¿Qué presente y qué futuro estamos construyendo?

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Es claro que, en forma consciente o inconsciente, todos estamos preocupados por el presente y el futuro de nuestras vidas y el de las vidas de quienes nos sobrevivirán. Algunos, sin embargo, intentan mirar para el costado, otros lo aceptan con resignación y otros lo tomamos con verdadera preocupación. Las cosas en “nuestra casa”, la Tierra , no andan bien. Y no andan bien, no tanto por las catástrofes naturales, como por lo que nosotros, “los habitantes de la casa”, estamos haciendo en contra de ella y de la vida que ella ha posibilitado y posibilita.
Esto que, a primera vista, suena como exageradamente alarmista, desde hace muchos años está siendo anunciado por las ciencias experimentales, por la sicología social y por los historiadores. Carl Sagan, en sus obras, afirma que desde que empezó a surgir nuestro planeta, y hasta nuestros días, se han producido no menos de cinco ciclos de transformaciones violentas del planeta Tierra, las que han acarreado la desaparición de las anteriores situaciones geomórficas, medioambientales y de vida.
La preocupación de nuestros días es que ahora, en la era del “homo sapiens” (¡o no tanto!) tenemos la capacidad de saber qué pasó antes de nosotros, en nuestro planeta y con los distintos tipos de vida que en él se dieron. Y conociendo esto, ser prudentes y sabios para no volver a cometer los mismos errores que puedan acabar o hagan altamente improbable, una vez más, la vida.
Cierto es que la desaparición de los dinosaurios y de otros tipos de vida se debieron a hechos “externos” -meteoros- que se batieron contra nuestro planeta. Pero, hoy, las miles de especies animales y vegetales que están desapareciendo cada año, las nuevas enfermedades físicas, sicológicas y medioambientales que se están sucediendo a nuestro lado, el aumento de la temperatura con el efecto invernadero: sin lugar a dudas son producto del accionar actual de “nuestra civilización”. De todos y de cada uno de nosotros.
Algunas constataciones
Una detenida lectura de estos días me ha hecho reflexionar sobre lo expuesto Son afirmaciones del sociólogo Zygmunt Bauman.
“Lo que ocurre hoy es que no tenemos un destino claro hacia donde movernos”.
“La relación de dependencia mutua entre el Estado y los ciudadanos ha sido cancelada unilateralmente. A los ciudadanos no se les ha pedido su opinión”. “La falta de confianza en los políticos es un fenómeno a nivel mundial. Y la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder”.
“Deberíamos tener un modelo de sociedad global, de economía global, de política global… En vez de eso, lo único que hacemos es reaccionar ante la última tormenta de los mercados, buscar soluciones a corto plazo, dar manotazos en la oscuridad”.
“En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos, que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política”.
“Tal vez tiene más sentido hablar de un “estado en red” o de “un planeta social”, con ‘organizaciones no gubernamentales’ que cubran los huecos que va dejando el Estado. Yo creo, sobre todo, en la posibilidad de crear una realidad distinta dentro de nuestro radio de alcance”.
Volvamos a la pregunta inicial
– ¿En la Argentina y en Mendoza, somos conscientes de lo que, con total lucidez, plantea Bauman?
– ¿Alguien (sociólogo, historiador, político, religioso, etc.) tiene la capacidad y la autoridad moral necesaria para, siquiera, encender una pequeña luz que nos ayude a caminar esperanzados en medio de la “crisis” en que nos encontramos?
– Los ciudadanos de a pie -usted, yo y todos/as- ¿estamos cuidando la Madre Tierra que posibilita y sostiene nuestras vidas?
– ¿Caemos en la cuenta de que enmugrecer nuestros cauces de riego y acequias, que continuar emitiendo gases tóxicos a nuestra atmósfera, que no rotar los cultivos en nuestros campos, que seguir fabricando y consumiendo alimentos transgénicos, que continuar talando nuestros bosques, que incrementar exponencialmente la contaminación de nuestras ciudades, que no ser cuidadosos en la utilización prudente del agua (el mayor bien para la vida y cada vez el más escaso): que todo eso constituye la muerte anunciada de toda vida en nuestro planeta y del planeta mismo?
– Las instituciones que conforman el Estado, ¿están haciendo algo sustantivo para salir del círculo vicioso de la politiquería, de los discursos vacuos y repetitivos que hacen que todo siga igual o peor?
– Si -salvo escasas y aplaudidas excepciones- los gobiernos, los legisladores y los jueces son conscientes de que los ciudadanos ya no creen en ellos, ¿por qué se pelean con uñas y dientes para estar donde están, atornillados a un Estado que es parte del problema y no de la solución?
– Si ya está más que claro que el “verdadero poder” lo tienen el dinero, las instituciones financieras y las multiempresas globalizadas, ¿qué nuevas instancias le corresponden asumir al Estado -como representante y cuidador de los ciudadanos- para hacerles frente y recuperar el valor de la democracia y de la ciudadanía?
– Quienes están en la Función Pública (por elección o por designación), ¿no saben, no pueden o no quieren?
-¿No habrá llegado la hora en que todas la Organizaciones de la Sociedad Civil -además de sus fines específicos- conformen una “verdadera red” a fin de defender comprometidamente los derechos fundamentales de las personas, de la sociedad y del planeta que nos cobija, cubriendo, así, los muchos huecos que están invalidando al actual Estado?
En este momento estamos viviendo un tiempo en el que la propia Tierra está tomando conciencia de su enfermedad. El calentamiento global indica que ella va a entrar en otra época. Si seguimos maltratándola y no la ayudamos a estabilizarse, podemos contar las décadas que faltan para la tribulación de la desolación en el autocumplimiento de una profecía.
El autor es sacerdote católico, miembro de Curas en la Opción por los Pobres (Mendoza, Argentina)

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