos o que se multipliquen símbolos religiosos. La religión puede tener un valor pedagógico, así como San Pablo habla de la ley como pedagogo (cf. Gl. 3.24-25). La religión debe transformarse para constituirse en pedagogía, pero debe evitar la tentación de engañarse pensando que ella es la verdad, el camino y la vida. La religión puede ser también la gran ilusión e incluso la gran mentira, cuando es usada para que la persona se sienta aprobada legitimada, justificada, así como aconteció con los fariseos del evangelio. Para ellos la religión fue el gran obstáculo, porque impedía que se abriesen al conocimiento de la verdad. Creían que su religión era la salvación del ser humano y del pueblo. Ahora bien, esa era la gran ilusión y la gran mentira, pues, en lugar de “conducir a Cristo” (Gl. 3,24), esa religión apartaba de él.

En Jesús, la verdad aparece con evidencia y claridad, inconfundiblemente. La persona puede pasar todavía por tiempos de duda o preocupación en virtud de la debilidad humana, pero no va a perder, incluso en la oscuridad de la noche, la luz de la verdad. Jesús usa la palabra “ver”, para definir ese conocimiento. Pues es un conocimiento directo e inmediato, claro, intuitivo, que no precisa ni de pruebas ni de confirmación.

“Nadie nunca vio a Dios” (Jn.1,18). Jesús se refiere allí a los tiempos anteriores a su llegada. Hasta la venida de Jesús, nadie vio a Dios. De la misma manera Juan repite en su carta: “Nadie nunca vio a Dios” (1 Jn. 4,12).

Pero ahora, “si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Desde ahora ustedes lo conocen y ya lo vieron” (Jn. 14,7). Ahora llegó la hora del ver. Esa visión está incluida en la visión de Jesús resucitado. “Cuando ustedes vuelvan a verme estarán alegres… En ese día ustedes no me harán más preguntas” (Jn. 16,22-23). “Dentro de poco, el mundo no me verá, pero ustedes me verán, porque yo vivo, y ustedes también vivirán. Ese día ustedes conocerán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí, y yo en ustedes” (Jn. 14,19-20).

Conocer la verdad, ver a Dios o ver a Jesús resucitado son sinónimos. No se trata de un modo de conocimiento de la vida cotidiana – conocimiento sensible o intelectual. Se trata de una forma de conocimiento que no tiene equivalente en nuestra experiencia común. Por eso, ese conocimiento no es accesible a todos, sino solamente para aquellos que viven realmente, o sea, que practican el mandamiento del amor.

No adelanta discutir o buscar convencer. Una persona ve o no ve. No adelanta forzar a alguien que no puede ver a ver. Solamente puede ver quien está en el camino de Jesús por el amor. Los demás no pueden percibir nada y solamente pueden explicar la visión de los otros como ilusión o locura. Ver la verdad no es como ver un objeto, o “ver” un raciocinio. Es un ver que envuelve a la persona toda, a la vida entera. No es una visión que se contempla un momento para pasar a otro objeto. Es una visión que acompaña a la vida. Ella no es exclusiva de otra visión. Al mismo tiempo la gente puede observar muchísimas cosas, conservando en el fondo ese conocimiento básico de la vida como conjunto.

En los capítulos siguientes vamos a procurar entender mejor cómo esas palabras de Jesús se aplican en nuestro mundo actual y en nuestra vida personal.

In: José Comblin, ¿Qué es la verdad?

Enviado por Enrique Orellana, de Somos Iglesia Chile/Opción por los Pobres

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