Dramatización y victimización son pésimas

Esta mañana vi el cielo azul en medio del gris nublado. A la tarde sucedió nuevamente algo parecido. El celeste del cielo me alegró. Algo tan simple.

Podría ni haberlo notado, pero no solamente lo noté, sino que me alegré. Al comienzo del día en Cabo Branco y a la tarde, volviendo de Carapibus.

Me di cuenta de que la belleza de las cosas me alegraba. Inclusive una pared manchada de humedad, me pareció agradable. Era al llegar a las proximidades del Clube da Caixa.

Vinieron muchas memorias buenas de ese trayecto recorrido ya tantas veces. Puedo ir borrando las malas memorias. Lo que no me gusta y me hace mal. Lo voy borrando.

Queda lo que me gusta y me hace bien. No necesito evocar lo que no quiero. Yo tengo el comando en mis manos. No sé si mi historia le hace mal a alguien. A mí me hace bien. Yo no ofusco a nadie.

Todos y todas tenemos importancia. No me niego ni me escondo. No necesito dramatizar. En realidad, dramatizar es malísimo. Es deformar la realidad.

Lo que pasé pasó, y fue menos malo que cuando lo cuento o creo que debo evocarlo. No me obligo a evocar circunstancias dolorosas.

Mas bien al contrario, evoco lo que generé de recursos de enfrentamiento. Gané más confianza en mí mismo y en las personas próximas.

Me apoyé y me sigo apoyando más en la fe, el amor, la belleza, la solidaridad, la proyección a futuro. Por ahí si creo que alguien me está pateando en contra o tiene actitudes dudosas, pienso que está hablándole a otra persona y talvez hablando de sí misma.

No me tomo las cosas personalmente. A la tarde caminé por el veredón. Tres siluetas notables, que me vienen con nitidez ahora.

Bellezas caminando. Empiezo a coser lazos con este barrio adonde vine a vivir de nuevo en setiembre del 2021.

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