Tiempo

Verdaderamente estaba siendo un tiempo singular. Un tiempo muy singular. Una sensación de familiaridad, de estar aquí. Un presente contínuo. El presente contínuo. Ahora no era más un tiempo verbal aprendido en la escuela, sino el tiempo en el que vivía. El tiempo en el que vivo. Un presente integrado. Un tiempo unificado. La vida unificada en cada acto, en cada pequena cosa, como dice aquella canción de Los Beatles, Every Little Thing. ¿Por qué no vivir la propia vida, si finalmente es la única vida que se puede vivir?

Todos los padres se equivocan. Todos los padres nos hemos equivocado. Y esto es necesario saberlo, para poder perdonar los errores de nuestros padres. Sólo se perdona lo que se comprende, dice Adalberto Barreto, muy sabiamente. Y en los cursos de formación en Terapia Comunitaria Integrativa, uno va aprendiendo esto, entre otras cosas, y como parte fundamental del proceso de recomposición de nuestra identidad humana, nuestra noción de ser humanos, humanas.

De pronto la vida cambió de perspectiva. Ahora soy yo quien es una persona de edad, y veo el mundo desde un tiempo que no sé cuánto durará, pero que tiene la característica de ser un tiempo de integración, un tiempo de unidad. Hay un tiempo de arrojar piedras, y también un tiempo de recoger piedras, así dice el Eclesiastés. Fui un joven que actuó en la resistencia a una dictadura, la del general Onganía, que asoló la Argentina a partir de 1966.

En los años de 1972 y 1973, participé de la construcción de una carrera de sociología volcada hacia una perspectiva de liberación de los trabajadores y el pueblo, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNCuyo. Este recuerdo había quedado sepultado, en función de lo que me tocó vivir a partir de otro golpe de estado, el de Videla, en 1976. Éste fue de una atrocidad que no tuvo paralelo en toda la historia argentina.

Todos estos recuerdos forman parte de mi memoria. Ahora están todos ahí, de una manera en la cual puedo ver lo que ha sido mi vida, como argentino que participó activamente en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. A partir de 2004, empecé a integrarme nuevamente como persona en las ruedas de Terapia Comunitaria Integrativa, en João Pessoa, Paraíba, Brasil. Este es un proceso contínuo. Creo que la TCI podría denominarse adecuadamente como “Movimiento de Recuperación de la Persona Humana”. O “Movimiento de Rehumanización de la Persona Humana”.

Uno y otro estarían diciendo lo mismo, de maneras que enfatizan aspectos diferentes pero convergentes de lo que ocurre con uno cuando se integra a la TCI: volvemos a sentirnos gente. Volvemos a tener noción de nuestra humanidad. Volvemos a saber que somos alguien que sufrió y aprendió (aprende) con el sufrimiento. Y aprendemos a saber que somos alguien que se equivoca y puede ser feliz.

Ahora miro el tiempo que me toca vivir, como un tiempo en el que la claridad, la noción de pertenecimiento, la fluidez, la esperanza, la confianza, son cosas concretas. Son otra vez cosas concretas, como en el tiempo de mi niñez y juventud. Se va cerrando el círculo, se va consolidando la unidad de la vida.

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