La terapia comunitaria y la recuperación de la persona humana

Tratar de definir lo que sea la espiritualidad, me parece el comienzo necesario de este diálogo. Entiendo por espiritualidad, la vivencia de Dios o de lo sagrado, por contraposición con la religiosidad, que es esa misma vivencia en el ámbito de una religión. La primera, se procesa en lo cotidiano, y, en ese sentido y contexto, todo es sagrado. La segunda, si bien puede estar incluida o incluir la primera, se procesa sobre todo, aunque no exclusivamente, en el ámbito definido como sagrado por una religión.

Entiendo por religión, un conjunto de prácticas y creencias orientadas a la vivencia de lo sobrenatural y divino. Supone, aunque no siempre, una jerarquía sacerdotal o de mediadores entre lo humano y lo divino, lo que es suprimido tanto por la terapia comunitaria –en que cada persona es su propio mediador, si así podemos expresarnos – cuanto en la espiritualidad, ámbito por excelencia de la vivencia mística o de la participación con Dios.

Puede ser contradictorio, o parecerlo, colocar en ámbitos separados y aún opuestos, lo que parece estar unido y ser una única y la misma cosa, esto es: la vivencia y la creencia. La experiencia y la conceptualización de esa misma experiencia. Son como la forma y el contenido: indisociables. Pero, para los fines del análisis, debemos separarlos.

Una cosa es creer en Dios, y otra, vivir en Dios, o con Dios, ser uno con él. Uno es el ámbito de la creencia, como dijimos, otro el de la experiencia. Uno el de la religión, otro, el de la mística.

En la terapia comunitaria, se extingue la mediación entre el ser humano y lo sagrado. Se repone en el ámbito de la sociabilidad que extingue las barreras de clase social, de status socioeconómico, de nivel intelectual, de apariencia, raza, color, religión, etc, la unidad e igualdad esencial de la persona, su pertenencia a una realidad que la incluye, con sus atributos que allá afuera, en la vida anterior y exterior al espacio de la terapia comunitaria como recreación de la persona para sí, opone el igual a su igual, hace del hermano un enemigo, del vecino un extraño, del diferente alguien peligroso, del pobre un despreciado que nada vale, del intelectual y del técnico, del doctor y del profesional, uno que es todo, que vale más, y debe ser respetado aunque no siempre merezca ese respeto.

En este sentido, la terapia comunitaria funciona como un embrión de religiosidad primitiva, sin el tono eclesiástico o institucional que la palabra pueda tener o despertar. Religiosidad, en el sentido de pertenencia, de unión con lo real, sin fisuras ni escisiones. Aquí, la espiritualidad, nos parece, ya se separa como una práctica o un estado de conciencia, en que la persona y la comunidad extinguen las barreras que la sociabilidad capitalista, la sociedad del pensamiento único que clasifica, que cosifica, que aliena al individuo de sí mismo y de la vida, del tiempo, de la historia y de la memoria, de sus semejantes.

En la terapia comunitaria, la persona se reencuentra consigo misma, pero no con esa mismidad que puede parecer cosa intimista o excluyente de lo colectivo, de lo social, y sí con su totalidad, con todo lo que ella es. Ella recupera, va recuperando gradualmente o de una vez, la imagen del ser entero que ella es, de su trayectoria de vida, sus valores, los esfuerzos personales y familiares de que es resultado, su proyecto de futuro, anclado en una pertenencia colectiva que antes apenas podía vislumbrar y ahora se le aparece como un horizonte concreto de existencia.

Este proceso ocurre en las ruedas de terapia comunitaria por todo Brasil, y, ya, en Uruguay, donde a partir de 2009, un grupo de terapeutas comunitarios viene trabajando en sectores como la recuperación de jóvenes usuarios de drogas, y demás sectores de la atención primaria en salud.

La persona, muchas veces arrojada de ciudades pequeñas o del campo para lãs grandes ciudades, otras veces, muy frecuentemente, perdida en la prisión de papeles sociales que le niegan la identidad y la plena realización de sus potencialidades, redescubre el sentido de su vida se enfrenta nuevamente con la vida como algo a ser creado, construido personal y colectivamente, en el seno de su familia, en la convivencia con vecinos y colegas de trabajo o de estudio. En otras palabras, nuevamente se descubre autora do su propio destino, sujeto y no objeto.

Esto puede parecer demasiado ambicioso o excesivo, si vos no participaste todavía de estas experiencias colectivas de recuperación de personas, pero quien ya dio algunos pasos en este camino, sabe cuánto se comparte de nuevos nacimientos cada vez que los terapeutas se encuentran, cada vez que se pone a rodar nuevamente esta rueda de la vida que, no por acaso, se apoya esencialmente y muy fuertemente, en el pensamiento de Paulo Freire, la pedagogía de la autonomía, la educación como práctica de la libertad.

Este es uno de los caminos, una de las estrategias utilizadas por centenas de personas por todo Brasil y, como ya dijimos, ya en marcha en Uruguay, entrando por Argentina, en la provincia de Misiones. Son formas concretas de reconstrucción de la humanidad sobre nuevas bases, o mejor, sobre bases olvidadas, que comienzan a ser redescubiertas y puestas en práctica.

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