El llamado proceso de reorganización nacional –nombre que los genocidas dieron a la operación masacre ejecutada en la Argentina entre 1976 y 1984 — nos dejó algunas tareas a los argentinos. Una de ellas, talvez la principal, es que se trató, de hecho, de una operación contra la Argentina como país, como pueblo, como nación. El hecho de que la potencia mandante y ejecutora, Estados Unidos de América, invirtiera pesadamente en matar y torturar, buscando docilizar para mejor explotar, debe llamarnos poderosamente la atención a los argentinos, pues es un país sistemáticamente enemigo de la Argentina, en todo, por todo, y con todo.
El hecho de que el continuador del proceso, el presidente Carlos Saul Menem, impusiera el dólar y terminara de liquidar lo que restaba de nacional en la Argentina, debe llamarnos la atención poderosamente. El lacayo que hoy sirve de balanza para la dominación del matrimonio Kirchner, proclamaba las relaciones carnales de sumisión a los Estados Unidos, como meta de su gobierno.
Esas relaciones carnales, la dominación sin oposición en nombre del peronismo, son algunas de las herencias que el proceso nos dejó a los argentinos.
Otras son de índole más interna, que es donde el enemigo invirtió con más saña: romper psicológicamente a los argentinos. Otras, más externas, dicen respecto a la destrucción de la industria nacional, a la entrega de las comunicaciones (aviones, teléfonos, correo) y del petróleo al capital extranjero. Y al decir capital extranjero, debemos preguntarnos: ¿hay capital nacional?
Cuando se habla del proceso nazi en argentina, de la destrucción de vidas y valores a mando del ejército y las demás fuerzas armadas, no debe olvidarse que ellos fueron la mano ejecutora del exterminio. Sus mandantes estadounidenses, de la Iglesia argentina y del empresariado y banca nacional, son más culpables o tanto como los verdugos. Así como la prensa y los intelectuales que cooperaron con la matanza.
No deja de llamar la atención que en la Argentina, solamente la Iglesia católica brilla por su ausencia en el Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos: una sola diócesis, al de Quilmes, forma parte del MEDH. El resto, debe estar de acuerdo con la matanza, o no se anima a discordar.
La complicidad civil en el genocidio debe llamarnos a la reflexión. No fueron pocos quienes aplaudieron la llegada de los militares al poder en 1976, ignorando talvez lo que se avecinaba. Henry Kissinger, secretario de Estado de los Estados Unidos, sabía, como lo sabía el gobierno de ese país, una vez que era un egresado de la atroz “Escuela de la Américas”, Jorge Rafael Videla, quien estaba al frente de la carnicería.
Hoy esa “Escuela” de genocidas y apátridas cambió de nombre: “Escuela de Seguridad Hemisférica”. Las lecciones del proceso son infinitas. Cada uno, de los argentinos y de las argentinas ha de estar procesando individual y colectivamente, lo que esa operación nazi nos dejó como herencia. No podría terminar estas breves notas, sin decir que siento que la lección más importante que el proceso nos dejó, es la certeza de que hay algo que no muere: No muere lo humano — al contrario, crece y se fortalece cuanto más lo golpean –, no muere la esperanza, no muere el respeto, no muere la dignidad, no muere la justicia, no muere el amor, no muere la solidaridad, no muere la fraternidad, no muere la fe.
Doutor em sociologia (Universidade de São Paulo). Mestre em sociologia (IUPERJ). Licenciado em sociologia (Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, Argentina). Professor aposentado da UFPB. Terapeuta Comunitário Formador. Escritor. Membro do MISC-PB Movimento Integrado de Saúde Comunitária da Paraíba. Vários dos meus livros estão disponíveis on line gratuitamente: https://consciencia.net/mis-libros-on-line-meus-livros/