Los golpistas y las golpistas no tienen noción de la realidad. Como viven mirando su propio ombligo, sus propios intereses personales y corporativos, no tienen noción del mundo real.
Deben haber pensado que Brasil era una especie de república de las bananas. Que bastaría la calumnia y la difamación, el terrorismo midiático, para retroceder en el tiempo, devolviendo el poder a las oligarquías hereditarias. La historia revela sorpresas.
Y siempre que ignoramos la realidad, pagamos un precio muy alto por esto. De golpe nos damos cuenta de que además de nuestros sueños, además de nuestra imaginación, está lo que está allí. El mundo ahí afuera. La realidad como es, y no como nos gustaría.
La gente tal cual es, como es en verdad, y no como pensamos que es. En todos estos años de golpe y post-golpe, el Brasil se hizo grande, al punto de ver a su gente, a la gente que trabaja, y traerla de vuelta para sí. Un país para sí. No más una mera colonia mirando a Nueva York o París.
En todos estos años de golpe y post-golpe, la gente se fue dando cuenta de que además de trabajar para vivir, podían también disfrutar de la vida. Podíamos todos y todas, además de engordar los bolsillos de los capitalistas, disfrutar de la vida.
Entonces los derechos sociales, la educación para todos y todas, la salud universalizada, la casa al alcance de todo el mundo, se fueron haciendo realidad. Y el arte y al cultura, que hasta eso había sido reducido a privilegio de las élites oligárquicas, también se fueron haciendo accessibles a cada persona.
Pudimos estudiar en buenas instituciones educativas. Ser cientista y ser profesor, es una manera de ingresar al mundo de la cultura. Esto fue quedando al alcance de todos y todas. Cosa inédita en el mundo. El hambre y la miseria fueron siendo barridas del mapa.
De pronto los pobres viajaban en avión. Un símbolo. Todo esto no debió agradar a esa masa anómala que quiso destituír a Dilma Rousseff para reinstaurar un gobierno para pocos. Un país para pocos. Lula y Dilma y el PT, son símbolos. Son símbolos de un Brasil que empezó a hacerse cargo de cada uno de sus ciudadanos y ciudadanas.
No sólo para explotarlos, obligarlos a que paguen impuestos y cumplan con los deberes que el Estado les impone. Sino para que se den cuenta de que son gente. Ninguno de nosotros ha nacido para ser usado y descartado.
La vida tiene sentido, debe tener sentido, del comienzo hasta el fin. La destrucción de este Brasil inclusivo, que fue planeada y ejecutada con precisión, no va adelante porque además de masa de maniobra, la gente se ha dado cuenta de que son ciudadanos y ciudadanas. Son gente. Somos gente.
Trataron de romper esta unidad nacional y social, oponiéndonos unos a otros por ideologías, para lucrar con la división. No resultó. Quienes apoyaron al golpe se van dando cuenta de que fueron engañados y engañadas. Los usaron. Las usaron. La lucha continúa, y hay un lugar para cada uno, cada una, que quiera seguir trabajando por un país donde la vida valga la pena de ser vivida, para todas las personas.