¿Qué hemos hecho de la vida?

No es tiempo de proclamas, anuncios, declaraciones, enunciados, quejas, lamentos, censuras, repudio. Toca juntar lo que quedó, potenciarse e ir adelante. Preservar la vida.

No podemos repetir viejas prácticas que demostraron ser equivocadas. Esperar que alguien nos salve, que otros u otras hagan lo que nosotros no hacemos. Esto no funciona.

Todo ha ido de una manera y con una velocidad tales, que parece que hemos perdido noción de realidad. La conexión con el presente se ha hecho vaporosa.

Si hasta no hace demasiado tiempo atrás sabíamos que todo depende del trabajo, ahora parece que basta apretar un botón. Lo instantáneo e imediato parece haber substituído la construcción, el esfuerzo, la suma de actos.

El ladrido y el vómito, el habla vacía, la repetición de cosas que escuchamos y que nos invaden al punto de ocuparnos por entero, parecen haber substituído la noción clara de que cada acto cuenta.

La responsabilidad por nuestras decisiones sigue siendo nuestra. ¿Qué hemos hecho de la vida? En medio de la situación actual no queda otra alternativa que la de despertar.

Nadie puede despertar por mí. O yo despierto y me pongo a caminar, a hacer lo que tengo que hacer, o aquello que es tan precioso que no hay nada que le supere en valor, podrá perderse.

La dimensión comunitaria parece haberse reducido a su mera evocación. Esto sólo ocurrirá si suponemos que la muerte no nos va a alcanzar.

Alrededor nuestro sigue habiendo gente que nos necesita y de la cual necesitamos para seguir manteniendo nuestra condición humana. La vida es sólo de ida. Es muy fugaz.

En un instante nos vamos. No podemos perder de vista nuestra trayectoria de vida. Lo que hemos hecho hasta aquí es lo que nos puede capacitar para seguir adelante.

Leemos en la Escritura: “He amado la habitación de tu casa y el lugar donde permanece tu gloria”. La fe es un compromiso de amor y trabajo.

No podemos seguir divididos/as entre lo que decimos creer y como actuamos. No hay más tiempo para simulaciones.

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