Comunicar es un compromiso con la humanidad. Un compromiso con la realidad

La tendencia sería empezar por lo que es repudiable. El discurso del odio también es practicado por quienes dicen combatirlo. No enfatizan en lo esencial, sino en lo que mueve al prejuicio, al rechazo, a la separatividad.

En vez de decir que un neonazi atacó a Cristina Fernández de Kirchner, vice-presidenta de la Argentina, dicen que fue un brasileño. Lo relevante en esta agresión es la actitud del agresor frente al mundo, no su nacionalidad.

Siempre me llama la atención el modo como se usan las palabras. Cuando se dice media verdad, se está queriendo engañar, dirigir la atención no hacia lo real, sino a lo que interesa. El neonazismo, lamentablemente, está demasiado expandido.

El presidente de uno de los más importantes países de América del Sur, tiene estas actitudes. Odia a las mujeres, ofende a personas LGBTQIA+, etc, etc, etc. ¿Por qué esa llamada prensa alternativa o independiente sólo posteriormente aborda la esencia del hecho?

Porque vive de lo mismo que la prensa venal, aquella que abiertamente apoya o apoyó genocidios, exclusión social, persecuciones, prisiones ilegales. No hay medio término. O servimos a la verdad, o atendemos a intereses parciales, mezquinos.

Cuando asumimos la misión de comunicar, estamos asumiendo un compromiso con lo esencial del ser humano. Un compromiso con la humanidad. Una actitud de promoción y defensa de lo mejor de la persona. Lo mejor de la comunidad. Los sentimientos que unen.

Lo humano no está dado. No basta nacer para ser. Hay que hacerse todos los días. Nacer de nuevo a toda hora. La palabra es elemento esencial en esta construcción contínua. Yo puedo sentirme una persona despreciable, si es que aprendí a condenarme en nombre de lo que sea.

Una perfección inalcanzable, agresiones internalizadas, sentimientos de abandono o inadecuación. O bien puedo irme amando, irme adoptando, aceptándome tal como soy. Esto no es fácil, ya que la sociedad circundante vive más bien del conflicto que de la armonía y paz.

Pero es una decisión mía irme trayendo de vuelta. Irme amando de verdad. Perdonándome y perdonando también a la gente próxima. Perdonando quiere decir aquí evitando el juicio condenatorio previo, el prejuicio que separa y opone.

Podemos construír puentes. Esta acción libertadora tengo la impresión de que no sucede en soledad. Requiere comunidad, sociedad. Hacer con. Puedo empezar focalizando en mis cualidades, lo que me gusta, lo que me hace bien, la belleza del mundo. Gente con quien tengo afinidades profundas.

Entonces veo que no estoy solo. Dejo de sentirme un paria, un sapo de otro pozo porque soy extranjero, porque soy migrante, porque soy como soy y no de otra manera. Cuando veo actitudes solidarias alrededor, me siento anidado. Una sonrisa, una mirada afectuosa, un gesto de apoyo.

Entonces ya veo que el mundo es más bien amoroso. Hay más gente a favor de lo que es bueno y común, lo que es noble y generoso. Nada de lo que comparto aquí es otra cosa que búsquedas, ejercicios, intentos contínuos por ir saliendo de trampas que constantemente se van presentando.

Hacer que este día valga la pena depende también de mí. Cuando cuido de mí y me siento y me sé cuidado, tengo más energías para encarar la vida. Cuando cuido de la comunidad siento también que soy parte de un mundo que me incluye.

Entonces no necesito salir a la calle armado hasta los dientes. No necesito andar armado. Puedo andar amado. Amando. Puedo elegir y elijo las palabras que me constituyen. Escuchar las canciones que me animan. Las escucho alegremente.

Fueron canciones de amor, aunque muchas veces nostálgicas. La melancolía puede ser materia prima de la creación poética y literaria. Puede ser también un puente que me recuerda de dónde vine y adónde voy. Un puente que me une a quienes andan también por los bordes.

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