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Copa, arte, mercado e política: Algumas notas

Apenas iniciada, há três dias, a Copa de 2010 se tem transformado no mais atrativo espetáculo de massas, em escala internacional. Ainda que isto se dê em certos países mais intensamente do que em outros, o futebol tem, por certo, lugar privilegiado entre os esportes de massa, em parte considerável do mundo atual.

No caso do Brasil, não obstante o crescente interesse por várias outras modalidades, cabe perguntar: que outra modalidade, além do futebol, tem despertado tanta magia em multidões, de Norte a Sul, de Leste a Oeste do País?

De fato, sempre que praticado como expressão artística, o futebol se apresenta dotado de uma magia dificilmente superável. Que bom apreciar uma bela jogada, um passe dado na medida, em situações inesperadas! Que bom apreciar uma bola bem matada no peito, em situações embaraçosas, e mais ainda se e quando concluída a jogada com uma exitosa finalização. Que bonito contemplar um atleta a conduzir a bola com maestria, e, sem que ninguém espere, lançar a bola em diagonal, a longa distância, num passe certeiro para o atacante matador!

É fantástico fruir uma partida bem jogada, não apenas por nossa seleção, como também por uma Argentina, por uma Alemanha! E aqui já me denuncio um mau torcedor, ou pelo menos um torcedor atípico. Difícil para Gabriel, meu netinho, apaixonado pelo Flamengo, assistir a uma partida, na companhia esquisita do avô materno…

Por outro lado, o futebol comporta, por vezes, um certo lado sombrio. A coisa começa a complicar-se, quando jogam areia no negócio… Quando entram em campo fatores extra-campo: a cartolagem, o futebol-empresa, a politicagem dos clubes ou a violência de certas torcidas…

Futebol-arte dificilmente rima com futebol-empresa. Onde impera o valor das cifras, há menos lugar para arte que mais rima com espontaneidade, com paixão. Não tanto com contratos feitos à base de cifras astronômicas. Isto tem efeitos terríveis e múltiplos, inclusive sobre o rendimento do jogador. Quantos jogadores simples mudam completamente a cabeça – e futebol! -, ao passarem, de uma dia para a noite, a receber fortunas…

A quem interessa promover a superestimação desse clima de negócio? Certamente não ao futebol-arte! Curioso é que aí se produzem dois lados perversos: alguns jogadores sendo tratados a peso de ouro, enquanto a grande maioria deles tem sido tratada com desdém…

No que diz respeito mais especificamente à esfera político-eleitoral, também o futebol não raro é transformada numa versão atualizada do famoso “pão e circo” dos antigos romanos. Um entretenimento a que se recorre como um eficaz anestésico, a adormecer a consciência cidadã das massas… Momentos que se têm prestado, por vezes, como mecanismo engenhoso, semelhante ao dito popular “Com bananas e bolos se enganam os tolos”. E as raposas das campanhas eleitorais fazem a festa… Até quando?

Caminos de unidad

Existe una profunda convergencia entre la meditación, la desalienación, el placer, el arte, y otras prácticas sociales en que la persona vuelve a ser ella misma.

Entre estas últimas, la terapia comunitaria, que es un espacio de escucha activa de si mismo, en que uno se descubre en el otro, en los otros. Hay un reconocimiento mutuo, se pierde la sensación de separatividad y aislamiento, y se recupera la sensación y la experiencia de unidad. Por un lado, Jung con su abordaje del inconsciente colectivo, por otro lado, las experiencias de meditación como vivenciadas por Jesús, Gandhi, Ramakrishna, San Francisco de Asís.

Uno y otro camino llevan a lo mismo, a la vivencia de la unidad, a una experiencia de que todo está unido, de que formamos parte de la totalidad. Entonces el concepto de Dios no es una entelequia abstacta.

Cuando la persona se descubre parte del todo, o mejor dicho, cuando ella recuerda, vivencialmente, experimentalmente, que ella es parte de la totalidad, toda su vida cambia, para mejor. Deja de sufrir por cosas que antes la afligían, como las sensaciones de pérdida de sentido y vacío existencial, que empujan millares de personas por todo el mundo, a cosas como el consumismo, la drogadicción, la depresión, el suicidio, la anomia, la alienación.

Días atrás, leyendo un libro de Hermann Hesse, reflexionaba sobre lo que el escritor decía sobre su experiencia espiritual. Dice el autor que él podía vivir sin instituciones religiosas, pero no podía vivir sin fe. Rastreando las fuentes cristianas e hinduistas de su experiencia , Hermann Hesse, menciona la preocupación insistente, casi obsesiva, del hinduismo con la unidad.

De hecho, el hinduismo, al igual que el mensaje de Jesús (Yo y el padre somos uno), rompe con la disociación, afirmando la unidad. Tú eres Aquello (Tat Tvam Asi). La persona no tiene que transformarse en Dios, ella es Dios. Esta afirmación de radical unidad es revolucionaria, si se piensa que vivimos en un sistema que vive de la separatividad, de la disociación, de la exclusión, del no-reconocimiento de sí, de la anomia y la alienación.

En efecto, el sistema capitalista es eso: la afirmación de la divergencia, mientras que la vida, al contrario,  llama a la convergencia. Por eso se dice que el capitalismo es un sistema intrínsecamente perverso. Invierte la realidad, muestra la apariencia y esconde la esencia. Rompe la unidad, crea pedazos, fragmentos de personas, fragmentos de vida. El arte y el placer, por otro lado, son también caminos hacia la unidad. Estas breves anotaciones no pretenden ser más que eso, esbozos de lo que se siente y se vive en busca de la unidad.

Cada uno es un camino hacia sí mismo, y todos, en conjunto, somos caminos de retorno de una humanidad que se pierde en la mercantilización y el utilitarismo, en el objetivismo y la cosificación, y se reencuentra en la solidaridad y en las prácticas de fraternidad. No se necesitan nuevos discursos, nuevas teorías o interpretaciones, sino nuevas experiencias, para ser feliz.

La felicidad está al alcance de la mano, en realidad, en las manos de cada persona, y de la humanidad como conjunto. Consiste en ser uno quien es, y esto se aplica a cada individuo, y a la sociedad, o a las comunidades como la familia, los grupos religiosos o de otra índole. La identidad refleja lo que uno es, y eso se aplica a lo personal y a lo colectivo. La identidad se pierde cuando lo esencial se confunde con lo aparente, y toda disociación es oriunda de la pérdida del sentido original de pertenencia.

El individuo cuando se redescubre vinculado al todo, parte de la comunidad y de la historia, del tiempo y de la vida, se recupera de todos sus males.

Vuelve a ser feliz, con esa felicidad original que se tiene de niño, antes de que los traumas empiecen a hacer llorar a ese niño o niña que, en al vida adulta, somos obligados a traer de vuelta, pues es nuestro primer maestro. Es quien conoce el camino de regreso: el placer, la alegría, la simplicidad, la confianza, la despreocupación. Todos los caminos conducen a Roma, podríamos decir, a título de conclusión provisoria de estas reflexiones. Y los caminos son muchos, tantos cuantas personas hay o hubo en el mundo, pues la continuidad de la vida muestra la conexión indestructible de todo lo que es, lo que fue, y lo que será.

Reconstrucción

No hay ningún mérito especial en que una persona haya sobrevivido a una catástrofe, aún que esta catástrofe no haya sido natural sino planeada cuidadosamente, como la operación masacre ejecutada en Argentina por el llamado ejército nacional, entre 1976 y 1982, completada, en sus aspectos económicos y sociales, por el gobierno de Menem.

Unos destruyeron la gente, las instituciones, la confianza, los valores humanos como un todo. Este último, continuó la obra destructiva entregando lo que restaba de la riqueza nacional al extranjero. Se perdieran así, los teléfonos, el petróleo, sectores claves de la economía y de la subsistencia del país, dejándolos en manos del interés privado.

Quien tuvo la suerte o el destino de sobrevivir al genocidio que el nazismo asestó a nuestro pueblo y a nuestra patria, pudo, de a poco, con el auxilio solidario de mucha gente, irse rehaciendo, y lo seguirá haciendo, pues la tarea es constante, cotidiana.

Lo que la antipatria destruyó de un golpe, lo viene uno recomponiendo en minúsculos y repetidos actos diarios, año tras año, minuto a minuto, día tras día.

Si la Argentina se recompondrá de las sucesivas destrucciones a que la sometieron los gobiernos antinacionales y antipopulares desde mediados de la década de 1950 hasta hoy, es algo que está por verse. La resiliencia no se aplica sólo a personas, sino a países, me parece. Quiero creerlo.

Si es así, cabe esperar que con la misma fuerza que nos azotaron como personas y como pueblo, como país, como Argentina, podremos levantarnos con tanta o más fuerza que la que usaron para intentar aniquilarnos.