Todo esto ya existía desde antes de que yo llegara, y seguramente seguirá existiendo también después de que yo me haya ido.
Hoy me vino esta sensación de eternidad. La sensación de que el viento y las plantas, la lluvia y el suelo, y aún la gente que me rodea –no la misma, por supuesto, pero otras gentes–, estaban y seguirán estando indefinidamente. Intermitentemente. Y en medio de esta eternidad concreta y real, mis pasos me llevan de aquí para allá.
Esta sensación me da una tranquilidad bárbara. Tanto yo como la gente que encuentro, somos una continuidad y una suma de esfuerzos y trabajos, luchas y aspiraciones. Cada acto se reviste, así, de un sentimiento poderoso. Yo mismo soy la fuerza vencedora de una secuencia prodigiosa que me impregna de un sentimiento difícil de expresar.
Ya no hay banalidad ni nada tan tremendo. Todo se integra y me integra y voy por el mundo y respiro y paso de un instante al otro, de un día al otro, hacia un horizonte que siempre está más allá. Mi seguridad depende más bien de un tesoro que guardo como oro en mi corazón. Es lo que le da sentido a mi vida. Algo que es tan sabido que no hay quien no lo conozca. Basta mirar hacia adentro y saber. Sentir y ver. Saber.