A mis hijas y nietas, que me guardan
Vi una muralla móvil y ondulante,
un río de palomas, de niñas y mujeres
con sus hijos colgando como negros racimos,
danzando en el amanecer
con los cabellos sueltos.
Vi el brillo de sus ojos, la mirada
dura como la hoja de una espada,
mientras se destrenzaban sus nanas, sus arrullos.
Vi sus brazos tendidos, anudados
en una ronda mágica
en tanto que sonaban los coros enemigos
y la luz retornaba a la ciudad.
El tiempo de la injuria se consumía ya
y aún bajaban ángeles de sombra.
Todo temblaba en el oleaje de las batallas últimas
entre férreos silencios y cantos de profecía.
Y vi las piernas fuertes de mi nieta Rosario
con su short desflecado
cerrando el paso a un diablo verde.
Vete, no pasarás – escuché que decía.
A ella la sostienen los ángeles de la luz.