Lo poético-literario como forma de recuperación de la persona humana

Ya he escrito varias veces sobre esto, pero lo sigo haciendo. Es que uno va encontrando cada vez que vuelve sobre lo mismo, nuevas facetas. Otros aspectos que se nos van presentando como importantes. Sólo puedo decir algo sobre este tema, desde mi propia experiencia personal. Cómo me he venido recuperando como persona a través de la lectura y la escritura, en las cuales cada vez más encuentro espacios de reconocimiento de mi proprio ser, y de identificación del mundo en el que vivo, diferentes de lo que se presenta como “realidad objetiva”.

Esto es apasionante, ya que lo que creíamos saber, se nos presenta otra vez como nuevo. Es un manantial inagotable. Me gustaría ir dando algunas pinceladas, algunas menciones por rápidas o superficiales que puedan ser o parecer, sobre el hecho real de que algo tan simple como la poesía y la literatura pueden hacer mucho (y de hecho hacen mucho) para que uno se tenga de vuelta, para que la persona se desaliene, sepa de verdad quién es, y tenga una vivencia de sí misma y de su mundo, desde su propio ser, y no desde un ser extraño que internalizó a fuerza de coacción y presiones, amenazas y violencia.

Sé que suena un poco dramático esto, pero sabemos que es así. Lo que se acostumbra llamar de “educación”, tiene mucho de esto, de ruptura y disociación del ser que somos para que sea introyectado un muñeco obediente y sumiso, una copia falsificada que atiende a comandos externos. La sociedad capitalista vive de esto. Pero en la contramano, están los anticuerpos. Las acciones y percepciones que aquí trataremos de mapear aunque sea de una manera superficial y rápida, que conducen a la recuperación de la persona que somos, el ser que cada uno de nosotros es.

Una de las cosas que se me ocurre en este momento, es que al sumergirnos en el mundo de lo poético, el tiempo se detiene. Cuando leo un poema de John Keats, por ejemplo, o de Gustavo Adolfo Bécquer, o de Jorge Luis Borges, entro en un espacio tiempo detenido, inmóvil. Es lo que se puede parecer a la eternidad. Lo mismo sucede cuando me entrego a la lectura de un libro como el Martín Fierro, de José Hernández; o de Martha Medeiros, Feliz por nada; o de Gabriel García Márquez, El general en su laberinto.

Me extiendo, supero mis límites, me integro en una unidad física y espacial que me extiende más allá de las dimensiones comunes a las que puedo haber llegado a acostumbrarme.También sucede que al leer me reconozco como más real que del lado de acá de la lectura. O sea, en la narrativa poética y literaria, me encuentro más parecido a mí mismo que en mis versiones cotidianas, si es que mi cotidiano está demasiado aplanado, demasiado chicoteado por la rutina, los medios de comunciación, las doctrinas y las ideologías, el cientificismo, el intelectualismo, para citar apenas algunas de las plagas alienantes que andan por ahí.

Entonces leo para ser más, leo para ser más yo. Leo para apropiarme de mi ser y del mundo que me rodea. Y lo mismo sucede cuando escribo. Escribo también para adueñarme de mi vivencia, para aprender a ser yo mismo, a distanciarme de las copias falsificadas o tercerizadas con las que pude haber llegado a confundirme. Y creo que puedo decir que todos mis escritos atienden a este imperativo, y a estas intencionalidades que aquí muy rápidamente he enumerado. Cada uno de mis libros y artículos, son intentos por alcanzar esa realidad más tenue pero muy efectiva y concreta de la cual está hecho el mundo, de la cual estamos hechos los humanos, cada uno de nosotros.

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