¿Cuándo un gusto deja de ser un gusto para transformarse en apenas hábito?

Esta pregunta no viene de la nada. La vida no preguntada es menos vida. Me gusta tomarme una cachacita. Pero me doy cuenta de que hay veces que no la disfruto, no la estoy tomando por placer, por aquél gustito de saborear ese aroma tan especial.

¿Cuándo un gusto deja de ser un gusto para transformarse en una repetición vacía?

Me gusta regar las plantas y cuidar el jardín. Pero hay veces que lo hago a disgusto. Es cuando no lo estoy haciendo por placer sino por obligación.

Me gusta escuchar música. Pero me disgusta cuando lo hago medio ausente, sin conectarme, sin dejar que las canciones me alcancen.

Podría decir entonces que la clave es la presencia, la atención, el placer, la conexión. Algo de eso hay, pero hay algo más, que todavía no consigo alcanzar. Cuando lo alcance se los cuento.

Creo que tiene que ver con algo como la despreocupación, la confianza, la certeza de que estoy haciendo algo bueno, la desculpabilización.

¡El placer es tan vapuleado por la llamada cultura judeo-cristiana! Como si disfrutar fuera un pecado. Pecado es no disfrutar de la vida sanamente. Es mejor degustar una cachacita, disfrutar de una musiquita, que envenenarse de odio y de culpa.

No escribo estas cosas con otro afán que el de meramente ejercer este oficio de ir palabrizando la vida. Un oficio sin demasiada platea pero con mucho de satisfacción personal. Aquí y allí alguien  me trae algún retorno sobre lo que escribo.

Una de las cosas que más me gustan de las crónicas es que ellas son como la vida. Desapercibidas. Diría imprescindibles. Para que el despertar y el dormir y todo lo que hay en el medio tengan su lugar.

Así recupero una condición placentera y suave. Dejo de estar queriendo cargar piedras todo el tiempo. No es necesario transformar la vida en un fardo. “Mi yugo es leve, mi carga es ligera,” dicen que dijo Jesús.

¡Puede ser tan bueno esto de estar trayendo al papel lo cotidiano! Un ejercicio tan delicado como la caída de una flor. No quiero convencer a nadie de nada. Ya hay tanta presión para que pensemos esto o aquello, para que compremos algo, para que odiemos a quienes no conocemos.

Un poquito más acá está el mundo cotidiano, vivido, real.

 

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