Consideraciones sobre el acto de escuchar

El hecho de que yo pueda escuchar, que yo me disponga a esperar sin expectativas o casi sin expectativas, es lo que permite que disminuyan las tensiones y la frustración.

En la medida en que escucho, estoy en paz y veo. Soy yo. No necesito estar a la defensiva, listo para reaccionar o imponer una opinión o un curso de acontecimentos.

Cuando escucho y espero y soy yo y veo y estoy en paz, puedo coexistir conmigo mismo y con otras personas en armonía.

Todo esto que digo es literal y concreto. Es fruto de experiencias que realizo constantemente conmigo y en grupo.

Cuando escucho y espero, la otra persona puede venir tal como ella es. No necesita ser callada ni obediente a mis caprichos o deseos. Puede ser quien es y estar tal como está.

Yo no necesito imprescindiblemente de nadie más que de mí mismo. Cuando escucho y espero no estoy solo. Toda mi historia está conmigo. Estoy pleno. Soy todo lo que soy, lo que fui y lo que quiero.

Cuando espero y escucho, las cosas pueden ser tal como son. Si llueve no quiero que haga sol. Si hay viento no me molesta, trato de no salir si no quiero.

Puedo hacer una cosa u otra. Todos mis escritos y mis sueños, mis caminos, mis juegos, se congregan en este único y pleno instante presente.

Solamente cuando escucho y espero puedo ser feliz. Puedo salir a caminar y encontrar a la gente sin rechazo ni miedo o frustración.

Puedo dibujar o pintar o leer o ver una película sin tantas exigencias o casi sin exigencias. Antes creía que necesitaba silencio total. Puedo hacer todas estas cosas y muchas otras aún cuando esté escuchando.

Escuchar no cansa, no es una violencia ni una imposición. Al contrario, es el cese de la presión interna insoportable. Es la paz, finalmente la paz.

Escuchar es ante todo escucharme. Es saber que puedo ser como soy y puedo ser quien soy. Tengo un lugar en el mundo, y en buena medida yo soy quien hace este lugar.

En realidad vivo en mi propio mundo, en buena medida.

Tengo ayuda de otras personas casi siempre, y cuando no la obtengo puedo esperar. No tengo mucha urgencia. Ya corrí mucho.

Escuchar. Esperar. Escribir. Es una sola cosa. Leer, leerme en la escritura del mundo. Es paz. La paz no depende de que yo no sea agredido sino de que yo sepa sin lugar a dudas de que puedo defender mi lugar a toda costa en caso de necesidad. Esto disminuye la violencia, la rabia y el resentimiento.

Puedo vivir en contacto contínuo y pleno con mi ser interior. No necesito estar solo para ser libre. Vivo en mi propia realidad casi todo el tiempo. La belleza está en la mirada, en la imaginación, en la fuente interior de la vida.

La felicidad no depende de lo que otros u otras hagan o dejen de hacer. Depende más bien de que yo pueda seguir siendo yo mismo todo el tiempo. Y para mi suerte, que agradezco, muchas veces el mundo ha venido y sigue viniendo en mi dirección.

El confinamento me sacó del aislamiento, aireó mi interior sacándome de falsas certezas que me aprisionaban y sofocaban. Puedo respirar mejor en un mundo que se acercó mucho de lo que yo quiero. Menos de todo.

Menos exigencias, menos expectativas imposibles de atender, menos presiones. Más capacidad de esperar. Escuchar.

Vuelvo a escuchar canciones como hacía tiempo que no lo hacía. Dejo de pensar tanto. No es necesario estar pensando todo el tiempo.

Lo que pienso frecuentemente me separa de lo que está. Lo que está necesita ser visto y sentido, no necesariamente pensado.

Más escucha. Más espera. Más visión interior y exterior. Más conexión. Más presencia. Más integración.

 

 

 

 

Deixe uma resposta