Todos os posts de Liliana Costa Staksrud

Paredes y muros

Frente a nuestra casa había una pared que parecía
esperar siempre que alguno de nosotros la tocara
Ella expresaba ese deseo de la manera muda
en que los objetos piden participar de nuestras vidas

Detrás del muro ¿qué?
Entornando los ojos puedes imaginar
que la piedra y el cemento y los ladrillos
se abren como puertas para darte paso

La muralla interminable acompaña
el tránsito de un hombre.
En la cíclica eternidad de sus días la muralla le circunda
De su callosa superficie
de sus boquetes y muescas
va tomado de la mano
como si fuera conducido por un canto consolador que repite:
es bueno tener adonde ir.

Piedras encajadas con el fluir de los siglos
Paredes que han sido levantadas
desde la noche de los tiempos para servir de refugio
al temeroso corazón de mis hermanos
Piedras angulares
Paredes del hogar
Muros confidentes.
Los límites necesarios para no desaparecer en el aire

Paredes
Muros
Textura de la piedra libre:
el toque para salvarse
en la escondida
del fin que acecha a toda infancia

Yo guardo en una cartera

Yo guardo en una cartera
requechos de la que fui
y los despliego ante mis ojos
a solas
cuando la mayoría de las cosas
poco a poco
desaparecen sin hacer ruido.

Creo que estoy amasando unas arrugas
ideales para mentir sonrisas
cuando me invitan a tomar
cervezas y cervezas
y empiezo a decir palabras de burbujas
que ascienden apenas y rompen pronto.

He viajado desde muy lejos
pero sigo arrastrando mi cartera impresentable:
tiene bichitos de luz de noches de enero,
olor a bosta, a pasto quemado, a lluvia,
la equivocación de tantas muertes,
presentimientos, señales, sueños,
y un desfallecer de bailar apretado.

Una nuez moscada

una nuez moscada
en su frasco
no insinúa el olor que la impregna
como un veneno

aguarda
para compartir su esencia
que el recuerdo de su bondad
se imponga al de su apariencia

está arrugada, parece vieja,
pero el perfume palpita en su centro
de muchacha
y quisiera obsequiárnoslo

con sus diminutos ojos
de especie modesta
nos mirará aprisionada
cuando nos hayamos ido

Este poema forma parte del poemario: “Y yo, ¿de quién soy?”,
publicado por la Editorial Aconcagua Publishing, Colección Allende el mar, Madrid, 2001.

Altri tempi

Fue cuando Buenos Aires se llenó de humo y la gente elaboraba teorías conspirativas para explicar los prodigios adversos. Las cosas al alcance de la mano se ponían muy lejos o desaparecían, los sonidos cercanos llegaban apagados, los paisajes familiares se volvían ajenos e intimidantes.

En la plaza donde antes hubo una cárcel, a la noche las palmeras surgieron de la nada y, en lo alto, sus melenas comenzaron a mecerse envueltas en una neblina quieta. La ciudad, quedó algodonada.
Fue un tiempo de irritación a varias bandas: ardían los ojos y la garganta, el ánimo se picaba por la falta de respuestas. En los pastizales de las riberas y del campo crecía el fuego, alentado por un viento a favor de los incendios, resurgiendo una y otra vez. La Naturaleza había decidido expresarse, doblegar la estatura humana dejando en claro su poderío. De rodillas nos puso y las explicaciones de los mandamases sonaron enervantes y más vanas que nunca. Fueron días apocalípticos en los que Buenos Aires respiró su esencia agropecuaria y sólo quedó la indignación cotorrera presagiando lo peor. Sacábamos fotos, por momentos nos sentíamos turistas japoneses eternizando lo fugaz.

Duró mucho. Fue el comienzo del fin. Probablemente un castigo porque en algún momento escupimos al cielo. La derecha presagió desgracias cuando aún podíamos tomar como anécdota que cada día el sol se pusiera rojo y la luna empalideciera. Ellos, que quieren sangre, afilaron sus lanzas irredentas y culparon a los pingüinos de estar enriqueciéndose con la mierda de los países ricos que, en contenedores sellados, decían, viajaba en barcos fantasmas para ser enterrada aquí. O ni siquiera enterrada, precisaban en el vestuario de damas de un gimnasio de barrio norte, vertida cerca de las villas miseria; se condolían y poco menos que lagrimeaban. Indigestaba verlas; las viviendas de cartón y chapa nunca les importaron, ahora sí porque había llegado la hora del ventilador.

La pingüina en el poder no hacía nada. ¿Qué esperaba?, nos preguntábamos todos. Pocos sabían la respuesta. En un país regido por la vaca, se ignora todo sobre los palmípedos plumiformes. Ellos son naturalmente torpes, sólo elegantes en frac, emiten graznidos destemplados, agitan sus picos para amedrentar, trastabillan fuera de la geografía austral y, en caso de hambrunas o ataques, se arrojan desde los acantilados para suicidarse en masa. Es un ave en extinción que se reproduce insensatamente, tomando en cuenta que los hielos donde habita están en franco derretimiento.

Después llegó el momento del volcán. Desperezándose de un sueño tal vez milenario, el Chaitén, contagiado, escupió humo durante varios meses y el fenómeno se consolidó como la expresión natural en esta maltratada tierra del culo del mundo.

La autora es escritora, publicó cuatro libros y dicta talleres literarios.