Tratando de transmitir lo intransmisible

A veces uno no tiene algo determinado para hacer. Entonces, como ahora, me pongo a poner letras en el papel. Un papel luminoso, como es éste que estás viendo. Y en el mismo momento en que las letras comienzan a aparecer, alineadas, me empiezo a sentir bien. Mejor, sí. Es una forma de terapia, si te gusta la palabra. Y a mí me gusta. Terapia viene de acogimiento, en griego, según se lee en el libro Terapia Comunitaria Paso a paso, de Adalberto Barreto. Cuando empiezo a escribir, sea como en este caso, en esta hoja especial que estás leyendo, o en las hojas de un caderno o de una libreta, me empiezo a ordenar. Siento que estoy en mi lugar. Es curioso que alguien sienta que su lugar es una hoja.

Es así, verdaderamente. Pero no ignoro el mundo que hay del lado de acá, fuera de la hoja. Los dos mundos interactúan. Es un vaivén, una diástole y una sístole, un ir y venir. De a poco, de tanto escribir, fui creando mi mundo. Creo que esto le debe pasar a mucha gente que escribe. Uno va construyendo el mundo en que vive. Esta mañana fui a una posada en Carapibus. Se veía el mar inmenso, un horizonte enorme, verde, azulado. El cielo. Las nubes como agodones alineados.

De pronto el lugar, las flores, las piedras. La gente en la pileta. El edificio, los cuartos. Me fui a otro tiempo, pero seguía en el aquí y ahora. Los tiempos se funden, se confunden, se hacen uno solo. Vivencias de mi infancia se hicieron presentes. Todo unido, consolidado. Una sola vida. Unidad. Escuchaba la gente conversando. Veía las plantas, la tierra, los árboles por la ventana. Daban ganas de pintarlos. Pintar las flores, traerlas al papel. Dibujar las hojas verdes, de distintos tonos. Algo muy interno y muy evidente. Objetivo e interior, al mismo tiempo. Todo era, todo es una sola cosa.

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