Había vuelto al estado original. Aquello que se anunciara en las páginas de Resurrección.
Ya no era un niño, pero lo era, por dentro, en la alegría, en ese andar encantado por ahí, sin peso ni preocupaciones, sin miedo ni apuro.
La vida había retornado a su cualidad originaria, primordial. Esta mañana, veías el verde del árbol y te dabas cuenta. Había algo nuevo.
No sabes qué es, pero lo sientes. Es alguna cosa tan tenue que no la puedes enunciar, no sabes decir qué sea, pero en ti no hay duda.
No es el mismo árbol de ayer, aunque lo sea. Alguna cosa cambió, en ti y en el árbol. Era así cuando eras niño.
Han pasado muchos años, el río de la vida anduvo en ti y en el mundo. Mucha gente querida ya se fue.
Las sombras van quedando para atrás, delante de ti aquél sol de siempre, el inextinguible sol a quien juraras seguir constantemente, allá en los lejanos años de tu juventud.
Sabes que eso es la vida, seguir esa luz.

Doutor em sociologia (Universidade de São Paulo). Mestre em sociologia (IUPERJ). Licenciado em sociologia (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina). Professor aposentado da UFPB. Terapeuta Comunitário Formador. Escritor. Membro do MISC-PB Movimento Integrado de Saúde Comunitária da Paraíba. Vários dos meus livros estão disponíveis on line gratuitamente: https://consciencia.net/mis-libros-on-line-meus-livros/
Si,el niño no muere jamás en nuestros corazones.
No lo importa la edad…frente a la eternidad.
De eso se trata, Alfredo. Una parte nuestra es siempre niña, en ella vive lo eterno. Gracias por tu comentario.