La construcción del yo comunitario en las ruedas de la Terapia Comunitaria Integrativa.

¿Cómo es que la Terapia Comunitaria Integrativa se constituye en un espacio para la emergencia de un yo comunitario?

Cuando la persona comienza a frecuentar las ruedas de la Terapia Comunitaria Integrativa, en seguida empieza a descubrir que hay mucho de sí misma en las otras personas.

O sea, ella, que se creía tan diferente de todo el mundo, que sus problemas no podrían solucionarse, de pronto está en un ambiente festivo, cálido, amistoso, en el cual las personas se abrazan, ríen, oran juntas, se escuchan unas a las otras, se llaman por el nombre.

Con un acto tan simple, unas barreras de aislamiento y de extrañamiento, de sensación de ser un sapo de outro pozo, empiezan a desaparecer.

La sociablidad en el sistema capitalista va creando antagonismos entre las personas, exacerbando las diferencias en un sentido de apartamiento, de exclusión y oposición, de competición.

Muchas veces todo lo que precisamos, es saber que no somos extraños, que no somos tan diferentes que el mundo no tenga un lugar para nosotros.

Esto se consigue en buena medida, cuando uno empieza a habituarse a convivir con personas de diferentes extracciones sociales y niveles socio-económicos, con diferentes grados de escolaridad y profesiones distintas, en un espacio de acogimiento que al principio es exterior, es el lugar donde se realiza la rueda de la Terapia Comunitaria Integrativa, y de a poco, va siendo tu propio espacio interno, el lugar que sos vos mismo o vos misma, el lugar que cada uno de nosotros es.

A partir del momento en que se empieza a romper el extrañamiento, y que va surgiendo una sensación de familiaridad, de aceptación de sí en el grupo, la persona va teniendo progresivamente, cada vez más una sensación antigua, como que infantil, de paz, de aquietamiento.

Quién sabe esto tenga que ver con la rueda, con la forma circular del espacio de escucha en el que transcurre la Terapia Comunitaria Integrativa.

En ese círculo, en el que cada uno tiene su lugar, y en el cual entre todas las personas se forma como un nido, un útero materno, una oca, una casa, la persona va volvendo a esa sensación, a ese estado primordial de contención, de pertenecimiento a un todo más grande.

El retorno de este estado infantil de bienestar, surge en medio de un colectivo en el cual las personas que te eran extrañas, pasan a formar parte de vos mismo, empiezan a formar parte de tu vida.

Y esto es una sumatoria infinita: los rostros, las presencias, el sentir de las diferentes personas que uno fue incluyendo en su propio campo afectivo y de experiencia a lo largo de las diversas ruedas de Terapia Comunitaria Integrativa, van formando un piso interior, un terreno interno de confiabilidad, de solidez, de confianza.

Sobre ese piso interno firme, en medio de las vicisitudes y variabilidades de la vida, en medio de los constantes cambios a que está sujeta la existencia humana, la persona puede ir constuyendo un futuro esperanzador.

Una vez que fue recompuesta la dimensión interior colectiva, comunitaria, social, una vez que fue deshecho el extrañamiento alienante y separativo, comienza un proceso contínuo de retorno acentuado de la persona a su propia identidad auténtica.

La escucha activa desempeña un papel primordial en este processo. A medida que voy escuchando al otro, a los otros, y que esos otros se van mostrando como tan semejantes a mí, mi interior se empieza a poblar de gente, de rostros, un tejido continuo comienza a establecerse entre el dentro y el fuera.

El yo ya no es tan solamente yo. Es cada vez más un yo que es un nosotros cada vez más vasto. Ya los demás no me son tan indiferentes.

Fui creando dentro de mí mismo, un espacio para quien está allí a mi lado, tratando como yo, de hacerse un lugar en el mundo, o, mejor, de descubrir y ocupar su propio lugar en el tejido social.

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