Vocación para la libertad

Es la madrugada del 2 de marzo de 2002. Marzo. Era el mes en que empezaban las clases. Este tiempo primero es de un sentido y un sabor sin igual. A estas horas todo es posible. Puedo ser lo que soy, lo que quiera. Esto no es cualquier cosa. Es algo muy precioso.

Leo el libro de José Comblin, Vocação para a liberdade. Sumergirme en este libro de Comblin es recuperar algo que estas horas tempranas del día me traen. Esa sensación, esa certeza de que puedo ser yo, más allá de las concesiones inevitables del coexistir en sociedad, y aún en comunidad.

En comunidad las concesiones son pocas, una vez que predomina la confianza recíproca, pero aún así nos vemos en la necesidad de respetar las diferencias. Esto obliga a saber que la otra persona es tan diferente de mí como de cualquier otro ser humano en el mundo.

No hay recetas para vivir bien y feliz. Lo que hay, y es en esto en lo que me apoyo para seguir en esta búsqueda, es una porfiada insistencia de mi parte en seguir un rumbo propio. Vengo viéndome en esta perspectiva desde que me conozco por gente. La gente va en algunas direcciones, y yo en la mía, o en las mías.

Si no fuera así, no habría llegado hasta aquí entero. En algún sentido, me siento más seguro que en otros tiempos. Las palabras de Comblin me fortalecen pues no vienen desde posiciones tomadas, sino de una actitud personal sólida, basada en la experiencia y en la reflexión profunda sobre el vivir, en perspectiva histórica.

Más que todo en la vida, valorizo el respirar, el ser yo mismo. En los días de hoy, no sé si más que en los tiempos de mi juventud, es imprescindible que tengamos presente la imperiosa necesidad de mantener nuestra propia identidad. Los mecanismos de presión son más sutiles, me parece.

Hay una onda difundida, en el sentido de que es lo mismo una cosa que otra. Todo es igual. Nada más contrario a la realidad. Se atropellan los derechos fundamentales de la persona, y esto parece banal. Se falta el respeto a lo más elemental y básico, y esto es motivo de chacota.

La intimidad, la integridad personal, los valores morales y existenciales, son el cemento sobre el cual se estructura la convivencia. Hoy vivimos en una especie de indiferencia generalizada. Es necesario salir de este equívoco monumental.

Tomar las riendas de la propia vida, ir en busca del ser que somos, es el desafío que nos puede rescatar de la disolución a la que apunta la cultura dominante que, como sabemos, es la cultura de las clases dominantes.

¿A quién sirve la confusión, la desorientación, el desprecio de la vida? Ciertamente que no sirve a quienes viven de su trabajo, a quienes dan una dura batalla para pasar de un día al día siguiente. Comblin nos ayuda a mantener viva la esperanza de una vida que valga la pena de ser vivida.

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