Empezar de nuevo

Había vuelto de viaje, pero de hecho, no había vuelto. El cuerpo ya estaba aquí, pero yo todavía estaba allá. Trataba de traerme, o mejor dicho, de dejarme llegar de vuelta, de dejarme venir. Trataba de estar aquí otra vez. Acababa de escuchar el canto de un pájaro. Estaba en mi casa en João Pessoa, que es un departamento en un barrio cercano a la playa. Ahora se escuchan los pájaros a lo lejos, en resonancia. Estas horas primeras son de una cualidad muy especial. Un poema de Fray Luis de León que mi padre me enseñó, lo dice bien: “Despiértenme las aves con su cantar suave no aprendido, no los cuidados graves de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio está atenido.” Enseguida hay ya otra vibración en el ambiente. A estas horas, cuando la luz del día recién empieza a mostrarse en el cielo y en la sala, hay como que otra calidad en todo.

Es un momento virginal. Uno puede vivir en este estado, que Fray Luis de León relata en su “Vida retirada”, y que yo ya registré en 1977, una mañana en Puente del Inca, cuando me di cuenta de que si me levanto a estas horas llego a un estado al cual ninguna meditación me puede llevar. Uno puede vivir su propia vida, una vida auténtica, si está centrado en su propio ser. Llegué de Mendoza el lunes a la madrugada, y ahora ya es jueves. Llegué pero no estoy aquí del todo. Ya voy a llegar. Yo sé que voy a llegar. Pasó algo muy lindo estos días pasados en Mendoza. Me encontré con mis hijas e hijos de un modo nuevo, diferente. Pude estar con ellas y ellos tal como son, no como pensaba que eran o deberían ser. Pude sentir la presencia de Rodrigo, Natalia, Carolina y Leonardo. Dejarme tocar por sus vidas jóvenes, en las cuales veo el triunfo de la vida misma. La vida pasó adelante.

Cuando nació Carolina, acababa de retirarse la dictadura argentina. Cuando nacieron Leonardo, Rodrigo y Natalia, yo empezaba a volver. A volver a mí mismo. Ahora que pude verlos y verlas a cada uno y cada una, sin vendas ni deformaciones, pude respirar tranquilo. Respiro tranquilo esta mañana de agosto en que escribo estas cosas. No hay nada  en la vida de un padre, que se pueda equiparar a la alegría de saber que sus hijos e hijas están en el buen camino, encaminados en la vida, construyendo y ocupando su lugar en el mundo. Uno siente un alivio tremendo cuando los ve como son, cuando puede estar con ellos y se deja tocar por su presencia. Esto ocurrió esta vez en Mendoza. Ahora puedo volver a João Pessoa, de a poco voy volviendo. Ahora estoy más entero. Han pasado ya muchos años desde aquellas mañanas en que me levantaba temprano. Pero levantarme temprano seguirá siendo para mí, siempre, el rito inaugural de la vida nueva.

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