El autoconocimiento en las ruedas de Terapia Comunitaria

El autoconocimiento ha sido visto, en parte correctamente, como una actividad esencialmente solitaria. En la medida en que somos seres sociales, sin embargo, esto es cierto solamente de un lado, desde una perspectiva, la perspectiva interna, presente en todas las interacciones sociales. Saber quién soy es una preocupación e interés de los más genuinos da persona humana, y acompaña los primeros pasos del despertar de la conciencia de cada uno de nosotros.

Nos percibimos vivos, existiendo, respirando, teniendo sensaciones y sentimientos, un cuerpo que se mueve, con deseos, pasado, ambiciones o expectativas, esperanzas y decepciones. Todo esto despierta la natural curiosidad por llegar a saber quién es ese ser que cada uno es. Aquí quiero referirme a ese proceso de llegar a saber quién somos, quien de verdad somos, sin máscaras ni simulaciones, sin equívocos ni errores, en el proceso de la persona que se integra en las ruedas de la terapia comunitaria.

Este proceso comienza a rodar a partir del momento en que entrás en las ruedas de la terapia comunitaria, ya sea como curioso, como usuario, o bien como miembro formador en los encuentros, en las vivencias, en los congresos, en las reuniones de investigación, o en los intercambios que ocurren en cada lugar en que se encuentran personas con el objetivo de se tornarse más quienes ellas son, auténticamente, lo que supone un rescate del niño interior, del niño o de la niña que fui, que vos fuiste, que todos fuimos y que de alguna manera todavía somos y continuaremos siendo.

Una de las premisas básicas de este proceso de reencuentro interior, de volver a sí mismo o a sí misma, es saber lo que quiero, lo que soy, lo que voy siendo y lo que he sido a lo largo de la vida, y cómo esto ha ido cambiando mi modo de ser, mis aspiraciones, frecuentemente distanciándome de lo que de verdad soy, de mi ser verdadero y genuino. “Yo soy el que soy, y no el que los otros quieren que yo sea”, escuchamos una y otra vez. “Yo no he sufrido solamente, sino que he crecido con mis dolores”.

Nadie nació para sufrir, pero todos podemos crecer, y de hecho crecemos, con el dolor. Para llegar a ser quien soy hoy, tuve que vencer muchos desafíos. En las ruedas de terapia comunitaria, me doy cuenta, todos nos damos cuenta, de que no somos los únicos, que el vecino y la vecina pasaron por experiencias de triunfo, de lucha y de dolor como las mías. Esto tiene un potencial libertador superior a cualquier expectativa, una vez que te reinserta, por este expediente tan simple, en la trama de la normalidad de la existencia social.

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