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El amor está alrededor

Haber encontrado poesía como manera de ser

La escritura del universo

Verso a verso

Todas las cosas en su lugar y yo también.

Volver del Año Nuevo en familia

Año nuevo en Brasilia

El tejido fino del universo

Las palabras que el corazón guarda

Los momentos de compartir

Los paseos

Las risas

Los sentimientos que juntan el pasado

Y el presente que se presenta unificado.

Las luces de la noche

La catedral

La iglesia de Dom Bosco

El memorial JK

Aquello que ahora en mi corazón y alrededor

Me recuerda que el amor

Está alrededor.

Ocaso

A veces no sabes bien qué hacer. Has andado, caminhado por las veredas del barrio. Has hecho algunos trámites y diligencias necesarios. Correo. Banco. Has conversado con un amigo al que admiras. Gente que no desiste, insiste. Insiste en la esperanza, en lo comunitario. Cómo es notable que haya personas de bastante edad, que no desisten de creer en la movilización social. Ayer leía una frase de Dom Helder Câmara, que decía que el secreto de la felicidad en la vejez, es tener una causa por la cual vivir. No sé si es textual la frase, pero el sentido lo es. Yo miraba el rostro de Dom Helder en la foto.

Recordaba otras personas de edad que no desistieron de creer, y de trabajar por sus sueños, sueños colectivos y personales, hasta el fin de sus días. Mi madre fue una de ellas. Gente que no se entregó a la vejez como si fuera un tiempo de abandono, de esperar la muerte llegar. Recuerdo a mis abuelitas Oliva y Mamina. Ninguna de las dos se entregó a esa especie de abandono. Siguieron de pie, encendidas, en su propia forma de vivir, hasta el fin. Tejiendo, leyendo, rememorando, cantando, cultivando la amistad, la fe, la oración. Quisiera morirme así. El día ya se ha hecho noche, y recuerdas las plantas que viste.

El aroma de los jazmines, de unas flores rojas que viste al caminar por la avenida. Las flores amarillas y naranja del jardín del frente. Las primaveras, o santa-ritas, o bougainville. Las flores blancas que perfuman por todas partes. Las acacias, que penden como farolitos japoneses. El día ha entrado en esa modorra nocturna, cuando las luces de la ciudad tejen hilos de luz en todas las direcciones. Tratas de cerrar el día, pero ¿quién es que puede cerrar un día? El día se cierra por sí mismo, si es que de hecho esto ocurre. Talvez el dia se vaya corriendo atrás de la noche, jugando a las escondidas.

El placer de ser y de vivir

Con frecuencia nos preguntamos: ¿qué debería hacer? No está mal que uno se haga esta pregunta. Al contrario, el sentido de lo ético está profundamente enraizado en esta indagación.

Pero hay otra pregunta, tan o más importante que la anterior, que es: ¿qué quiero hacer? ¿qué me gustaría hacer? ¿qué es lo que, realizado o al realizarlo, me da placer?

Placer y deber parecen campos contrapuestos. En algún sentido, lo son. Pero desde una perspectiva integrativa de la persona, es sabido que debe y puede pensarse en un “deber de placer”.

La obligación de disfrutar de la vida. La necesidad de gozar del mero hecho de existir, respirar, ver oír, tocar. Cada sentido humano es uma celebración.

Nos han inculcado sentidos de la vida lejanos y distantes. El más allá. El consumo. Pero hay un placer inmanente en el hecho de existir. Y esta alegría de vivir es integradora y contagiosa.

La persona feliz irradia bienestar. Y esta sensación no proviene tanto de lo que tiene, sino de lo que es. No tanto de la propiedad, sino más bien de la propia existencia.

Volver a disfrutar de la vida, gozar profunda y essencialmente del hecho de que estamos vivos. Es un deber placentero. Y una necesidad.