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Sintonía fina

Llegar primero. Empezar el día cuando empieza para mí, no cuando se supone que debería empezar. Empezar porque quiero. Porque me gusta. Porque me hace bien. Son razones suficientes para ir abriendo espacio.

¿Y qué hacer a estas horas? Recuperar la propia agenda. La capacidad de actuar. Decidir. Hacer. ¿Qué hacer? Lo que estoy haciendo. Escribir. Publicar. Compartir. Sembrar. Seguridad y esperanza. Me he dado cuenta de que la seguridad es imprescindible. Saber qué es lo que está pasando. Seguir mi propio ritmo.

Ya pasó el tiempo en que debía mantenerme a la defensiva contra la mediocracia de turno. La gente envidiosa que anda por ahí tratando de serrucharte el piso. Ya hace tiempo que digo lo que quiero. Lo que me parece valioso. Lo que veo. Lo que hace bien. Lo que voy descubriendo de mí y del mundo.

Este conocimiento de primera mano, experiencial, nunca es solamente personal. Es comunitario. Compartido. ¿Qué me hace bien? ¿Qué me alegra? Ser dueño de mi tiempo. Por eso es que me aferro con uñas y dientes a estas horas tempranas del día. Es cuando todo es posible. Cuando puedo ser sin concesiones ni restricciones.

Es un viejo hábito que mantengo. A la altura de mí mismo en que me encuentro, sin embargo, no tengo más remedio que acostumbrarme a la cogestión. La coparticipación. La complementariedad. Así es como uno crece. Voy más lejos abriendo espacio para lo que ve alguien que está muy cerca y que ve lo que yo no veo. Entonces gano fuerza.

Me expando y crezco. Aparezco. Cuando hago lo que me hace bien, me siento bien. Es muy simple. Por eso es que insisto en hacer lo que me hace bien. Un paseo. Un contacto con alguien querido.

Un libro. Un cuaderno. Unas anotaciones. Ir buscando lo que he ido descubriendo de mí, y que me pone a tono conmigo mismo. Sintonía fina. Así voy más allá de limitaciones que por ahí me impiden de moverme.

Vuelven las flores

Vuelve la primavera

Vuelve la alegría

Vuelve la integración social

Vuelve la inclusión social

Vuelve el respeto

Vuelven las diferencias que nos humanizan

Vuelve el régimen constitucional

Vuelve la construcción colectiva de un proyecto de justicia y paz

Vuelve el amor

Sobre todo el amor, está siempre volviendo.

Sentido

Venir a este lugar se ha hecho ya un hábito. Atiendo al llamado que me trae a las hojas de esta revista. Hojas de libros y cuadernos. Mi vida ha transcurrido en buena medida en ese espacio mínimo.

Desde mis primeiros años me acostumbré a asomarme al mundo de los impresos. Revistas. Libros. Diarios. Ahora vengo a buscar la posibilidad de conversar con quien pueda estar allí.

Educación y cultura. Arte y poesía. Historia y filosofia. Vida cotidiana y fé. Todo pasa por las páginas de los libros. Por poco que sintamos la necesidad de introducirnos en el vasto y esencial mundo de lo humano, inevitablemente tendremos que terminar leyendo libros.

Escribiendo. Compartiendo opiniones y visiones de mundo. Descubriendo que el mundo y la vida son intersecciones de innumerables dimensiones. Intereses se cruzan, se chocan.

Pero la cooperación, la complementariedad, la necesidad que tenemos de convivir en comunidad, nos hacen darnos las manos. Tratar de ver qué es lo que las demás personas tienen que yo no tengo.

Nace la solidaridad. Qué tengo yo que las demás personas no tienen. Puedo contribuir al bien común. La vida es muy corta.

La línea del tiempo nos va dando señales de que aquello que nos espera después del último suspiro es de una bondad indescriptible.

La suma de los pasos que me trajo hasta aquí se entreteje con incontables otros caminos, componiendo el tejido del universo.

Esto es concreto. Nadie existe en soledad. Cuanto más yo sea conciente de este pertenecimiento más paz tendré en el corazón.

Dirección y sentido

Entiendo que el mundo capitalista viva de la guerra y para la guerra. Que su foco sea la explotación, la exclusión. Que su dios sea el dinero. Que la vida le sirva solamente como objeto, cosa que se usa y se descata. Entiendo todo esto.

Entiendo también que mis valores, mis decisiones, mis principios, son diamentralmente opuestos a estos. No basta nacer para ser humanos, humanas. Hay que hacerse. El sistema capitalista destruye o intenta destruir la vida desde el vamos. Sin embargo hay un instinto de supervivencia que nos lleva a querer lo que es más valioso.

El amor, la familia, todo lo que el sistema amenaza. La lucha por la vida nos lleva a crear espacios a salvo de la barbarie. La solidaridad, la ayuda mutua, el reconocimiento de que nos necesitamos recíprocamente. Deshacer la alienación y el sinsentido de los cuales vive el sistema.

Creando espacios de cultivo de vínculos positivos: enraizamento, pertenecimiento. Desarrollando las artes como alternativas de rescate y refuerzo de la necesidad de significar la vida. La educación como lugar privilegiado para construcción de la persona.

He vivido desde el comienzo de mi vida en una lucha contínua contra todo lo que trató de desfigurarla. Practiqué y sigo practicando una sociología liberadora, que se entreteje con otros saberes científicos y populares. La vida es muy corta. En un instante se va. No la podemos perder andando a tontas y a locas.

Somos seres de proyecto, intencionales, constructivos. Si no seguimos esta dirección, la otra, la contraria, puede llegar a imponerse. La actual circunstancia, de confinamento, nos hace volvernos más profundamente hacia nuestro interior y a nuestro alrededor imediato. El mundo cotidiano es el terreno propicio para salvaguardar lo más precioso.