¿Para qué escribir?

Llegar un poco todavía dormido. No tanto que no vea las coincidencias. Amarillo sucediendo al rojo. Recordar ayer mi primer empleo como profesor, en la Escola de Sociologia e Politica de São Paulo, en 1984.

Me fui haciendo gente con esa gente. Alumnas y alumnos que recuerdo todavía. Era mi primer empleo en mi área profesional. Hasta entonces habían sido trabajos temporarios. Investigación de mercado. Investigación socio-económica. Era un salto adelante. Me sentía orgulloso.

¡Han pasado tantos años y está todo tan vivo! Aprender a enseñar. Aprender a aprender. Construir juntos y juntas. Una aventura. Además, tenía la alegría de encontrar un lugar donde era querido. Había afecto. Íbamos procesando nuestras historias de vida en una especie de cooperativa activa.

Yo aterrizaba en mi profesión y ganaba un espacio de realización personal. La vuelta al ser humano en 8 mundos. Era el comienzo. O la continuación. Nunca vi la sociología desligada de una transformación personal y colectiva. Era juntar mis tiempos. Como cuando escribo. Saber que se puede. Es necesario. Hacernos unos a los otros.

Saber que necesitamos de las otras personas para existir. Hoy me pregunto cuántos son esos mundos que nos componen. Que me componen. Nunca veo la vida como algo separado. Es junto. Es con. Así fue desde el comienzo y así sigue siendo. Hoy hay una especie de plantación de lo contrario. Que yo puedo ser sin vos.

No hay eso. Lo peor que le puede pasar a una persona es no ser ella misma. Dejar de ser para ser aceptada. Luché toda mi vida contra esto. Hay muchas personas que luchan también en el mismo sentido. La vida sólo tiene sentido conmigo como titular. Esto es ser el protagonista de la propia historia.

En parte lo conseguimos, en parte nos imponen historias ajenas. Librarnos de lo ajeno es la tarea. En eso estoy. Lo que más bronca me dio siempre, y me sigue dando, es la persona disociada. Vive de un modo totalmente contrario a lo que quiere hacer creer. Trato de que no me suceda. No es fácil, porque no siempre tenemos el control sobre lo que sucede.

¿Qué escribir? ¿Qué decir o no decir? Dejar que venga la palabra. Jugar a poner letras al renglón. Como cuando en el internado nos obligaban a hacer caligrafía. Ahora nadie me obliga ni estoy internado. Me interné en mí mismo y lo sigo haciendo. Esta internación es de nuevo una aventura. Un descubrimiento que me trae placer y alegría. Tranquilidad.

Es como irme dejando llevar por la realidad. Así de pronto la vida es buena. Me alegra estar vivo. Estar sano después de todos esos días de tos. Sin miedo de morir. Y sin miedo también a tener miedo de morir. No me gusta la muerte ni la idea de la muerte. Me alegra que Brasil esté saliendo de las tinieblas del régimen ilegal implantado en 2016.

Es pésimo vivir bajo amenaza de muerte. No es sólo la muerte física. Sino la otra, la peor. La muerte moral. La muerte interior. El estar muerto o muerta sin saberlo. Trato de que no me pase esto. ¿Cómo lo hago? Trato de estar presente en lo que hago. Con la totalidad de mi ser. No doblarme de continuo a las exigencias del medio.

No necesito estar transigiendo siempre. Ni tampoco estar chocando siempre. Puedo cambiar de perspectiva. Hay cosas que no puedo cambiar. Puedo cambiar mi actitud. En vez de sentirme víctima de comportamientos ajenos, tomar distancia. Verlo de otro modo. Dejar pasar. No como actitud permanente, pero como posibilidad.

Abrirme al amor. Esto me airea más que todo. En el fondo soy un tipo simple. No he seguido otro camino en mi vida. Descubro que no importa los años que tengo, lo que sí importa es lo que soy. Y lo que soy lo hago a todo instante. Esto me amiga con la vida. Y aunque parezca mentira, también con la muerte.

No me asusta lo que pueda pasar, ya que estoy aquí. Estando aquí es más fácil. ¿Qué es lo que trato de evitar a toda costa? El no ser yo. El peor martirio es ser el propio enemigo, la propia enemiga. Esto es lo que no debe ser. La amistad conmigo mismo. En eso estoy.

Deixe uma resposta