Integradamente

Con el pasar del tiempo, es cada vez más el instante –eso aparentemente tan fugaz e impreciso– lo que se nos presenta como lo más real.

Uno va habitando esos momentos pequeñitos de que está hecho el día, de los cuales se compone la vida, de maneras que nos van dando un sentido de plenitud y de placer. Puede ser un matecito, la charla con un amigo, una canción que nos llena otra vez de sentimientos profundos. “Pequeñas” cosas que en verdad traen con ellas, una dimensión de vida que de otra manera se nos escaparía.

Desde temprano en la vida, tuve la oportunidad de ir valorizando lo aparentemente fugaz e imperceptible, en la convivencia con mi madre y mis hermanos, mi padre y mis abuelas, mis amigos más cercanos.

En este espacio tan próximo del mundo inmediato, pude ir dándome cuenta de que esas cosas que para algunos son despreciables, en realidad son lo más esencial de la vida. La manera como nos tratamos, el sentimiento que ponemos en lo que hacemos, la forma como nos dirigimos a una persona, van al mismo tiempo configurando y expresando nuestro ser más profundo.

Así, me fui dando cuenta de que puede haber –y de hecho hay– una disociación muy grande entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se predica y lo que se practica. ¿Cuál podría ser la solución para esta forma disociada de vivir y de ser? Una atención profunda hacia el ser que soy.

Un escucharme a mí mismo desde un estado de presencia total. La acción que deriva de este estado de atención, es de una naturaleza más integrada. Trato de ver cómo cada cosa que hago, está inserta en mi historia de vida.

¿Por qué estoy haciendo esto que estoy haciendo? ¿Por qué me involucro en acciones de inclusión social? ¿Por qué me llena de sentido la belleza que soy capaz de generar y disfrutar al leer un buen libro y al pintar un cuadro?

Estos actos y otros de mi quehacer diario, están enraizados en mi trayectoria existencial. Aprendí a valorizar el acogimiento a quienes son discriminados y excluídos, a partir de haber experimentado en carne propia lo que es ser discriminado y excluído.

Pude aprender a valorizar la belleza que el arte nos trae, a partir de los momentos de creatividad y de juego que vivíamos en familia, cuando niños. Uno puede vivir la vida en profundidad, si lo hace desde sus raíces. Hay que permitírselo, ya que la vida es muy corta, y en verdad lo único que nos trae un auténtico bienestar, es aquello que somos capaces de vivenciar desde nuestro ser auténtico.

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