Integración

raíces¿Qué haría? ¿Qué podría llegar a hacer? Escribir me trae una sensación de estar donde debo estar, de estar haciendo lo que debo hacer. No importa mucho lo que escriba, sino el escribir. El ir poniendo letras en el renglón, formando palabras, me tranquliza, me aquieta.
Cuando veo las frases que se van formando, muchas veces me sorprendo. Yo no tenía algún propósito determinado al ponerme a escribir. Y en ese juego de ver lo que viene del lado de allá, o del lado de acá, no sé bien de qué lado vienen las palabras, algo se va igualando.
El lado de allá y el lado de acá se equilibran. Tanto lo que digo como lo que dejo de decir, me traen ecos, reflejos de otros momentos de mi vida. Se va recomponiendo la unidad de mi estar aquí, la unidad de mi ser, muchas veces fragmentada en identidades o acciones parciales.
Es como pintar o dibujar, en alguna medida. Cuando pinto o dibujo, alguna realidad se va formando, y esa realidad es parte de mí, o yo soy parte de ella. Algo se integra. Estos días atrás, me he venido acordando de un dibujo que hice, de un árbol que vi en una plaza de Buenos Aires, en 1969.
Ese árbol tenía una forma curiosa, que me llamó la atención por su belleza. Era un tronco que se bifurcaba hacia arriba, en dos ramas que se entrelazaban hacia lo alto. El recuerdo de este árbol me ha venido visitando en estos días, y hoy también.
Entre dibujos, pinturas y escritos, he ido construyendo un lugar para mí. O he ido descubirndo mi lugar y mi modo se ser. Mis modos de ser, que son muchos y cambiantes. Entonces muchas veces siento una sensación de plenitud, de pertenecimiento y enraizamento.
Una sensación como de mucho tiempo atrás. Infancia o juventud. Tiempos pasados que no han pasado, tiempos que vuelven, vuelven siempre, como las olas del mar. Tiempos que se hacen presentes con una sensación de paz, de una alegría plena y suave. Como cuando la vida era apenas eso, vivir nomás, ir jugando y divirtiéndome, descubriendo el mundo y descubriéndome.

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