Fin del mundo

Fin del mundo

No existe el fin del mundo, aunque haya todo un esfuerzo descomunal tratando de convencernos de lo contrario.

El mundo no acaba después de alguna gran tragedia. Nos levantamos y seguimos adelante. Así ha sido desde que hay noticias de la existencia de la humanidad.

Tampoco hay un fin de la historia, al contrario de lo que también tratan de implantarnos en la cabeza a fuerza de repetición.

Lo que hay es una masa imbécil que ignora el pasado y supone, en su ignorancia, que no hay otro tiempo que un presente atemporal.

El presente es pasado consolidado y prolongado.

La historia y el pasado, la filosofía y la educación, la cultura y el arte, la creatividad y la fe, el amor y la alegría, la amistad, existirán si es que va a seguir habiendo humanidad.

El tiempo sigue pasando aún en medio del confinamento obligatorio.

La pandemia va a pasar, así como pasaron las dictaduras, el nazismo y el fascismo, aunque estas calamidades dejaron resquícios.

La vida sigue, no termina. Es como el mundo, contínua.

Lo que puede acabar y acaba es la mentira, el engaño, la falsedad, el terrorismo de estado, la idiotización masiva midiática.

Estos males no terminan por sí mismos. Un trabajo colectivo sin prisa y sin pausa es lo que termina por desenmascarar todo lo que no es cierto.

Todos/as tenemos la responsabilidad de mantener de pie los valores supremos que sostienen y dan sentido a la vida.

¿Adónde quiero llegar con estas reflexiones?

Hacer de cuenta de que no estamos viendo la destrucción antihumana que se procesa a diario, es suicida. La fila avanza.

Callarse frente a lo inaceptable es complicidad. La historia es implacable. No hay impunidad ni imbecilidad que duren para siempre. El tiempo pasa.

Ya se está yendo. Ya pasó. ¿Qué hice con mi vida? ¿Cómo puedo construir un mundo mejor aquí y ahora?

Prestando atención. Asumiendo la vida que soy. Aceptando mi origen y mi identidad, mi historia y mi memoria. Mi pertenecimiento traza un camino que me sostiene y conduce.

 

 

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