La finalidad de la vida no es la muerte, es la propia vida.

La finalidad de la vida no es la muerte. Es la propia vida.

Por donde se mire, el actual gobierno brasileño va en la dirección contraria. En la dirección de la superexplotación de la clase trabajadora. La violación sistemática y premeditada de los Derechos Humanos pone en evidencia que el actual gobierno es en todo semejante a una dictadura, o aún peor.

La fachada legal que lo disfraza no consigue, sin embargo, disimular su esencia. La muerte es su bandera. Su objetivo, la destrucción de la vida humana y ambiental. A menos que la ciudadanía en su conjunto se movilice de manera contínua y eficaz, esta guerra la habremos perdido.

Conviene mirar en detalle algunos de los factores que sustentan este estado de cosas. En primer lugar, el endiosamiento de la bestialidad. El actual presidente de la república defendió públicamente la tortura cuando, aún diputado, apoyó el golpe de estado de 2016.

Pero esto no es todo. La idiotez de negar la ciencia. La imbecilidad de promover la ignorancia como modo de vida. Es la negación de la negación. Es la nada como eje.

En segundo lugar, y como consecuencia de todo esto, el intento por estabelecer una sociedad excluyente, basada en el parasitismo, el robo, la mentira, la calumnia, la difamación, el engaño, la disimulación, el prejuicio negativo contra la población LGBT, el uso anómalo y atroz de la religión al servicio de la abominación.

Este es el programa que se viene ejecutando. Es un programa de muerte. Cuando decimos, al comienzo de estas líneas, que la finalidad de la vida es la propia vida, estamos diciendo algo claro y definido.

Nacemos para desarrollar a pleno todas nuestras capacidades creadoras. La educación, la familia, el arte, la cultura, la poesía, la literatura, la ciencia, el trabajo, la fé, son otras tantas ocasiones y espacios para ese florecimiento.

El trabajo en común, la construcción comunitaria, un sentimiento de país y de humanidad deben seguir orientándonos en esta hora desafiadora.

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