Escribiendo

Pondrías alguna cosa en la hoja. A ver qué viene. Oyes un mosquito zumbando. Tratas de llegar aquí, de estar aquí, de ser ésto. A veces basta alfojar un poco la exigencia, la falsa noción de que estás solo. Miras hacia adentro y la ves a ella. La sientes en tí, dentro tuyo. Ella es yo.

Entonces sabes. No hay una realidad padronizada, la misma para todo el mundo. Estás vos y los mundos que vas creando, los mundos que te permites habitar. Últimamente, un gran silencio, tu silencio habitual, reencontrado. Y en ese silencio donde te encuentras, la encuentras a ella también.

Aquellos pocos amigos muy queridos con los que estás unido. Las redes de las que formas parte. Las redes sostienen y contienen. Sostienen y contienen. Y la fragilidad de la vida. Recuperas tu propia palabra. Aprendes a escuchar, o mejor dicho, reaprendes. Tanta habla vacía. Tantas palabras vanas.

Pero son las palabras las que construyen el mundo, las que le dan la expresión a las caras que ves, que haces, al ser que sos, que vas siendo. No hay tiempo, ahora sabes. Ahora no es una idea, sino una certeza. El tiempo va pasando, tú vas pasando en el tiempo. Las pequenas cosas que te hacen feliz.

Las hojas de parra quemadas por el sol mendocino. Los pajaritos canturreando en la tarde silenciosa. Las conversaciones con tu padre, redescubriendo el ahora en el crepúsculo. Hace poco escribías en el cuaderno. Literatura es lo que te acoge, te contiene, te ampara, te alimenta, te incluye.

Ahí sos vos mismo, sos lo que sos, esto que cambia a toda hora y sin embargo permanece. El tiempo se detiene, deja de existir. Sólo hay este golpear de las teclas en la hoja. Este dejarte ir que es un reencuentro permanente y cambiante a cada instante.

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