No solamente tenemos experiencia a partir de lo que aprendimos en el pasado, sino también con lo que vamos experimentando ahora, en el tiempo actual.
Esto que puede parecer tan obvio, no lo es.
Cuando me circunscribo a lo que sé a partir de la experiencia pasada, puedo quedarme aprisionado a un tipo de vida repetitiva. Así fue, así será.
Cuando, al contrario, me atengo a lo que voy experimentando en el tiempo presente, entra aire nuevo. Me renuevo. Veo que puedo dar un paso más. Ir un poco más lejos. Hacer diferente.
Una y otra experiencia traen aquél tipo de saber que unifica la vida. Recomponen la unidad de los tiempos. Rehacen el sentido del vivir, rescatándolo de la mera ausencia de quien vive ajeno a todo y a todas las personas, meramente pasando o estando, el(la) alienado(a) que hace lo que le dicen que haga o lo que siempre hizo, o lo que cree que debe hacer sin preguntarse por qué o para qué.
Comparto estas anotaciones por el sentimiento que tengo de que aquella vida unificada que nos es posible al abrirnos a lo nuevo, puede y debe hacérsenos accesible a partir de simples hechos cotidianos. Dejar un lugar para lo imprevisto, la sorpresa, lo inesperado. Dejar que de en medio de lo ya sabido, llegue lo que no sabíamos, lo que aún desconocemos, lo que nos instala en un tiempo nuevo.
No se trata de oponer sino de integrar y sumar. Al final, podemos y debemos admitir que la vida sigue, no para. Así vamos teniendo experiencia de confianza y eternidad. Somos más de lo que creíamos. Y aunque en algún momento podamos haber llegado a sentir que ya no había más horizonte, otra vez salió el sol. Estamos de pie otra vez. Y la luz deshace las tinieblas de la confusión y del miedo o la mera resignación.
Podemos más, cuando descubrimos que no estamos solas ni solos. Siempre hubo y continúa habiendo a nuestro lado al menos una persona a nuestro favor. Esto puede ser suficiente. Puede ser la diferencia entre la vida o la muerte, literalmente. No solamente me refiero a la muerte total, sino a la del alma, que suele ser muy penosa, por robarnos el bien precioso de la alegría de vivir.
La pobreza muchas veces devuelve esta sensación de seguridad previa y primera, original, si es que descubrimos que pudimos seguir adelante más allá de aquellos tiempos en que parecía faltar todo. Un plato de comida, un techo donde cobijarnos, una mano amiga a apoyarnos. La memoria tiene esa función de rescatar y rehacer el sentido del valor.
Ilustración: “El tejido del universo”

Doutor em sociologia (Universidade de São Paulo). Mestre em sociologia (IUPERJ-Instituto Universitário de Pesquisas do Rio de Janeiro). Licenciado em sociologia (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina). Professor aposentado da UFPB. Terapeuta Comunitário Formador. Escritor. Membro do MISC-PB Movimento Integrado de Saúde Comunitária da Paraíba. Autor de “Max Weber: ciência e valores” (São Paulo: Cortez Editora). Vários dos meus livros estão disponíveis on line gratuitamente: https://consciencia.net/mis-libros-on-line-meus-livros/