Pertenecimiento

Escribo como tratando de encontrar mi lugar. Hago ese lugar cuando anoto lo que voy viendo y viviendo. Los picaflores, las flores, el cielo, el mar, todo lo que está a mi alrededor.

Leo adentrándome en el mundo de la palabra poética. Esta búsqueda está orientada a darle un sentido a mi vida.

Descubrir para qué vivo, qué debo hacer, qué quiero hacer, qué es lo que me mueve. La belleza, el placer.

La necesidad de vencer los miedos, o más bien, aprender a coexistir con esas sensaciones que han perdurado en el tiempo.

Separar el pasado del presente, mediante la atención. En la medida en que presto atención a lo que estoy viviendo, se concretiza.

Viene una sensación de pertenecimiento, que si bien no disipa la perplejidad habitual, al menos la integra. Sé de dónde vienen estas sensaciones y sentimientos.

Entonces cada pequeña cosa (una conversación con una persona, la escucha de esa persona, la escucha de mí mismo, la comprensión de un escrito, el disfrute de un color o de un cuadro o de un paisaje o de una mujer bella, un niño) es como que un enlace, una unión con todo lo que existe.

Se desvanece así una sensación de extrañeza, de no tener un lugar, de no ser nada o nadie. Soy parte de esa belleza simple que va siendo, que sigue siendo, que siempre será.

Existe, existo, a pesar de todo lo que acecha en sentido contrario. La belleza me libera, me hace respirar.

Por eso oro, y busco imágenes internas que me orientan y dan sentido, tanto como las externas.

Hoy fueron los girasoles de Van Gogh, un cuadro que ví cuando niño, en casa de mis padres. Esto me aquieta, me tranquiliza, me complace profundamente.

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