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Universalidad y permanencia del poetizar

Llama la atención la permanencia del poetizar en medio de los cambios económicos y técnicos de la vida moderna. Exploraré este campo desde la perspectiva del poeta, pero recurriendo a la reflexión filosófica y sin desdeñar tampoco, en ciertos casos, el auxilio del análisis científico. Queda dicho pues que otorgo al análisis científico un valor instrumental, sin compartir la perspectiva científica con que ha sido visualizado el poema por ciertas escuelas y grupos a partir de la lingüística moderna.

Devolver a la poesía su carácter de experiencia, pensamiento y actividad humana por excelencia, es hacerla nuclear y fundante en la vida del hombre, ya sea éste civilizado o primitivo, y rescatarla de su carácter de variedad estética o de producto dispuesto al ejercicio de la razón crítica.

No hablaré, en consecuencia, de la poesía como puro lenguaje, ni como signo o mera forma o búsqueda de efectos en un lector. En tanto que lenguaje, tampoco sería justo atribuir a éste una inmanencia estética y un volverse sobre sí mismo sin voluntad de decir, como forma que se muestra a sí misma en juego inacabable, no significativo. Debe tenerse en cuenta que, antes o simultáneamente al acto de su expresión por la palabra, la poesía es experiencia contemplativa y reflexiva, acto de la conciencia hacia su entorno y hacia sí.
Todas las culturas han tenido y tienen poesía. Estamos ya en situación de haber superado aquella idea racionalista, adoptada por el propio F.W. Hegel, de que la poesía, como el mito, constituía la infancia de la humanidad y, estaría destinada a desaparecer en tiempos de la ciencia y la filosofía modernas. No faltó por supuesto en los últimos tiempos una nueva oleada contraria al mito y a la poesía como la desatada por Michel Foucault alrededor de 1960, cuando vino a sostener la “muerte de los grandes relatos”, y con ello el final de los mitos que han conducido la historia humana, pero la historia viva y la realidad psíquica del hombre muestran a las claras que se trata de una afirmación parcial, dictada por el decadentismo de ciertos ámbitos intelectuales.

En el campo de la filosofía contemporánea se ha abierto paso el convencimiento de que la actitud poética es consustancial al hombre, cualquiera sea el tipo y el grado de su evolución. Las ciencias antropológicas, la psicología profunda, la historia de la cultura, la filosofía en su especial vertiente fenomenológica, han redescubierto la actitud poética como constante de la humanidad.

Heidegger, que continúa en una vertiente propia la fenomenología de Edmund Husserl, abrió nuevas perspectivas a la comprensión de la poiesis o génesis creadora del poeta, así como a la lectura del poema. Esta corriente ha permitido rescatar, de una manera nueva, la corriente del orfismo, los presocráticos, la concepción poética de Platón, Plotino y los neoplatónicos. Sería imposible comprender la poesía actual, aún aquella que nos parezca más ajena a la tradición filosófica a la que estamos aludiendo, sin tener en cuenta una larga serie de poetas que desde la antigüedad griega y latina, pasando por los trovadores medievales, desde Dante y Petrarca al siglo de Oro español, de Góngora a los simbolistas, conforman la tradición poética occidental que es al mismo tiempo una escuela filosófica, un cierto modo de filosofar. El propio Heidegger reconoce esa tradición al revalidar el pensamiento de Hölderlin, Novalis, Georg Trakl, o Paul Celan.

También en América ha dado sus frutos esta línea de pensamiento, que no se limita al mundo grecolatino ni al humanismo del Renacimiento. Se revela como continua reflexión del poeta sobre su propio quehacer, que genera una poética del más alto interés, pues no se trata solamente de una concepción del poema sino del poetizar. Las poéticas de Octavio Paz, Leopoldo Marechal, José Lezama Lima, Julio Cortázar -a las cuales nos asomaremos en estas páginas- continúan esa línea órfico-pitagórica que valora la poesía como conocimiento real y vía de salvación de la persona, no como juego, ornatus, desviación.
Interesa subrayar que, desde hace más de 2500 años se han ido configurando dos orientaciones bien distintas de pensamiento en torno a la poesía. Una de ellas la convierte en actitud humana básica y vía privilegiada de conocimiento. La otra, más atenida a la obra misma como expresión, se funda en la Poética de Aristóteles, aunque, en rigor, reduce el pensamiento del filósofo a la Retórica, que es un tratado de las formas poéticas.

Platón, pese a que acusó a los poetas de irracionalidad, inconveniente para la construcción de la polis, introdujo en la tradición filosófica la exposición de una doctrina tan antigua como el orfismo, ya reinterpretado por Pitágoras. Pero fue sin duda la corriente neoplatónica desplegada por Plotino la que tuvo mayor aceptación entre los poetas medievales y modernos, revelando sorprendentes resonancias en la cultura popular, en la que circulan mitos de diverso origen. El rumbo racionalista de la cultura occidental, cuyo máximo ejemplo es la Ilustración, creó una cultura intelectual que se fue alejando de esta corriente. Pese a ello siempre existió una contracorriente, a favor del orfismo y de la poesía.

El filósofo napolitano Giambattista Vico (1668-1744) afirmó que la poesía, como el mito, había constituido el primer lenguaje de la humanidad, su primera cosmología e incluso su primera ciencia. Sostuvo, contrariamente a Descartes, que existían los universales fantásticos, grabados en la mentalidad primitiva e incluso en el lenguaje. La fantasía no es, para Vico, un juego ocioso, sino un juego que aporta conocimiento. Luego nos dirá Heidegger que la poesía es desocultación (alétheia) de la verdad.

F. Herder y Guillermo de Humboldt, grandes figuras del pensamiento romántico alemán, desarrollaron un pensamiento coincidente con Vico. No se trata de ideas clausuradas, resurgen continuamente en los poetas, mostrando la permanencia de una actitud que se dio por superada.

Nos es dado constatar que la poética clásica occidental, así como la poética romántico-simbolista, culminación de una línea tradicional y origen de los distintos momentos de la estética de nuestro tiempo, no es distinta en esencia de la concepción del lenguaje y la creación que sustentan otros pueblos de la tierra. Sólo se distancia de ellos en su mayor grado de elaboración.

En el poeta moderno germina la conciencia de sí mismo y de la obra realizada, en tan alto grado que llega a desplazar parcialmente aquella concepción ingenua característica del poetizar. La modernidad, criticada a fines del siglo transcurrido por una corriente de pensamiento que se autodenominó postmoderna, la cual condenó su excesiva alienación en lo tecno-científico, también ha generado en los poetas una conciencia reflexiva, hermenéutica. Es desde tal estado de conciencia como podemos revalorizar otras culturas, y eso es importante en América Latina, donde la europea no es la única tradición.

Extraído del libro La poesía, un pensamiento auroral, a ser publicado por la editorial Alción, de Córdoba, Argentina

Tiempo y pintura

Flores en jarros o floreros. He pintado varios de estos cuadros a lo largo del tiempo. Ahora que escribo, vienen a la memoria algunos de estos cuadros. Uno con flores rojas acorazonadas, centro amarillo, sobre un mantel de ajedrez.

Otro con flores blancas, de pétalos grandes, en un florero de cuello fino que va subiendo, y hacia abajo se ensancha, redondamente. Hay al lado de este motivo, una figura inversa que la complementa. El fondo es amarillo-naranja. Recuerdo unos cuadros de Van Gogh de flores en floreros o en jarros. Uno, eran girasoles en un florero redondeado, que había en casa de mis padres.

Me llamaba la atención la forma de los pétalos, pintados como al descuido. Después supe que era el modo como pintaba Van Gogh. Veo otro, también en la casa de mis padres, que eran flores de almendro, en un jarro cilíndrico verde. Una vez dibujé un florero en un rincón, en blanco y negro, a lápis grafito o carbonilla. Estos cuadros me dan impresión de eternidad. Ayer cuando pintaba uno de estos cuadros de jarro con flores, esta vez unas hortensias, sentí nitidamente el tiempo suspendido, parado. Esto era real, objetivo. Estaba en la sala y el tiempo estaba quieto.

He pintado también un cuadro de flores rojas, de pétalos estirados, como en llamas, que ilustra estas anotaciones. Un motivo que he repetido también varias veces, son los álamos con casas, montañas, caminos al sol, soles enormes al fondo, a veces un río o praderas de ambos lados, o cielos girando. Álamos, soles, casas, flores, jarros. ¿Qué tienen en común? Eternidad.

Quien haya estado em bosques de álamos, lo sabe. El tempo allí está detenido. No se mueve el tiempo. Pueden moverse las hojas, lentamente, ya que los álamos son conocidos por detener el viento. Detienen el tiempo, también. Uno siente una queitud admirable en sus cercanias, aún cuando se trate de álamos solitarios y no agrupados en bosques. La montaña, los ríos de montaña, las casas que se ven en las áreas rurales, aisladas, evocan siempre quietud, eternidad, algo que no pasa, y que sin embargo está vivo, pulsando en pianíssimo.

El tiempo se detiene

Esto lo sentí esta tarde, mientras iba preparando una sesión de pintura en la sala. El ritual de siempre. La valija de pintura, con los pinceles, lápices. Los vasitos con agua, el trapo para limpeza de las manos.

Esto es algo que ocurre en el ambiente y en uno. El tempo se detiene. Esos momentos pasados con los colores, en esos ámbitos en que un jarrón se presenta en un rincón, con hortensias, en un jarro de vidrio verde transparente, nos conectan con tiempos inmemoriales.

La infancia, tiempos imposibles de determinar. El pincel va cubriendo la tela, las flores se van delineando, y vas sintiendo presencias queridas muy cerca, en tí. Algo se detiene. El tempo para cuando pintas. Para en el ambiente y para en tí.