Eternización integradora

De pronto habías ya leído tantas cosas casi desde el propio comienzo de tu vida, habías oído ya tantas historias, como aquellas que tu madre les contaba a ti y a tus hermanos cuando eran chicos.

Te habías de tal modo confundido con esos mundos literarios, muchas veces de libros, otras de revistas o aún de diarios, que ya por ahí andas como hoy por los caminos, en medio de un viaje a ver a alguien muy querido, con otro ser muy amado de tu lado, y el paisaje que ves por las ventanas del auto, o adelante tuyo, te recuerdan grabados de Rugendas.

Pero no es esto lo que ibas a decir, y sí que de tanto escribir, de tanto leer, de tanto vivir en esos mundos imaginarios o reales, quién sabe si lo imaginario no es real, o si lo real no es imaginado, ya vas andando por lugares que no sabes (ni te importa saber) si estás en una realidad objetiva o subjetiva, o en una realidad unificada, a la que la oración, los golpes de la vida, el amor, los amigos y amigas, la poesía, la militancia, el trabajo, la familia, todo lo que es el vivir, te han ido llevando.

Una vida unificadamente literaria.

Colectivamente creada y recreada a toda hora. Un tiempo sólido, unificado, material, podríamos decir. Andas por ese mundo, eres ese mundo y hay horas en que tienes certeza de que eso sea la inmortalidad, o un camino a la eternidad, pues el amor es lo que no muere.

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