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Anotar lo que vamos viviendo es una posibilidad de percibir lo nuevo que se va presentando

Registrar la vida es adueñarse de ella. Anotar lo que vamos viviendo es una posibilidad de percibir lo nuevo que se va presentando. Así se rompe la mecanización. Así vamos tomando conciencia de nuestra presencia y del paso del tiempo.

Un procedimiento tan simple. Poner en un papel lo que me llamó la atención. Aquella joven que me preguntó mi nombre. La mujer que bajó del auto. El movimiento de gente en la peatonal.

La película que vimos esta noche. La reunión familiar on line. El amor más cerca. La vida se renueva en lo mínimo. En medio del confinamiento. La proximidad de la muerte.

Andar en el borde. Vivir en el borde. La puerta estrecha. Deshacer la neblina de lo repetido. Ver lo nuevo a cada instante. Esto es vivir.

Concientemente

Disponer de este espacio para compartir impresiones sobre el presente, la vida en tiempos de confinamiento, la posibilidad de detener el genocidio en Brasil, la perspectiva de redemocratización que se abre con el regreso del presidente Lula al centro de la noticia.

Una revista puede ser un lugar donde se construye y se estimula la esperanza. Hemos mantenido esta postura desde el comienzo y seguiremos así.

Dejar que la vida venga. La vida vivida, no pensada. No la vida calculada, proyectada, programada. La vida que fluye por entre las rendijas.

Aquella que sobrevive a todos los ataques. La que renace después de todas las agresiones, fortalecida. Este es un lugar de resistencia.

Sacudir la inercia. Levantarnos y caminar. No es tiempo de recluirse en prisiones personales o ideológicas. La proximidad de la muerte despierta una atención especial a la vida.

Mirar alrededor, a las personas que encontramos, a quienes realizan alguna tarea a nuestro favor, o simplemente viven cerca o cruzan nuestro camino.

Recuperar la visión interna. La posibilidad de vivir como un don divino. Una posibilidad grandiosa. Mirar a nuestro propio interior y descubrir el milagro de estar vivos/as.

La suma de actos que tuvo como resultado que estemos aquí. Es maravilloso. Saber que necesitamos de lxs demás para poder sobrevivir. Así fue y así será. Nadie puede forzarnos a actuar contra nuestra conciencia.

Ni la delincuencia política institucionalizada actualmente en el poder en Brasil, ni la pereza mental que muchas veces nos lleva a vivir una vida ausente, mecánica, atomática. Adueñémonos del instante, este tiempo fugaz llamado vida.

Vivir concientemente

¿Qué estoy haciendo? ¿Qué hago? ¿Por qué estoy haciendo esto? ¿Para qué?

Estas preguntas me ayudan a encontrarle sentido a lo que hago. Mejor dicho, ellas me ayudan a darle sentido a lo que hago. Dejo el automatismo y la mecanización.

La mera costumbre, el hábito, la rutina, van disminuyendo la atención. El actuar el estar aquí, se van vaciando si no estoy yo. La acción no existe sin el sujeto.

Si yo no estoy no hay nada. Si estoy presente todo está bien, aunque no lo esté. Estas observaciones tienen sentido si se mira la vida cotidiana como un espacio donde transcurre la mayor parte de nuestro existir.

Cuando vivimos sin prestar atención a lo que hacemos, nos vamos enajenando. Algo está aquí pero no soy yo. Algo aquí piensa pero estos pensamentos no son míos. Algo siente pero no son sentimientos míos.

Una vida sin sentido es casi una no-vida. He luchado desde muy temprano contra lo que amenaza robarle sentido al existir.

La obediencia ciega, la mera repetición acrítica e inconsciente, vacían al ser. La imaginación y la atención, la observación, la creatividad, el juego, al contrario, presentifican al ser. Soy más cuanto más aquí estoy.

Vengo a la hoja a ver si respiro mejor

Vengo a la hoja a ver si respiro mejor. Me alejo de sentimientos negativos. Dificultades de aceptación de las limitaciones de circulación y contacto social. Sensación como de que hubiera un muro alrededor cerrando el mundo.

Necesidad de ver gente. Escuchar una voz. Saber que hay alguien allí. Hay una especie de peligro difuso rondando. Una amenaza invisible y otras visibles. Al mismo tiempo esta imposición inevitable obliga a buscar brechas.

Espacios mínimos para recargar baterías, recuperar fuerzas. Yo ya pasé por situaciones parecidas. Uno acaba fortaleciéndose. Lo habitual y repetido adquiere un valor más intenso.

Sobresale la importancia de las pequeñas cosas. Una flor que trasluce la luz del sol. Un pájaro que canta en coro aquí cerca, saber que aquellas cosas en el pasado que parecía que nunca acabarían, acabaron. Acabó la dictadura.

Vinieron otras formas de dominación. El juego es ese. Rehacerse cada vez que cambian los modos de amenaza contra la vida. Individualismo, conformismo, consumismo, idiotización. Falta de reflexión. Falta de visión histórica.

Falta de visión de proceso y contexto. La cultura dominante es un desafío a la supervivência. Trato de sumergirme en lugares y situaciones donde se trabaja concretamente para construír una humanidad mejor.

Aprendo a aceptarme y a perdonar. Perdonarme a mí mismo en primer lugar. Dejar de censurarme y de exigirme una perfección imposible. Dejar de exigirle a otras personas como consecuencia de una mirada más compasiva.

Saber que todos y todas nos equivocamos. Valorar los encuentros personales. Cultivar la esperanza. Valorizar iniciativas como ésta que en su simplicidad tienen una efectividad extraordinaria. Retener los momentos que van pasando como en un desfile incesante a la eternidad. Así me eternizo.

Puede haber un silencio

No siempre es necesario hablar, decir, manifestarse. También puede ser una conducta correcta, el silencio. Silencio no es tan sólo callar. Puede ser también aquietarse, permanecer más dentro de uno mismo o de una misma.

Hoy por ejemplo, esta tarde de domingo, no se me ocorre qué hacer. Leo el I Ching, el libro de las mutaciones, el hexagrama “La nutrición,” que habla de que es necesario ser moderado en las palabras y en el comer y en el beber. Andaba buscando una orientación.

A veces uno no sabe qué hacer y necesita una orientación. Uma indicación de rumbo. Ahora ya ando aceptando un poco más la cuestión de la perecibilidad. Para ser más claro: el hecho de que nos vamos a morir, de que la vida física termina un día.

Por certo que esta aceptación es en buena medida resultado del hecho de que la vida me ha ido poniendo en contacto con la enfermedad y con la muerte, con la disminución de las capacidades físicas.

Sin embargo, sigo creyendo que, en lo esencial, la muerte en sí no es un problema, pero sí lo es la desistencia, la muerte antecipada, como dice Martha Medeiros en Non-Stop, crónicas do cotidiano.

Hoy a la mañana me entretuve un rato pintando un cuadrito de álamos. De un álamo, para ser más preciso. Un sol o una luna amarillos en el fondo, del centro para la izquierda, y un álamo creciendo hacia arriba, como acostumbra ocurrir, subiendo con sus hojas como querendo ganar el cielo.

Mientras pintaba, pensaba en varias cosas, como también es bastante habitual. Varias de ellas, relativas al pintar. Me acordaba de Van Gogh, y no pude dejar de recordar una frase de este pintor tan singular. Que para él pintar no era resolver problemas técnicos, sino más bien despertar ecos en los corazones humanos, que reverberarán por siglos.

Esto lo dice en una de sus Cartas a Théo. Sin duda lo consiguió. Pero no es sólo esto lo que queria compartir, sino también algo que Osho dijo alguna vez cuando alguien le comentó sobre el suicidio de Van Gogh.

Dijo que Van Gogh había cumplido su misión, y que aunque eso pueda llamarse de suicidio, a Osho le preocupaba más la muerte en cuentagotas, esa que se procesa todos los días, sin que la persona se de demasiada cuenta de ello.

Hoy a la mañana recordaba un cuento de Julio Cortázar en Historias de Cronopios y de Famas, llamado “Manual de Instrucciones,” en que el escritor se refiere al acto de revolver al café con una cucharita. Uno puede prestar atención a su latido sospechoso, o usarla simplemente para revolver.

Nos vamos acostumbrando tanto a las cosas, que es como si perdiéramos el contacto con ellas. Ya no nos dice mucho el vivir. Se transforma en una repetición mecánica. Por eso a veces puede ser necesario parar un poco. Escucharse, prestar atención, no perder el contacto con lo que ocurre dentro y fuera de uno mismo.

Unidad con la vida

Ayer pensaba que un amor entrañable, muy profundo por la vida, nos funde con ella, nos unifica a tal punto con el existir, que ya somos uno o una con la eternidad. Esto no es algo abtracto o genérico, sino concreto, y paso a explicarlo si me permiten por un momento esto que podría llegar a ser o parecer petulante. Estoy hablando de una experiencia que vengo haciendo, y no de una creencia o idea que pueda haber tomado de alguien y estuviera repitiendo. Hay que aclarar, porque si no por ahí te puede venir alguien con algún comentario que te la voglio dire. Si digo que uno se va fundiendo con la vida por amor, o si digo que uno puede ir eternizándose al unirse a lo que existe, debido a un amor entrañable por la existencia, estoy hablando de cosas que hago.

Cosas que todo el mundo hace o puede llegar a hacer, si se deshace de un cansancio vital impuesto por la rutina, por el hábito de haber adquirido la creencia falsa de que el vivir se repite, de que lo que ocurre se repite, y de que después de toda esa repetición falsa, inexistente, no hay más nada, o, al contrario, está el reino de los cielos. Yo no voy a discutir creencias o religión con nadie. Cada uno con sus creencias, ¿vio? Para mí lo más extraordinario, es que si una hoja de parra produce un sonido muy leve al arrastrarse por el viento sobre la tierra seca, y ese sonido tan delicado me conmueve y me llama la atención, entonces es posible que, por ese encantamento entre la hoja de parra y ese su ruidito tan particular, la hoja de parra y yo, ese sonidito tan delicado y yo, vayamos fundiéndonos, vayamos siendo una sola cosa.

Y esto tiene que ver con la unidad, con ser uno, el objetivo de la vida. La vida es unidad, no disociación, aunque nos quieran convencer de lo contrario, o aunque nos hayamos creído lo contrario durante años. Un día uno despierta y ve que no, que la inmortalidad no está en el más allá, sino en el más acá, en este aquí y ahora tan fascinante en que voy disolviendo las falsas fronteras que me separaban de todo lo que existe, y me voy uniendo con todo lo que existe. Les pido que me disculpen todas estas repeticiones. Uno repite a veces por descuido, o también, y espero que sea este el caso, por el entusiasmo de estar compartiendo algo muy lindo, algo muy bueno.

Una puerta hacia la eternidad está al alcance de cada uno, de cada una, si amamos intensamente la vida, y vamos borrando por este amor excesivo y por una atención y cuidado extremados con todo lo que ocurre, las falsas barreras que nos separaban e iban convenciéndonos de que estábamos solos, que éramos algo extraño y diferente, separado. Repito y repito y no me canso de repetir, pues de tanto repetir, un descubrimiento se va haciendo nuestro. Así como nos convencieron a fuerza de repeticiones, de que este vivir era un sufrimiento sin fin, podemos convencernos de lo contrario, de que es una pura plenitud, si lo repetimos incansablemente. Esa atención y afecto, ese cuidado continuo con la vida, nos abren puertas a la eternidad.

La literatura y la poesía están en esa búsqueda, en esa construcción de puentes hacia la unidad. También lo está la actitud religiosa auténtica, esa fascinación por la creación, por la vida de uno mismo y por la vida de cada insecto o flor o por la nube que anda por el cielo y por el sol que a esta hora debe estar escondido no se sabe adónde, en qué países o lugares. Estas cosas las comparto para que se eternicen en tí y en mí, y que entre todos y todas, vayamos sacándonos de la cabeza esa falsa noción de que esto no es nada más que lo mismo que ya fue. Y está también la memoria, la que nos trae el recuerdo de la infancia y de todo lo bueno y maravilloso que fuimos viviendo en la juventud y después, hasta aquí, y este recuerdo continuará.