El Brasil ha venido experimentando largamente, en esta última década, para referirme solamente al período más reciente, una persistente destrucción de los valores humanos en que se apoya la vida social.
Masas de maniobra de gente que se deja llevar por las redes sociales, que desparraman noticias falsas, calumnia y difamación. Apoyaron el golpe contra Dilma Rousseff en 2016 y la ascensión del actual presidente, cuyos actos, actitudes y gestión, enlutó y avergonzó a este país y a su pueblo.
Frente a la decisión popular de restablecer la democracia y reconstruír al país, siguen en sus actitudes funestas y agresivas. La justicia y la policía no actúan con la contundencia debida.
Siguen los asesinatos practicados por neonazistas. ¿Qué esperan la policía y la justicia para actuar?
Viví por tres veces bajo regímenes neonazis. Todos resultantes de golpes de estado. Dos en Argentina (1966-1973, y 1976-1983) y uno en Brasil (2018-2022).
El neonazismo no se asume, en los casos a que me refiero, como una adopción explícita de esta posición, sino como una práctica pautada por la muerte como valor supremo.
Es imperioso que nadie se lave las manos. Hay que entender de una vez por todas, que no se trata de una cuestión de “libertad de expresión.”
Se trata simplemente del derecho de vivir. Esto no puede ni debe ser negociado.
No miren hacia otro lado. No crean que es un mal menor. Las personas asesinadas por elementos adeptos de esta postura frente al mundo, tienen objetivos claros.
Es dominar por el miedo. Romper la cohesión social. Confundir e invertir los valoes supremos. Atacan a quienes piensan, a quienes promueven actitudes reflexivas. Odian la educación, el arte, la cultura, la solidaridad, la cooperación.
Su tarea es la de romper el tejido social y matar. Sea por hambre, ignorancia, miedo, mentira, banalización de la vida, tortura, secuestro, desparición de personas, entre otros medios.
No se omita. Denuncie.